“Siento que es injusto que un espectáculo en el que lo público invierte tanto cierre su ciclo en un par de meses sólo porque lo empuja la grilla”, dice Mauricio Kartun, autor de “Salvajada”, que tras su temporada en el Teatro Cervantes se reestrena hoy en el Metropolitan, dirigida por Luis Rivera López con actuaciones de Valentina Bassi, Carlos Belloso y Pablo Mariuzzi.
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“Salvajada” llega también a Corrientes
La obra de Mauricio Kartun, que pese a su éxito estuvo dos meses en el Cervantes, vuelve hoy el Metropolitan.
La obra tuvo varias nominaciones y premios, pero estuvo dos meses en cartel. La utilería, escenografía y vestuario son del TNC. Dialogamos con Kartun.
Periodista: Este protagonista que es un tigre humano tiene algo de Kafka, de Horacio Quiroga o de algún otro?
Mauricio Kartun: Cierto lo de lo kafkiano, no lo había pensado. La verdad es que el empellón del texto original de Quiroga me alcanzó y sobró para el proceso. Terminé de leer el cuento medio desconcertado y con la rara sensación “esto parece una obra de Kartun…” No busqué más referencias, fue una zambullida. Tanto que escribí la obra completa, con las canciones, en cinco días. Afinidad poética, pasa muy pocas veces.
P.: ¿Qué hay de la cuestión de odio y el estigma de ser diferente?
M. K.: Si tuviese que pensar en la dialéctica central que mueve a esta pieza sería la de odio/amor. Así en ese orden. De hecho, el odio es lo primero que su texto menciona: “Amanece sobre el pueblo de la rabia. De la tirria, del rencor. Amanece y no aclara: la rabia es siempre nublada.” El motor de cada escritura consume siempre algún combustible, el de esta fue el odio. Escribí conmovido por el poder del odio y el miedo a ese diferente. Como siempre, en el fenómeno fantástico de la metáfora, para el público ese diferente aplica luego a todas las diferencias.
P.: ¿Cómo se plantean las cuestiones de lo humano y lo salvaje, la cultura y el instinto?
M. K.: Humanos que por temor a lo salvaje se vuelven más salvajes todavía. Esa vieja dicotomía de civilización y barbarie. Aprovecho acá a joder un poco con las instituciones, las mamis, la escuela, que en eso de la civilización suelen ponerse algo desmesuradas.
P.: ¿Qué otros temas aborda la obra?
M. K.: No pude despegar de mis imágenes el temor clasemediero a lo villero. Su temor a la inseguridad que lo estigmatiza. Hace unos días caminaba por una callecita desierta en la costa atlántica. Uso siempre gorra por el sol y como hacía frío me puse arriba la capucha del buzo. Un perro se me vino encima medio sacado. Lo agarró del collar su dueño que venía atrás. “Lo tengo educado”, me dijo. “Donde ve capucha con gorrita ataca”. Siniestro.
P.: ¿Cuánto tuvo que ver en esta puesta que implicó preparación física y vocal, música, títeres y producción de elementos?
M. K.: Nada. Confié completamente en Rivera López. Cuando me propusieron montarla pedí expresamente que fuese él el director, y no asistí a ensayos hasta que estuvo listo. Recién ahí largué algunos pareceres. La presencia del autor en ensayos puede volverse intrusiva. “El mejor autor es el autor muerto”, solían chacotear los viejos directores. Por supuesto, hablamos bastante antes de largar el proceso, dudas y cuestiones que proponía Luis. Pero luego todo fue confiar.
P.: ¿Cómo vive el paso de la obra del circuito oficial al comercial?
M. K.: Soy un defensor fanático de la continuidad en cartel de las producciones oficiales más allá de sus temporadas regulares. Aliento siempre a quien quiera jugársela luego en el circuito privado. Hay una sinergia posible que en la enorme mayoría de las puestas oficiales se desaprovecha. En nuestro caso, por demandas de la puesta se necesitaba un escenario de grandes dimensiones, y eso condiciona a buscar en salas grandes, que son las del circuito comercial. Pero la elección la determina siempre lo artístico y no lo económico.
P.: ¿Que puede decir del momento actual del teatro y la cultura?
M. K.: Me tiene preocupadísimo. La desaparición del Instituto Nacional del Teatro sería una catástrofe. Hemos conseguido poner en funcionamiento un circuito teatral virtuoso, que se retroalimenta y que produce mucho más de lo que requiere. Sus fondos no vienen de partidas del Estado y su estructura es acotada. La Argentina se ha vuelto en el mundo un ejemplo en lo escénico. No hay festival internacional en el que no tengamos representación. Y es evidente en este fenómeno la incidencia del INT. Cerrarlo, además de un acto vano, sería un acto de maldad banal.
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