19 de noviembre 2020 - 00:01

El eterno problema del sector externo argentino

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A medida que corren los días y se alejan en el tiempo las horas de la divisa rozando los $200, empiezan a sucederse análisis más calmos y desapasionados acerca del futuro del dólar que lo que se pudo escuchar en las últimas semanas. Algunos analistas han dejado notar que a pesar de la quietud de las últimas ruedas, la curva de futuros del mercado del dólar oficial (Rofex) muestra un sensible corrimiento hacia arriba que -según se explica- se debe a mayores expectativas devaluatorias. La negociación con el FMI explicaría parte de eso, dado que para muchos es usual que todo programa acordado con el FMI venga con un moño de regalo: un dólar real más alto. Ahora bien, ¿qué sentido tiene hoy esperar que el Gobierno o el FMI impulsen un dólar más alto?

Hace décadas era usual que el FMI casi rutinariamente exigiera devaluaciones. Pero eran épocas en las cuales los países solían quedarse sin reservas como consecuencia de haber sobrevaluado el tipo de cambio un tiempo considerable, de manera tal que cuando se acudía al FMI se lo hacía con las reservas en cero y la balanza comercial mostrando un muy agudo déficit. Hoy las cosas no son tan así para Argentina: si bien el país tiene bajas reservas de libre disponibilidad el superávit comercial que se acumula este año puede estar cerca de cifras récord. Hasta hace poco más de un mes se estimaba que el superávit de la balanza comercial podía arrojar una cifra superior a los u$s15.000 millones en el año. Es probable que esa cifra no se alcance finalmente debido a que en el último bimestre ese excedente se redujo debido en buena medida a que, una vez pasado lo peor de la cuarentena las importaciones rebotan y además a que las exportaciones totales del año finalmente se reducen como consecuencia de la parálisis comercial que sufrieron gran cantidad de rubros de bienes exportables. De todas maneras, se alcance o no esa marca, es indudable que el superávit de balanza comercial de 2020 va a ser muy voluminoso. Por lo tanto, esta causal por la cual muchas veces muchos países buscan devaluar no existe en la realidad.

¿Por cuál otra razón un país puede buscar alterar de manera brusca el tipo de cambio? Descartada entonces la causa comercial quedan como factores principales los “argumentos monetarios”. Ocurre que muchas veces los países intentan mantener los precios y el tipo de cambio en orden recurriendo al expediente de aumentar las tasas de interés, factor que hace que ingresen capitales del exterior, muchos de los cuales se monetizan a través de compras de dólares del Banco Central. Como estos esquemas se basan casi por entero en mantener altos rendimientos en dólares llegado un momento no soportan más y ante una reversión incluso incipiente en el flujo de capitales todo termina por hacer eclosión. En este caso, las devaluaciones suelen tener un efecto disciplinador: corrigen las desmesuradas ganancias que se pudo haber obtenido en las épocas de las altas tasas de interés, reducen el valor de las deudas en moneda local y –lo que puede ser aún más importante– comprimen el valor en divisas de la cantidad de dinero lo que a la postre, si todo anda bien, redunda en un flujo de dólares hacia dentro del país que no se produce con el objetivo de ganar altos rendimientos sino para reconstituir la cantidad necesaria –en término de dólares- de moneda en los bolsillos y en las cuentas corrientes de personas y empresas para realizar transacciones. Es a esta suma de causas “monetarias” a las que se debe que generalmente luego de iniciado un plan económico con devaluación sucede un período más o menos prolongado de calma y de ingreso de dólares desde el exterior no tanto para usufructuar altas tasas de interés, sino para reponer la cantidad de moneda local necesaria para efectuar operaciones de compraventa.

En la jerga de los economistas se denomina a ello “reconstitución de saldos monetarios reales” y es una etapa que dura una variable cantidad de meses. ¿Puede estar pendiente en Argentina hoy algo por el estilo como para justificar una brusca modificación del tipo de cambio? La verdad es que la respuesta es no. Hoy no es necesario “licuar” malas deudas del sector privado o ganancias ficticias de depositantes dado que no venimos de un largo período con tasas de interés reales muy altas. Por lo tanto no es necesario aplicar un mecanismo arbitrario para reducir las tenencias de los acreedores y las obligaciones de los deudores. Tampoco hay una cantidad de pesos anormalmente baja en relación a la historia como para pensar que tras un último esfuerzo devaluatorio los argentinos empiecen a vender una buena parte de sus dólares acumulados con el fin de moverse más cómodamente en pesos. Por lo tanto, las causas monetarias para devaluar hoy por hoy no existen.

Así dadas las cosas entonces, las grandes causales por las cuales se suele aconsejar a un país –a cualquier país– a que devalúe su moneda: la necesidad de mejorar fuertemente el saldo de la balanza comercial, la licuación de deudas privadas y la regeneración de saldos monetarios reales no están presentes en la economía argentina. No solo no están presentes: ni siquiera puede decirse que se esté cerca de incurrir en alguna de esas tres causas devaluatorias. La pregunta atinente es entonces: ¿quiere decir todo esto que podemos dormir tranquilos con el tipo de cambio real actual? Y es aquí donde nacen los problemas. Ocurre que aunque tenemos gran saldo favorable de balanza comercial y un dólar en $85 -que no está retrasado con respecto a la historia económica del país (el valor del dólar real de diciembre de 2017 no llega a los $70 de hoy)– tenemos el grave inconveniente de que solo los sectores primarios de producción agrícola-ganaderos son rentables con este dólar. Cuando se hace la desagregación de exportaciones se observa que solo el 6% de las mismas son de bienes industriales, a lo que solo se puede sumar otro 6% correspondiente a material de transporte –o sea al convenio automotriz con Brasil en el marco del MERCOSUR-.

Vale decir entonces que al actual tipo de cambio el país puede perfectamente generar las divisas con las cuales funcionar. Lo que en cambio no puede funcionar de manera adecuada es la industria, los servicios y toda la mano de obra dependiente de la industria y los servicios, que es abrumadoramente mayoritaria en el país. Esto quiere decir que estamos ante un problema muy serio, frente al cual contamos con una única ventaja: la de no tener que apresurarnos por devaluar porque no es una cuestión imperiosamente necesaria para sobrevivir hoy en el día a día.

Pero esta cuestión de la no competitividad de la industria y los servicios si no la corregimos de raíz va a seguir haciéndonos sumar y sumar pobres en el país. Es fácil de entender: si a un dólar de $85 la industria y los servicios argentinos no pueden competir en condiciones de igualdad con los del resto del mundo, no hay forma de evitar que las remuneraciones reales promedio de los empleados en tales sectores sigan manteniéndose en niveles apenas superiores a los de mera subsistencia, si es que esos sectores sobreviven.

A medida que se ahonda en esta cuestión va quedando muy claro por qué este problema no se resuelve nunca y dura décadas y décadas sin siquiera poder identificarse bien el real punto vital: y es que muchas veces generosas cifras de superávit de balanza comercial que son usuales de alcanzar -como el que hoy tenemos– encubre un mayúsculo problema de competitividad de nuestra industria y de nuestros servicios. Frente a esto, a muchos puede parecer fácilmente aplicable la receta librecambista que postula olvidarse de cuestiones sectoriales en busca del equilibrio general, que podría obtenerse simplemente con superávits comerciales como el de 2020. Sin embargo hay un problema: si la industria y los servicios no son competitivos, y nada hacemos para subsanarlo estamos construyendo un país para 10 o 15 millones de personas. Algo hay que hacer entonces. Y es mejor pensarlo con gran detenimiento dado que la solución no es sencilla.

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Walter Graziano y Asociados

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