Si, como pronostican algunos augures y pretenden algunos dirigentes políticos -el más notorio, Raúl Alfonsín-, el gobierno de Fernando de la Rúa será después del 14 de octubre un gobierno de coalición, la incógnita sobre quién presidirá el radicalismo a partir de noviembre ganará en gravitación. Sobre todo si, como comienza a insinuarse, el camino del radicalismo comienza a diverger más respecto del de la administración. Hasta ahora, la sucesión de Alfonsín parecía ir casi automáticamente hacia Angel Rozas. Pero desde hace pocos días al gobernador del Chaco le salió un competidor desde la provincia de Buenos Aires: Juan Manuel Casella, actual embajador en Uruguay y uno de los caudillos del grupo interno que integran también Federico Storani y Leopoldo Moreau.
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Casella mantuvo dos entrevistas en las que expuso sus aspiraciones. Una fue con De la Rúa, en Olivos. La otra, con Raúl Alfonsín en el departamento del ex presidente. A los dos les comunicó oficialmente -en el radicalismo la ambición de poder se tramita de esta manera-su voluntad de tomar el mando del partido. Ninguno de los dos bendijo esa pretensión pero, por distintas razones, ambos interlocutores le encontraron ventajas. También inconvenientes.
Para De la Rúa la aparición de una candidatura como la de Casella para presidir la UCR puede ser una solución al conflicto abierto con Storani y Moreau, los socios del actual embajador. Estos dos dirigentes rompieron con Olivos desde hace tiempo, por distintos motivos. En el caso de «Fredi», su alejamiento tuvo que ver con la pérdida del Ministerio del Interior, un arrebato que cometió cuando «se comió el amague» del ajuste de Ricardo López Murphy. Desde entonces se dedicó a esmerilar a la gestión de su partido sin demasiada estridencia. El caso de Moreau es distinto: nunca tuvo afinidad con De la Rúa y cuando lo tentaron con el Ministerio de Acción Social lo rechazó. Su mayor disidencia se expresó con el debate de la ley de déficit cero pero ya estaba definida cuando Domingo Cavallo ingresó al gabinete.
A diferencia de estos dos opositores internos, Casella mantuvo siempre una posición moderada, como todo lo que suele hacer en su vida. Respetuoso del cargo de embajador que ejerce, tiene con De la Rúa una vinculación frecuente y, además, se beneficia de la cercanía de Horacio Jaunarena con el Presidente: el ministro de Defensa ha aclarado hasta por escrito que no comulga con las protestas y obstrucciones de Moreau y Storani.
• Distancia
De la Rúa vive mortificado por la distancia que el partido puede tomar respecto de su gobierno. Por eso la presencia de Casella al frente de la UCR podría resultarle seductora para contener, si ellos lo dejaran, a la troupe de Storani y Moreau (tal vez hay formas más contundentes de conseguir la solidaridad del dúo: amenazarlos con echarles la infinidad de empleados designados en la administración con criterio político; pero es difícil que De la Rúa se anime a hacerlo). Además, por carácter transitivo, el representante en Montevideo podría abreviar la distancia con otros adversarios internos del gobierno, como Jesús Rodríguez, en la Capital (salvo que el diputado decida también postularse a la presidencia del partido). Otras adhesiones que podría cosechar «Cachi» son las del gobernador de Mendoza, Roberto Iglesias, y la de Francisco Delich, que será el primer delegado al Comité Nacional del radicalismo cordobés.
Para Alfonsín, en cambio, la figura de Casella es más controvertida. La relación entre ambos es formal y respetuosa, pero desde comienzos de los '90 dejó de ser cálida. Sin embargo el ex presidente puede llegar a necesitar a un reemplazante que no sea Rozas. El gobernador está demasiado enemistado con Elisa Carrió y la diputada ya presionó a Alfonsín diciéndole que renunciaría al partido con estridencia (todo lo que hace tiene ese tono) si consagra al chaqueño jefe partidario. El viejo caudillo de Chascomús no le definió su juego y trata de llevar a «Lilita» dormida hasta el día de las definiciones.
La dificultad que introduce Carrió no alcanza, sin embargo, para inclinar la balanza a favor de Casella. Algunos colaboradores muy estrechos de Alfonsín consideran que, si no es Rozas, el máximo cargo partidario debería estar en manos de otro gobernador a quien nadie se anima a ponerle nombre todavía.
Esta última no es una dificultad despreciable para Casella, aun cuando su candidatura dependa mucho de la opinión de De la Rúa. En medio de la crisis política casi permanente que enfrenta el gobierno el jefe del partido tiene un rol destacado. Con el embajador en Uruguay, el Presidente puede aspirar a que no le planteen públicamente una disidencia despiadada. Pero deberá resignarse a que tampoco lo defiendan con demasiado énfasis. Es la ventaja y el perjuicio que suelen ofrecer quienes llevan la moderación casi hasta el grado de la mezquindad, como Casella.
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