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Buenos augurios para Wall St. (el petróleo es la única amenaza)
La coyuntura sólida de la industria manufacturera es dato conocido. En febrero, el indicador de la encuesta ISM trepó a 61,4, su mayor nivel desde 2004. En marzo, pese a la disrupción que la tragedia japonesa provocó en las líneas de producción, no hubo cambios sensibles: 61,2. Como se dijo, la sorpresa provino del mercado laboral. Los informes oficiales, al develar la incertidumbre, mataron dos pájaros de un tiro. Febrero fue revisado al alza y aportó 240 mil nuevos empleos netos en el sector privado. Marzo contribuyó con otros 230 mil. Ambas cifras constituyen valores significativos por derecho propio: hallar otro bimestre tan fructífero obliga a retroceder cinco años en las series estadísticas. Es verdad que el sector público, pese a todos los planes de estímulo, es una trituradora de empleos. Devoró 46 mil dos meses atrás y 14 mil en marzo, pero no pudo evitar que, a la postre, se sume a la nómina un promedio mensual superior a los 200 mil. De tal manera que, por primera vez desde que la ocupación crece, lo hace a una velocidad interanual del 1%. Y el futuro es promisorio: las horas trabajadas en el sector privado aumentan dos veces más rápido. Dado el costo marginal creciente de las horas extra, hay que pensar que esa diferencia acabará por traccionar un aumento de los planteles. Más empleo privado traerá consigo una inyección adicional de ingresos laborales genuinos irrigando así el flujo circular de una recuperación duradera.
¿Nuevos máximos? ¿O doble techo? El índice Dow Jones Industrial alcanzó un nuevo récord post-Lehman durante la rueda del viernes, pero a valores de cierre, no coronó una nueva cumbre. Se clavó la pica en Flandes, pero Flandes todavía no está conquistada. Lo mismo cabe acotar del índice más representativo, el S&P 500 (que merodeó el récord intradiario pero no lo pudo rasguñar). Empero, no hay dudas que el rally retomó la marcha. Nadie discute que supo sacar fuerzas de flaquezas. La fe en las acciones regresó intacta. El rally no necesita apurar la embestida. Pero, como a Julio César, no le bastará con mojarse los pies en el Rubicón. Hay que cruzarlo y dejarlo claramente atrás para que no fracase la expedición. Para su fortuna, el cielo de las cotizaciones está surcado por buenos augurios. Conforme la vieja Teoría del Dow, que el índice de Transporte haya desembarcado en la otra orilla es un excelente presagio. Un petróleo que merodea los 107 dólares por barril no impidió que las acciones de Transporte desplegaran nuevos máximos rotundos. Qué mejor prueba de confianza en la robustez de la recuperación del ciclo. También la infantería ligera vadeó el Rubicón: son las acciones del Russell 2000 -los papeles de pequeñas compañías, los de menores recursos defensivos y los primeros en poner pies en polvorosa en caso de intuir dificultades-.
Este jueves el Banco Central Europeo (BCE) debería cumplir su promesa y despachar la primera suba de tasas desde 2008. Sería todo un símbolo, dar vuelta la página aun cuando no toda Europa pueda presumir de cerrar un capítulo negro (es obvio que Grecia e Irlanda no, y no está claro cómo Portugal sobrevivirá al intento). El BCE no estará gatillando una sorpresa. Avisó un mes atrás lo que traía entre manos y tuvo la gentileza de advertir, a medida que marzo se complicaba, que su intención permanecía vigente. La Bolsa pisa terreno récord en pleno conocimiento de los planes del BCE. Tanto como sabe de las penurias de Medio Oriente o Fukushima. En buena medida, porque también está al tanto de las ideas conservadoras de la Fed. ¿O sólo cree conocerlas? Quien haya escuchado a los presidentes regionales de la Fed en su inusual tournée de declaraciones de las últimas tres semanas puede pensar que también en Washington se cocina un cambio drástico de rumbo. El silencio de radio ya no es tal. La aceptación pacífica del QE2 parecería haberse quebrado. James Bullard, de la Fed de Saint Louis, propuso interrumpir las compras de bonos y cancelar el último tramo de 100 mil millones de dólares. No hay dudas, prestando atención a las palabras de sus colegas Plosser, Kocherlakota o Fisher, de que en la reunión de fines de abril rugirá un volcán de opiniones filosas. ¿Será una buena noticia que el empleo confirme una economía robusta? El informe ISM también denota una lectura altísima -85- en el renglón de los precios pagados por la industria. Si la inflación se convierte en prioridad, la Bolsa perdería a su principal aliado, el que le cuida las espaldas. ¿Será la Fed la que provoque un atasco en las riberas del Rubicón? No. No, a esta altura. El problema es el precio del petróleo, pero -si se escruta el comportamiento del consumidor- no por su influencia desbocada sobre los precios minoristas. Incipiente, se percibe ya la erosión del gasto real. Sin embargo, si las acciones de Transporte clavan nuevos récords y la minimizan, la Bolsa podrá estirar el recorrido. No obstante, esa mochila sobre el poder de compra -a la manera de un impuesto de alícuotas crecientes- es hoy la principal amenaza. No el debate colegial de la Fed, que es apenas un precalentamiento de ideas que puede llevar meses antes de cuajar en una decisión.
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