No son buenos tiempos para los que confían sus fortunas en el "proyecto de vida" norteamericano. Lo ideal sería poder hablar de cómo las ganancias de las empresas están afectando los vaivenes de sus acciones y de cómo las expectativas de mejora o caída en estos números puede determinar su futuro. Esto es lo que normalmente ocurre en una economía que funciona bien: uno se puede concentrar en los números de las empresas. Pero no estamos en este escenario. Lo que sigue entonces es preocuparnos de la evolución de los grandes indicadores de la economía: si señalan que finalmente las cosas están mejorando, si continuamos en un escenario de incertidumbre o si entramos en otra depresión. Cuando entramos en este terreno, lo habitual es seguir la evolución de los distintos sectores de la economía y cómo son afectados por la data macro. Pero tampoco estamos en este escenario. Debemos entonces ir un paso más allá y expandir la mirada hasta el escenario global. Si las cosas andan bien podemos poner nuestras fichas a favor de que los países que lideran el desarrollo económico entrarán en un período expansivo o viceversa. Lamentablemente es a este nivel donde nos vemos hoy obligados a movernos como inversores y sólo podemos decir que las cosas no andan nada bien. Para ser sinceros, poco importa lo que ocurra con el precio de los activos de riesgo norteamericanos en la medida que los inversores del mundo sigan desprendiéndose de ellos. En los últimos 12 meses el dólar se depreció 17% frente al franco suizo, 16% frente al euro y 10% frente a la libra esterlina y al yen. Esto no refleja que las economías de esos países estén de parabienes o que el dólar haya estado extraordinariamente sobrevaluado, sino que simplemente no hay confianza en el destino de los EE.UU.
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