¿Too little and too late?
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Esta figura doméstica tal vez pueda compararse con la fisurada relación hoy de la Argentina (más precisamente, el gobierno Kirchner) con el G-7, padre del turbión que hoy padece el país al margen de inhibiciones o embargos que son el maquillaje de la crisis. Lo que se imaginaba explosivo en setiembre, cuando el país debiera renegociar las pautas de fin de año, se precipitó hace más de 15 días, cuando esa poderosa asociación de Estados primero se dividió con respecto a la Argentina y, luego, para angustia del dúo Lavagna-Kirchner en Boca Raton, se unificó en contra, según le relatara Horst Köhler al ministro de Economía en Miami el último fin de semana. Y esa unidad de criterio ya no podía torcerse, por más voluntad que impulsara la propia administración Bush, contenta quizá porque el mandatario norteamericano se dejara tocar la pierna por su colega argentino y la promesa de recibir a disidentes cubanos. En rigor, ya había anticipado el derrumbe el hombre que más defiende a la Argentina en Washington: John Taylor, secretario del Tesoro, quien sugería «gestos» con relación a la deuda externa.
Pero admitir los dogmas (o no dejarlos en la escalinata de la Casa de Gobierno) le ocasionó a él la vergüenza de aceptar, por contratación directa (lo que siempre genera suspicacias) y no por licitación, un banco negociador norteamericano, Merrill Lynch, con el cual siempre tuvo pesadillas. Basta recordar una anécdota de Guillermo Nielsen cuando, hace unos meses, despotricando contra Merrill Lynch y uno de sus ejecutivos menos influyentes, Jakob Frenkell -un íntimo de Domingo Cavallo-, le dijeron que algunas de sus críticas eran equivocadas. «Bueno, no importa. El dogma es pegarle a Merrill Lynch». El sapo de Merrill Lynch, en verdad, ya se lo habían tragado Lavagna y Nielsen desde el 23 de diciembre, cuando empezaron a conversar en el Ministerio de Economía para que participara en las negociaciones. Hoy, por decreto secreto, esa institución podría ser el salvador de la encrucijada en que se metió Kirchner. Al menos, será el mediador con la esposa enojada y dispuesta al divorcio que dijo «too little, too late». Y, por lo que se estima, las condiciones las pondrá el banco, no quien le entregó la responsabilidad de gestión.
• Doble personalidad
Todavía, sin embargo, el gobierno Kirchner manifiesta doble personalidad con mensajes de combate hacia adentro, carteles de publicidad en el mismo sentido o promoviendo economistas insistentes y masoquistas -como en tiempos de Duhalde hasta que ¡él mismo! los postergó por Lavagna- que persiguen vivir sólo con lo nuestro. Ni han advertido que uno de sus voceros, Eduardo Curia, cambió de pregón, quizá por la vigencia del teorema de Baglini. Impera aún en ciertos sectores (los que en apariencia responden a Kirchner) el convencimiento antediluviano de vivir al contado o con canje, rechazar el crédito y otras alternativas financieras por las cuales algunos lograron más de un Nobel amén del progreso que le han aportado al mundo. Creen en suma que la deuda se paga y, en su caso, lo hacen oblando un peso que jamás regresa al país, mientras otros pagan tres y le devuelvan cuatro. ¿No es así de cínico el mundo? ¿O cómo se compra una casa un ciudadano holandés?, para citar un país no sospechado y que, como todos, se refugia en el mundo del crédito.
A pesar de ciertas obviedades, nadie sabe si Kirchner irá a una crisis superior, aunque él en el plano interno siempre protestó in extremis con los gobiernos nacionales y finalmente suscribió todos los pactos fiscales. La duda inmediata es si pagará o no el 9 de marzo los 3 mil millones al FMI. ¿Tendrá «buena fe» en el organismo, como éstos reclaman, o acaso exigirá un compromiso por escrito de que le devolverán el pago? Uno de los enigmas a resolver en medio de la vocinglería, los mensajes dobles, la politización de la economía -un ministro al que todos los días empiezan a decir que no renunció, que responde a Duhalde, discrepa de Kirchner y aspira a la Presidencia- y la realidad de que se vive una ruptura con el G-7, más decidida por una esposa harta que por un marido travieso. En tanta improvisación -habría que hacer el conteo de los funcionarios, aún en ejercicio, que decían «no va a pasar nada»-, hasta han aparecido en masa los abogados, quienes por profesión encarecen cualquier pleito y buscan más clientes para litigar. Aunque no es menor cuánto dinero ganen, lo grave es que si aumenta el porcentaje de demandas al país se hará cada vez más difícil un acuerdo. Porque en una convocatoria, obvio, hace falta 70% de los acreedores dispuestos a resignar parte de sus reclamos y, si esa cifra se reduce, lo único que resta es un largo proceso judicial que en estos casos significa una marginación. Al menos para la Argentina.
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