Antes de entrar en materia, una digresión. “Anatomía de una caída” (“Anatomie d’une chute”), de Justine Triet, película ganadora de la Palma de Oro en Cannes del año pasado, era la favorita para que Francia enviara a la preselección de los Oscar a Mejor Film Internacional. No lo hizo. Prefirió “A fuego lento”, con Juliette Binoche y Benoît Magimel, un film más “francés” en todo sentido.
"Anatomía de una caída" donde nada se sabe
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¿Cómo le respondió Hollywood? No sólo no entró “A fuego lento” sino que “Anatomía...” calificó, ahora que los reglamentos lo permiten, como Mejor Película, rubro en el que lleva todas las de perder contra “Oppenheimer”, pero igualmente fue un choque que no pasó inadvertido. Aunque el caso no sea el mismo, recuerda en parte lo que ocurrió en 1993 con la descalificación de “Un lugar en el mundo”, de Adolfo Aristarain.
Ahora sí, vayamos a la materia: “Anatomía de una caída”, film de juicio que está inspirado en el famoso “Anatomía de un asesinato” de Otto Preminger (1959) hasta en el diseño de su afiche, elude, sin embargo, la palabra “asesinato”,u “homicidio” o lo que fuere. Lo que sabe el espectador desde el primer momento es que hay una caída, la de un hombre, que produce su muerte, y que esa caída puede ser accidental, criminal, o tratarse de un suicidio. En el juicio debe optarse por alguna de las tres posibilidades.
Los protagonistas son un matrimonio de escritores: ella, Sandra (Sandra Hüller), exitosa; él, Samuel (Samuel Theis, de escasa participación más allá de hacer de muerto), fracasado, y un hijo, Daniel (Milo Machado Graner), que sufrió de pequeño un accidente que le dañó el nervio óptico, por lo cual su visión es entre defectuosa o nula. Su padre se culpó siempre por el accidente ya que aquel día no fue a buscarlo a la escuela, y lo atropelló una moto.
Daniel, al regreso de un paseo con su perro guía por los nevados senderos de los alrededores de Grenoble, paradisíaco entorno donde residen en un hermoso chalet de tres plantas, descubre el cuerpo de su padre caído, y con una herida mortal en la cabeza. Llama a gritos a la madre, ella baja, y la maquinaria de la película se pone en marcha. Poco a poco, por indicios cada vez mayores, el espectador sabe que lo paradisíaco tenía mucho de infernal en esa soledad.
El cuarto personaje es el abogado defensor de Sandra, Vincent (Swann Arlaud), de cuya mirada jamás se borra, como diría Hitchcock, la sombra de una duda. ¿Empujó ella a Samuel? ¿Él la maltrataba por envidia, por celos literarios? Ella niega todo. ¿El moretón que le apareció en el antebrazo el día de la caída se lo provocó su marido? Sandra también lo niega; se golpeó, dice, contra un mueble. ¿Tenía tendencias suicidas Samuel? Nada es verificable, nada es comprobable.
Y así, con esas dudas, llega (con amplia difusión mediática) el caso a los tribunales de Grenoble. El film se torna allí un tanto convencional, inclusive hasta aparatoso (lo que visualmente es subrayado por las anacrónicas togas que lucen jueza y abogados). Pero subsiste un fondo de interés por la historia que no abandona al espectador.
Los sorpresivo es el final que, desde luego, no se revelará acá. Pero no todas las sorpresas son agradables, bien se sabe. Borges y Bioy, además de cientos de teóricos, discutieron el asunto de los desenlaces posibles y elegantes para los policiales. Pero, sabido es, no vivimos tiempos justamente elegantes. Y a veces hasta imposibles.
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