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Néstor
Kirchner,
ayer en
Santa Cruz
junto a
funcionarios
en un acto,
moderó el
entusiasmo
al festejar el
triunfo del
oficialismo
en Chubut y
en el Chaco.
Lo sorprendió también la audacia de Capitanich en armar una alianza más elástica que cualquier sueño transversal del gobierno, que juntó desde la izquierda extrema hasta el Recrear de López Murphy. Le sirvió para el titeo sobre algunos entornistas como Julio De Vido, a quien mortificó cuando tomaban un café en Puerto San Julián: «¿Viste Julio que no hay que ser sectario como vos? ¡Ahora ganan los que son amplios, los que saben hacer acuerdos! ¡Mirá lo que pasó en el Chaco!». El ministro se durmió pensando el sentido de esas oscuras palabras, dichas entre risas por el Presidente que se va.
La victoria sorpresiva de Capitanich en el Chaco parece una oportunidad para que piensen también un poco los Kirchner y revisen algunas consignas; la primera de todas, la que usan para ponerse a la cabeza de un cambio. Ese resultado manifiesta un cambio, pero en sentido contrario al que expresan desde la Casa de Gobierno: Capitanich ganó sin el apoyo del Presidente, nunca contó con Néstor ni Cristina de Kirchner en la provincia durante la campaña, no lo invitaron nunca para mostrarlo en el Salón Blanco. Tampoco usó la marca Frente para la Victoria, sino la de Frente Chaco Merece Más. El cambio que manifestó el público en el Chaco, ¿incluye también que se vayan los Kirchner?
¿Quería Kirchner una derrota de Capitanich en el Chaco? No, pasó algo que en política es más grave: se equivocó. Lo traicionaron su olfato y las encuestas, que lo convencieron de que el senador no podía ganar la elección. El candidato fue apoyado a reglamento y a desgano por la Casa de Gobierno, que fue sorda a los reclamos de Capitanich de algún aval explícito. El chaqueño había hecho todas las concesiones que los coroneles que administran territorios para Kirchner le habían reclamado: el manejo del partido y el armado de las listas de candidatos. Pero estos coroneles -cuadros que coordina el santacruceño «Pilo» Asset junto con los Marcelo Fuentes y los Pepe Salvini- tampoco creyeron ni en un triunfo de la marca Frente para la Victoria. Por eso tampoco usaron esa marca kirchnerista en el Chaco: los había dormido, como a Kirchner, la profecía de que Angel Rozas era imbatible en esa provincia.
Eso explica que en la madrugada de ayer, cuando se proclamó ganador, Capitanich postergase a los Kirchner para el final de los agradecimientos; repasó apoyos de su familia, hasta del sello lopezmurphista Recrear y recién cuando cerraba el discurso los saludó.
Este desapego entre el ganador y el Presidente tiene una historia de ambigüedades y de inconsecuencias como son todas las que deambulan por los pasillos del poder kirchnerista. Este senador joven que ganó la banca por la minoría en su provincia traía marcas sospechosas para el nuevo gobierno de 2003. Había trabajado antes de 1999 en la Secretaría de Desarrollo Social junto a Palito Ortega; después se destacó como el jefe de Gabinete de Eduardo Duhalde, quien se deslumbró con este contador que debe ser de los pocos funcionarios y legisladores que tienen toda la administración en la cabeza. Con una voluntad de estudio poco común en la corporación política, hace alardes de competencia en el debate de cualquier tema de la administración. Lógico que un paisano como Duhalde lo usase como jefe de su gobierno, al que aportó creaciones que hicieron camino, como el CER, índice de actualización de las deudas que fue, para bien o para mal, la piedra angular de la pesificación. Junto con el entonces ministro del Interior, Rodolfo Gabrielli, y el abogado Efraín Quevedo Mendoza (asesor de esa cartera; después pasó a serlo de Julio De Vido) preparó el pacto fiscal con las provincias que sirvió después para la eliminación de las cuasi monedas, la baja del déficit en las provincias y la reprogramación de las deudas provinciales.
Ese acuerdo les dio a los gobiernos del interior parte del impuesto al cheque (30%), los liberó del descuento automático de las deudas de los fondos de coparticipación, le entregó a la Nación la renegociación de sus deudas, les pesificó éstas, y vigilado de cerca por una misión del FMI, estableció la base de lo que después Kirchner pudo hacer como presidente. Como titular de la Comisión de Presupuesto y Hacienda, Capitanich -que había anunciado su retiro de la política al terminar este año su banca en el Senado- fue el principal apoyo de los Kirchner en la gestión de las leyes, el blanqueo de los decretos de necesidad y urgencia, etc. En ese rol quedó en medio del fuego entre Kirchner y el entonces ministro de Economía, Roberto Lavagna; con eso se ganó el recelo del Presidente y del funcionario, aunque también la confianza de la senadora Kirchner, que nunca dio un paso sin consultarlo con Capitanich -y también de Jorge Yoma-, antes de ir como embajador a México.
Ser el principal consultor de Cristina de Kirchner en el Senado no le valió una mejora en las relaciones con el Presidente, quien siempre prefirió buscar algún acuerdo con el radical Roy Nikisch -gobernador saliente- o con el candidato Angel Rozas, con quienes quería enlazar una concertación en el Chaco. Eso condenaba a un segundo plano a Capitanich, que era considerado por Kirchner como un perdedor en su distrito.
Con la salida de Lavagna -con quien Capitanich protagonizó alguna polémica pública- no mejoraron las relaciones con Economía. Desde la oficina de Felisa Miceli salió la información que intentó pringarlo en el caso Greco, cuando esa ministra había promovido el pago de una deuda millonaria a dicho grupo con la firma del jefe de Gabinete y del Presidente, y fue Capitanich quien advirtió en el Senado que esa operación debía ser sometida a examen. La revelación del caso por este diario frustró ese pago.
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