13 de abril 2003 - 00:00

EL ARTE FASHION

EL ARTE FASHION
Escribe Atila Karlovich
No sabemos si el neandertalense (o como se llame aquel lejano ancestro) perdió primero su pelambre para descubrir cómo sustituirla, o si al revés, se atavió por puro gusto de pieles y cortezas y los cabellos que solían cubrir su cuerpo se le cayeron de puro obsoletos. Lo cierto es que desde tiempos inmemoriales el hombre no se viste solamente para protegerse de las inclemencias del tiempo. En las sociedades premodernas la ropa define la identidad social más que cualquier otro recurso. El rey es el que se viste de rey y el pastor vive vestido de pastor.
Las jerarquías se expresan en calidades y centímetros de tela, en tamaños de botones y combinaciones de colores. La transgresión es rigurosamente castigada, salvo en contextos rituales como el teatro o los carnavales donde el orden es temporariamente abolido por el disfraz sólo para corroborar su vigencia en la resaca del Miércoles de Ceniza.
Con el advenimiento de la modernidad el rol del vestuario se redefine progresivamente. En la base del concepto de la modernidad está justamente la moda. La estática vestimenta premoderna cede a la dinámica dictadura de las cambiantes, sucesivas modas que se entienden como superadoras unas de otras. Estar vestido a la moda es vivir la modernidad, participar de su optimismo progresista. La moda no se limita por supuesto a la ropa, invade tanto la arquitectura como la música, tanto el pensamiento como la gastronomía, todas las expresiones de un «way of life integral». Pero la moda como arte del vestir es la expresión más sucinta del carácter efímero y frívolo que define las profundidades de los tiempos modernos.
Con la fractura de la modernidad que se produce durante el siglo pasado, la moda se va convirtiendo en un concepto mucho menos riguroso, más blando. Ya no hay papas que pontifiquen los gustos desde París ni Nueva York. Los preceptos se han tribalizado, están los hippies y los yuppies, los punks y los skinheads, las mujeres chiítas con su chador y los africanos que vuelven a lucir sus coloridas vestimentas tradicionales en Trafalgar Square y en la Quinta Avenida. Y sobre todo están las masas atomizadas que visten remera Tommy Hilfiger, jean Levi’ y zapatillas Nike (o sus respectivas imitaciones en contextos devaluados) más acá o más allá de toda pertenencia social. En plena vigencia de la posmodernidad la forma de vestir pretende ser una expresión de la personalidad.
El ama de casa que se tatúa un corazón en la barriga y el adolescente que se perfora el labio con un arito de metal están reclamando a gritos la autonomía del individuo desligado de su contexto social.
¿Y el arte? Desde que el hombre comenzó a vestirse el arte interviene en la factura de la ropa. El productor de ropa premoderno se jerarquiza por su capacidad técnica de artesano. Recién durante la modernidad el hacedor de vestidos pretende más. El sastre se convierte en diseñador delegando la factura propiamente dicha. Su legitimación ya no reside solamente en sus saberes artesanales sino más que nada en su inspiración artística. Los grandes modistos conquistan un lugar al lado de pintores, escultores y músicos. Y la comercialización de sus inspiraciones reclama más arte: nace la fotografía de modas. Desde un principio los fotógrafos que se dedicaron al «fashion» pretendieron algo más que sólo documentar inspiraciones ajenas y ayudar a vender más ropa. Así lo demuestra glamorosamente la muestra, organizada por la Fundación PROA y el Goethe Institut Buenos Aires, que se puede ver en la sede de la fundación en la Boca. Exponen casi 40 fotógrafos de moda alemanes, además de cuatro fotógrafos y una docena de diseñadores argentinos. Mientras los alemanes exhiben una especie de antología de la fotografía de modas desde la posguerra a la actualidad que abarca las más diversas tendencias, la participación argentina se concentra en el movimiento que surge en nuestro medio a partir de la primera Bienal de Arte Joven en 1988.
El acento está puesto en la encrucijada entre moda y arte, en aquellos terrenos donde la fotografía trasciende largamente su valor documental y marketinero, donde el diseño va más allá de crear prendas ponibles y vendibles. Los que se reúnen en la Boca son fotógrafos y modistos que hacen arte en su expresión más ortodoxa. Logran crear obras autónomas que más que otra cosa reflexionan sobre el cuerpo humano vestido y sobre el rol social y filosófico de la moda.
Es tan válido el clasicismo expresivo de la elegancia parisina de Willy Maywald, el neobarroquismo teatral de Helmuth Newton, el cuasi surrealismo de Wolfgang Tillmans, el impresionismo de Urko Suaya, el minimalismo de Gabriel Grippo como el realismo contextualizador de Mariano Galperín. Su contundente gorda de rojo que viste la corona de la Estatua de la Libertad es una de las imágenes más reveladoras del contexto cultural en el que estamos inmersos que se hayan visto.

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