La agenda de los sindicalistas no admite una reunión más. Todas las horas están ocupadas, por lo menos hasta fin de mes, cuando se resuelva la identidad de los delegados de la CGT que viajarán a la asamblea anual de la Organización Internacional del Trabajo. Es la excusa para resolver las cuestiones más importantes que dominan el año sindical. Sobre todo dos: el diseño que tendrá la nueva cúpula de la central obrera, que debe quedar establecida a partir de junio, y la política salarial que los gremialistas reclamarán al gobierno.
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Los dos problemas se entrelazarán, formal y materialmente, en la entrevista que le concederá a la conducción del sindicalismo esta semana el ministro de Trabajo, Carlos Tomada. Será para comenzar a hablar de la recomposición del salario a partir de un aumento del mínimo, vital y móvil. Pero el objetivo tácito del encuentro es otro, más bien simbólico: buena parte del arco sindical quiere dar a Tomada un escenario político de lucimiento después de la última gestión que realizó Hugo Moyano delante de Néstor Kirchner para derribarlo de la cartera.
En efecto, Moyano se propuso otra vez terminar con Tomada y con esa maniobra abrió una nueva grieta debajo de sus pies. Como otras veces, el camionero visitó al Presidente y, en medio de la charla, le pidió el reemplazo de Tomada por Héctor Recalde, el principal asesor laboral del Movimiento de los Trabajadores Argentinos (MTA), la fracción interna del triunviro sindical. De nuevo Moyano fue descubierto en su navegación sin luces, que no llegó a buen puerto. El sospecha, con lógica, que el propio Kirchner se encargó de contarlo. ¿O no tiene derecho a sentirse molesto porque el voraz sindicalista quiera, además del manejo de millones de dólares de subsidios al transporte, designarle los ministros?
La jugada de Moyano irritó más a sus colegas sindicales que al propio Tomada. Los «gordos», identificados con Armando Cavalieri, Oscar Lescano, Carlos West Ocampo, etc., le echan en cara que use el cargo de secretario general en el que lo entronizaron para hacer su propio juego expansivo. Es lógico: Recalde no es sino su propio abogado, aún cuando tenga conocimiento de años con el resto de los capitostes (en especial con Cavalieri). El intento de infiltrarlo en el gabinete nacional se encadena con otro zarpazo: el que les dio a los empleados de Comercio quedándose con los trabajadores de logística de supermercados Coto. Esta conducta de Moyano, que no entiende de límites ante sus propios pares, es la que está complicando su carrera hacia una conducción unificada que lo convierta de triunviro en monarca. Es cierto que varios de sus aliados lo han aconsejado en los últimos días para que se lime las uñas. Juan Manuel Palacios y José Luis Lingieri fueron los que más presionaron en este sentido, hasta conseguir que se reúna con Cavalieri para deponer las armas. Algo similar intentó Oscar Mangone, el titular de la comisión arbitral que falló a favor del camionero.
El primer límite que debe soportar Moyano en estos días es, entonces, el reconocimiento de Tomada como interlocutor de la CGT para la discusión salarial. Los « gordos» y Lingieri quieren que, a cambio de este certificado de legitimidad, el ministro abandone definitivamente a la CTA, aún cuando el sindicalismo estatal de izquierda acose al gobierno con medidas de fuerza cada vez más desmedidas. La formación de la comisión que represente al movimiento obrero en Ginebraserá una forma de hacerlo. El ritmo y contenido que se le dé al Consejo del Salario, la otra.
Los sindicatos alineados en la CGT se han propuesto transitar hasta octubre en un tira y afloja por aumentos de sueldos que les permitan ocupar un espacio siempre amenazado por la CTA y los piqueteros, a la vez que cumplir con el compromiso de paz social que les pidió Kirchner por lo menos hasta los comicios de octubre. Para esto pretenden que desde Trabajo se les monte un escenario de discusión salarial desde el cual disponer un aumento generalizado de $ 100. ¿Cuál sería la fecha ideal para que los sindicalistas obtengan esta «conquista social»? Ellos creen que debe ser el regalo de Kirchner a la nueva conducción unificada de la central obrera, que se establecerá a fines de junio.
• Acuerdo
Moyano aspira a ser el comandante único de esa nueva cúpula, para lo que debe superar las vallas que él mismo se va poniendo en el camino por culpa de su personalidad de «pac-man». Para eso debe llegar a un acuerdo con los «gordos», que no quieren resignar el lugar que ocuparon hasta ahora con Susana Rueda. ¿Qué destino darle a esta sindicalista que sirvió tan fielmente al doble mandato que le impusieron, enloquecer a Moyano y mantener una línea directa entre su sector y la Casa Rosada? La visión más convencional establece que, antes de fin de mes, su nombre cubrirá la vacante de la representación argentina en la central internacional Ciosl. En el orden doméstico, descenderá al rol de secretaria administrativa. Lingieri quedaría como secretario adjunto.
Algunos caudillos sindicales más astutos recomiendan otro formato para la conducción. Rueda, según ellos, debería ser secretaria adjunta: «Parece más pero es menos; ningún adjunto decide nunca nada. En cambio, por la secretaría administrativa pasan todos los papeles y terminará amargándonos la vida a todos». ¿Qué quiere Kirchner? Nadie se lo preguntó todavía. Sería bueno que lo hagan: como Moyano arma un gabinete en su cabeza, él tampoco entiende de límites y pretende una CGT a su medida.
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