12 de junio 2002 - 00:00

¿Qué país queremos?

¿Qué país queremos?
Las propiedades y los ingresos suelen ser muy volátiles en nuestro país. Así, por ejemplo, pasamos del legado del doctor Alfonsín, de u$s 2.500 por habitante, en 1989, a los u$s 8.300 bajo la conducción del doctor Menem, en 1998, cuando se inició la recesión.

La intolerable depresión levantó clamores de cambios del modelo por doquier. Al fin de la administración del doctor De la Rúa, el ingreso había caído a u$s 7.200, originándose disturbios sociales y encendidos reclamos de modificación del rumbo. El actual gobierno alteró el derrotero y, en los cortos meses de su gestión, ya «logró « que nuestro ingreso promedio retornara a los añorados 2.200 dólares.

Antes, la propiedad de todos, que comprende los salarios y los puestos de trabajo, se depreció y los inversores huyen con lo que pueden, como lo delata el gigantesco superávit de la cuenta corriente del balance de pagos. Ante estas cifras, queda preguntarse ¿qué país queremos? Algunos, focalizados en la igualdad de ingresos, aspiran a la justicia social de Cuba, con un ingreso anual inferior a los u$s 1.000. Otros se contentan con un ingreso alfonsinesco de 2.200 y mantener la actual situación. Pero otros soñamos. Primero con volver a los $ 8.300 dólares por habitante, del «negro» 1998, para sentar las bases para el progreso sostenido, como el mantenido por España y, mejor aún, Irlanda, en los últimos años. (Ver cuadro.)

En un trabajo que estoy realizando desde hace bastante tiempo, encuentro que la riqueza de los pueblos radica en sus conductas. Las instituciones, principalmente las que se agrupan en el Estado, y las ideologías desempeñan un rol diferencial. El secreto es mantener abiertas todas las libertades, inclusive la de comercio, buscando abaratar los obstáculos a las transacciones. En pocas palabras, edificar la propiedad, el espacio de cada uno.

Se puede elegir ser un país pobre, para poder reclamar por los derechos de algunos, o ser más rico, para que todos vivamos mejor. El concierto mundial ofrece todos los regímenes. Desde los u$s 100 por habitante de Etiopía hasta los u$s 44.000 de Luxemburgo. La diferencia está en cómo se sostiene y respeta la propiedad. Porque son las variaciones en su fortaleza las que más afectan los sueldos y las ganancias. La gente y los inversores corren a donde la propiedad se valoriza, expandiendo los ingresos.

• Imperativo

Pero más que soñar hay que realizar. Estamos probando el modelo del incumplimiento, de devaluar, y de perjudicar a quienes confiaron en nosotros. Para cambiar el rumbo, la caída libre de la sociedad, se requiere poner los mejores jugadores junto con las mayores garantías de cumplimiento. Una reforma amplia, reasignando los espacios y las responsabilidades políticas, para mejorar la representación y el funcionamiento de las instituciones del Estado, es imperativa.

Una comunidad que, de hecho, asigna la conducción política nacional a los gobernadores provinciales; las investigaciones y los resultados de los negocios, al Congreso, con una Justicia ausente, no aprovecha sus capacidades. La inobservancia de las garantías a la propiedad y de la Constitución nacional constituye un fuerte obstáculo para cualquier emprendimiento creativo, como han probado millones de ahorristas y de desocupados. La incertidumbre de las mediciones, en todas las transacciones, ya sea por ausencia de una moneda o Justicia previsible, o de una ideología respetuosa de la propiedad, aumenta los riesgos de los negocios y todos los intercambios. La colaboración y la introducción de instituciones foráneas, como en su momento fue el sistema métrico decimal, complementarían la red de garantías de la propiedad, necesarias para despegar.

En esta visión, arreglar con el FMI es sólo un paso ínfimo. Pensar en ajustar, para equilibrar las cuentas de un país que genere 2.200 dólares anuales puede ser un triunfo a lo Pirro. Porque, en ese caso, sobrarían muchos argentinos. De mi trabajo resulta que, no obstante los ingentes recursos asignados a combatir la pobreza por los organismos multilaterales, las diferencias de ingresos de las naciones se han expandido en las últimas tres décadas. Esas organizaciones no han sabido encarar la construcción de la propiedad en el mundo. El desafío es nuestro. Podemos continuar nuestro viaje hacia Cuba, repetir la desolación de 1989 o retornar pronto a la potencia de 1998 y proyectarnos al sueño de España o Irlanda. De nosotros depende.

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