5 tiros en el cuerpo y una bomba de trotyl: confesión montonera
Vandor, dicen, hablaba por teléfono con Antonio Cafiero (quien estuvo en su cercanía cuando intentaba postularse en Mendoza, en lugar de Serú García), cuando advirtió ruidos fuera de su oficina de la UOM, en la calle La Rioja. "Voy a cortar, Cafierito, quédese tranquilo, está todo bien", cuentan que le dijo. Después, abrió la puerta y se encontró con sus asesinos, quienes más tarde relataron en la revista oficial de Montoneros, "El Descamisado", la forma en que lo acribillaron. Aun con la sospecha de quien presume de heroísmo en el relato por haber ultimado a un hombre desarmado, vale su lectura: algunos argentinos, entonces, no sólo disfrutaban con la muerte; también, con la narración de sus detalles.
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Se reduce a las cuatro o cinco personas que estaban abajo. Eso lo hace uno. Otro se va hacia un pasillo que conducía al fondo, porque sabíamos que allí había gente y teníamos que controlar los teléfonos. Los otros tres suben arriba (sic), incluido el compañero que transportaba el maletín con los tres kilos de trotyl; cada uno llevaba un tipo fundamentalmente de escudo por si alguien tiraba de arriba. Hasta el momento, nadie se enteraba de nada; había un pequeño revuelo abajo, pero como a esa hora siempre se trabajaba mucho no se percatan de lo que realmente sucede. A los reducidos de la planta baja se los pone panza abajo a un costado de la escalera y estaban en esa tarea cuando por una de las puertas apareció Victorio Calabró... No podía creer que le estaban poniendo un fierro en la cabeza, se quedó mudo, ésa era su casa, ¿qué estaba pasando? Mudo, ni una palabra. La puerta de la calle estaba cerrada y la consigna era no abrir a nadie.
Los tres de arriba le preguntaron al portero en qué lugar estaba Vandor. 'No sé, no sé', decía todo el tiempo; no dijo nada, fue el único tipo que se mantuvo en la suya.
Uno de los tres empezó a abrir cada puerta que encontraba; cada vez más oficinas y en todas gente que debía ser reducida. En la planta alta había dos especies de vestíbulos con bastante gente: unos treinta en total. A todos se los ponía contra la pared para que no nos junasen la cara, pero tuvimos mala leche, porque en casi todas las paredes de arriba había espejos y pudieron ver todo.
El primero seguía abriendo puertas buscándolo a Vandor y justo cuando se dirige a una que permanecía cerrada, se abre y aparece el 'Lobo', atraído quizás por las voces de mando que debe haber escuchado. Alcanzó a preguntar qué pasa y vio que lo apuntaba una pistola 45 a tres metros de distancia. Se avivó automáticamente de cómo venía la cosa porque levantó los brazos para cubrirse el pecho. Todo en una fracción de segundos. El compañero disparó y Vandor recibió dos impactos en pleno pecho. Al girar recibió otro debajo del brazo y cuando cae dos más en la espalda. Pero ya estaba muerto. Cayó adentro de la oficina de la que había salido y los pies asomaban por la puerta. Un tipo que andaba escondido adentro, a quien no habíamos visto, empezó a gritar 'mataron al Lobo, mataron al Lobo'.
El compañero del maletín prendió la mecha de trotyl, ingresó a la oficina -el cuerpo de Vandor estaba en la antesala-y puso la bomba debajo del escritorio de éste. No entre las piernas como después declaró el periodista Federico Vistali que estaba allí. Eso no es cierto. La mecha del trotyl duraba cuatro minutos más o menos. A la gente que estaba reducida le dijimos que a partir de que nos fuéramos tenían tres minutos para desalojar el local porque iba a volar todo. Estaban todos muertos de miedo, el único que mantenía la lucidez era un viejito que tenía puesto un gabán de lana y respondía ante las instrucciones que dábamos.
Bajamos en orden. En la puerta había un grupo de personas que se presentaron como periodistas, pero desaparecieron apenas vieron armas. Jamás hicieron declaraciones, nunca supimos quiénes eran. Nos fuimos hasta Rondeau y el auto seguía en marcha; habían pasado cuatro minutos».
«El Descamisado» ( publicación dirigida por Dardo Cabo), Nº 41, del 26 de febrero de 1974.
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