Partiendo de un momento de la Conquista del Desierto en su novela “El parche caliente” (Emecé), Fabián Casas desarrolla una historia abigarrada, tensa, violenta, mutante, donde el realismo y lo fantástico se mezclan de modo deslumbrante. Casas, de una amplia obra narrativa, teatral y ensayística, desde hace unos años se ha dedicado a guionar películas. Dialogamos con él.
Casas: “La novela fue como un diario secreto”
El escritor admite que la novela surgió de fragmentos sobrantes que no podían ser usados en la película y eran atractivos para ser retomados.
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Periodista: ¿Qué lo llevó a desplegar en “El parche caliente” la historia que fue argumento de la película “Jauja” que transcurre en la Conquista del Desierto?
Fabián Casas: La película fue la base. Cuando escribí “Jauja” todavía no sabía escribir guiones y, para hacer el guión, escribir un relato. Después con Lisandro Alonso, el director, lo convertimos en guión de la película que compitió en 2014, en Cannes y ganó el premio Fipresci. Como me quedé enganchado con los personajes, a lo largo de los ocho años siguientes seguí escribiendo sus historias. No escribía mucho, porque es un relato medio denso. Dejé la novela un montón de veces, pero siempre volvía. Había hechos que Lisandro no podía usar en la película, como cuando el perro se convierte en hombre, porque con eso “Jauja” se volvía una película de Cronenberg; y ahora está en la novela.
P.: Sobre un fondo histórico alternativo, la novela relata sucesos fantásticos, mágicos, metamorfosis. ¿Eso lo llevó a cambiar el nombre de los personajes de la película?
F.C.: Como Viggo Mortensen sabe hablar danés antiguo hicimos que en la película el protagonista fuera de ese origen; el inicial era inglés. En la novela volvió a ser inglés, quería alejarme de la película y retomar las ideas iniciales. Una idea central surgió de un problema de la hija de un amigo. Resulta que Gustavo López, que es un editor de Bahía Blanca, tenía un perro y lo llevó para que sirviera a unas perras y se perdió, y la hija entró en depresión porque extrañaba al perro. Una noche soñé que el perro regresaba convertido en hombre y se casaba con la hija de mi amigo. De ese microrrelato partió el guión. Como en la película esa historia no está, le dio impulso a la novela.
P.: ¿Así fue como a lo histórico sumó hechos fantásticos, mágicos y metamorfosis?
F.C.: Mis libros anteriores transcurren dentro de la literatura realista, aunque ya en el libro anterior hay un personaje que termina en Marte. En esta novela mezclé montones de géneros, y traté de no convertirme en esclavo de ninguno. Mientras la escribía algunas cosas que me pasaban las incluía en la novela. Un amigo me pasó un libro de Castaneda, y ahora un Castaneda pasa por la novela. Una amiga que se llama El Coronel andaba con problemas de gordura, ahora está en la novela convertida en una lenguaraz. La novela fue para mí como un diario secreto.
P.: Cada tanto hay guiños a montones de autores, del Borges de “Historia del guerrero y la cautiva” a “El hombre del castillo” de Philip K. Dick.
F.C.: El relato final, el capítulo “El parche caliente”, es una reescritura de “La portuguesa” de Robert Musil, y su historia de los Von Ketten. No me importa la originalidad, me gusta jugar con todo, y robarle a todos, me siento bien ahí.
P.: ¿Cómo le apareció el símbolo del parche caliente?
F.C.: Me gustan mucho los perros. Yo tuve una perra, Rita, una border collie, que quise mucho, y mi perra Rita tuvo parches calientes. Es algo que le aparece a los perros en las espaldas, un agujero rectangular con pus y sangre. Cuando la llevé a curar me enteré que eso aparece en los perros cuando extrañan a su dueño. Cuando escribía tenía muy presente esos parches calientes que le salen a los perros y que muestra lo potente que es el vínculo del perro con el humano. Los narradores aprenden a narrar a la noche cuando se unen a la tribu atávica de los humanos. Una tribu que recién comienza a poder dormir cuando domestica al chacal dorado, que luego les avisa cuando hay peligro, cuando vienen otras tribus o enemigos. A partir de tener ese perro que te avisa, podías dormir. A nosotros, como resto atávico, nos quedó el insomnio, ese momento en que se cuentan historias. Eso hace a la unión entre el perro y nosotros, el poder dormir, el temor atávico de no poder dormir y contarse historias para poder dormir, y para vivir.
P.: ¿Eso le dio ese final de la historia que hace que la novela se vuelva circular?
F.C.: Fanta, la chica del castillo, que ya está grande, le pide a Zimmer, que ahora es el hombre del castillo, le cuente una historia para dormir, y él empieza a escribirla, y ahí te das cuenta que lo que leíste partió de ahí.
P.: Por caso ese coronel Zuluaga que se pierde en el desierto, lo busca su perro, que se transforma tratando de hallarlo, y las partidas que salen a encontrarlo y crean leyendas sobre él…
F.C.: Que se unió a la tribu de “los cabeza de coco”, que le roba la ropa a las cautivas, que cabalga vestido de mujer, que hay que salvarlo. Traté de romper con la idea de encontrar al personaje mítico. Conrad en “El corazón de las tinieblas” hace que cuando van a buscar a Kurtz lo encuentren. Me gustaba que esa búsqueda fuera una tensión del relato pero que no llevara a encontrarlo. Bolaño en “Los detectives salvajes” hace que los protagonistas salgan a buscar a Cesárea Tinajero y lo encuentren, eso es un anticlímax. Me gusta que Zuluaga se pierda, yo sé que no se sepa bien si en un momento lo encuentran.
P.: ¿Estuvo escribiendo algo mientras trabajaba en “El parche caliente”?
F.C.: Fundamentalmente guiones. Para Luis Ortega con él y Rufo Palacios, “Matar al jockey”, que se estrena ahora. Con Lisandro Alonso “Eureka” que se estrenó en Cannes. Con Victoria Gagliardi “Los erizos”, que está en proceso de producción. Escribí películas; novelas no volví a escribir.
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