Kirchner le busca un rol a Duhalde en la saga del Senado
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Nadie puede prever la conducta de jugadores sometidos a presiones excepcionales. Y esto es lo que angustia a muchos en estos días. Por ejemplo, ya hay quienes hablan de Fernando de Santibañes como del «coche bomba». El ex jefe de la SIDE es un hombre de la banca y la vida universitaria que cree haber cosechado sólo desgracias desde que decidió acompañar a De la Rúa. Pero no es, así y todo, un simple señor de su casa: como cualquiera que pasó por el comando de un organismo de inteligencia, posee datos incómodos para muchos. ¿Estará dispuesto De Santibañes a abrazarse a las columnas del templo y hablar de «los sobres que enviaba la SIDE a jueces y periodistas y que yo corté», como dijo De la Rúa, paralizando al animador de TV que lo entrevistaba? Lo mismo sucede con Cantarero, quien no sería propenso a hacerse cargo en soledad de un delito por el solo hecho de que le atribuyan un garabato firmado debajo de una columna de números. Un detalle: el salteño fue durante casi una década integrante de la Comisión Bicameral de Privatizaciones. La desesperación lleva también al humor, involuntariamente. ¿O no es simpático que el gobernador Gioja use como coartada para desacreditar su aparición en la lista que «a mí no me decían 'José Luis', me decían 'Huevón'»?
La participación del gobierno en toda la peripecia del «arrepentido» también parece desmerecida, según las versiones que se escuchan ahora. Pontaquarto afirma haber ido una sola vez a ver a Alberto Fernández, el jefe de Gabinete, quien le recomendó que denunciara en la Justicia lo que iba a decir ante la revista «TXT». Un consejo casi innecesario, porque se supone que la Justicia lo llamaría a indagatoria, como sucedió, no bien se publicaran sus declaraciones, ya que el ex secretario del Senado no es un testigo, sino un imputado. Sin embargo, durante el fin de semana trascendió, de las entrañas de la Jefatura de Gabinete, que Pontaquarto visitó a Fernández en más de una oportunidad, durante casi todo un mes. Y que en algunas de esas visitas accedió hasta el despacho de Néstor Kirchner. ¿Será verdad que se produjeron esos ingresos y que están registrados, como afirman los mismos testigosfuncionarios? Otra corrección sobre estos episodios: no habría sido Aníbal Ibarra, sino su hermana, Vilma, quien aproximó a Pontaquarto a la Casa Rosada. Y, detrás de ella, un «nosiglista», Daniel Bravo, amigo de Pontaquarto y migrante desde la UCR hasta el «ibarrismo». Nadie sabe aún si habrá algún tipo de reconocimiento para Bravo. Sólo se conocen sus antiguas expectativas para que Ibarra lo designe secretario de Educación. Se frustró ese sueño, pero el hijo del fallecido legislador del ARI podría quedar consagrado en el área de Deportes del Gobierno porteño.
Las relaciones de Eduardo Duhalde con Néstor Kirchner son inmejorables. Pero no existe reciprocidad en el idilio. Hay en el entorno íntimo del Presidente quien mandó a indagar si existe alguna contaminación de este caso en el duhaldismo. Revisaron el comportamiento de los diputados que tramitaron la ley laboral en 2001 y no encontraron mancha alguna en sus camisas. Pero, orientados los reflectores hacia el Senado, los sabuesos kirchneristas dieron con un dato precioso: Pontaquarto había sido designado en 1998 como presidente de la Dirección de Acción Social (DAS) del Congreso por Carlos Ruckauf, un blanco móvil del Presidente, que no quiere verlo al frente de la Comisión de Relaciones Exteriores de Diputados. La DAS es la obra social del personal legislativo. Al retrato de Pontaquarto le faltaba ese detalle: haber manejado una «caja», como llamaron los sindicalistas a sus mutuales. Para los radicales, se trata de un hallazgo maravilloso: podría hacer creer que el valijero confeso tenía solidaridades más antiguas en el PJ que entre sus correligionarios. Se evapora pronto ese bálsamo. Apenas se examine con lupa la contratación de esa entidad de salud, aparecerán la empresa Silver Cross y, detrás de ella, algunos altos descendientes de Alem.
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