La teoría de que pudiera tratarse de una reacción con retardo, que también intentamos ensayar ante la absoluta frialdad con que el mercado local recibiera la novedad del pago de deuda, naufragó de malos modos en el curso del desarrollo de la víspera. No solamente que el imaginado repunte no apareció, ni por asomo, sino que el mercado hasta se contrajo en sus negocios. Dando la impresión al revés, de estar asumiendo una «mala nueva» que hubiera surgido en la semana.
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De tal forma, la extrañeza se transformó en cierto asombro por haber dejado pasar la oportunidad de armar un rebote -aunque fuera pasajeroy que es típico de zonas donde escasean las buenas noticias (y se viene de larga época de sequía en los resultados). Más allá de todo considerando, o de las circunstancias forzadas en que se realizó la medida, se supone que podría ser vista con buenos ojos la actitud de salir del aislamiento. Sin embargo, y contando con un mercado exterior que ciertamente no proveyó de señales favorables, al segundo día de la noticia todo pasó de largo. Y no es que se hubiera «descontado» en días previos, porque eso no se advirtió.
Afuera, el Dow Jones se arrastró, el Bovespa derrapó feo y hasta 1,61 por ciento de baja, mientras el Merval clásico quedó neutro y el de las locales, apenas 0,44 por ciento de positivo. Una languidez que recorrió el horario de la Bolsa y que, como expresión mayor, alcanzó altura del índice en «1.774», para diluirse hasta un cierre de «1.758».
Lo llamativo
Más que en precios, lo más relevante surcó por el volumen operado. Recogiendo velas y solamente con $ 31 millones de efectivo en acciones, 3% de franja para ellas, en vez de poder expandirse: la tesitura fue de comprimirse en sus negocios. Con «29» alzas y muy cerca las bajas, fueron «25», el panorama terminó de pinturas solo: una fecha donde no se supo bien qué había fallecido, pero lo estuvieron velando. Y la Bolsa, de luto.
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