23 de noviembre 2010 - 00:00

Clave: arrumacos de Chávez y Santos redibujan la región

Si pudiera traducirse a términos amorosos, la relación actual entre Colombia y Venezuela, con Juan Manuel Santos y Hugo Chávez en los roles protagónicos, no es ni un flirt pasajero ni una mera novela caribeña de la tarde.

Tampoco es de esas promesas de amor inconducentes: fiel a su compromiso con Chávez (su «nuevo mejor amigo») de combatir en tandem la guerrilla y el crimen organizado, el Gobierno de Santos dio la extradición a Venezuela del narco venezolano Walid Makled, reclamado tanto por Caracas como por Washington.

Estos arrumacos dejaron a EE.UU. -la aliada estratégica de Colombia en lucha contra el narcotráfico durante la última década- como la novia despechada del triángulo amoroso. ¿Significa esto un giro en la política exterior colombiana?

Fuentes cercanas a la Casa de Nariño dicen que no es un giro sino una opción práctica. Es preferible, argumentan, ahondar el proceso de normalización de relaciones con el vecino Palacio de Miraflores y solidificar la confianza para -sin la presencia ostensible de EE.UU., que molesta tanto a Chávez- enfrentar a las guerrillas de las FARC, el ELN y los paramilitares, que en este momento van y vienen sobre la frontera colombo-venezolana. Es preferible, aun cuando esto implique una mueca de disgusto desde la Casa Blanca hacia la administración Santos.

Sin embargo, el cambio, o nuevo matiz en el triángulo Wa-shington-Bogotá-Caracas no es tan lineal. Es que mientras el Gobierno de Santos le tiende la mano al de Chávez en lo que a combate contra la narcoguerrilla se refiere, al mismo tiempo le refresca a Washington que puede ser su socio comercial (y no sólo militar). «Colombia duplicó su producción de petróleo, lo que podría ayudar a que EE.UU. diversifique sus fuentes de abastecimiento», dijo hace pocos días Gabriel Silva, embajador en Washington. Con 550.000 barriles diarios y 1,8 billón en reservas, Colombia, a caballo entre dos países de la OPEP como Ecuador y Venezuela, no sólo se autoabastece sino que su Ecopetrol podría ir reemplazando -muy de a poco- a PDVSA como exportador de hidrocarburos geográficamente cercano a EE.UU. La exportación de fuentes de energía no es ajena a Colombia: con 75 millones de toneladas anuales, es el quinto productor mundial de carbón térmico, y el primer exportador del continente (es el principal insumo colombiano que importa la Argentina).

En cuanto a los lazos comerciales con EE.UU., hay un cierto hastío: «Ya esperamos demasiado», dicen a este diario desde Bogotá, en referencia al Tratado de Libre Comercio trabado en el Capitolio desde 2004 (ese acuerdo comercial casi sale en 2008, pero fue cajoneado otra vez con las elecciones presidenciales y más todavía con el Gobierno demócrata de Obama). No es todo. Junto con Obama, también los cambios llegaron a la balanza comercial. La importación de productos agrícolas estadounidenses a Colombia cayó, del 48% del total en 2008, al 22% en 2010. «Colombia se movió hacia adelante», definió el embajador Silva.

Ese mismo movimiento de avanzada en la economía estaría actuando como analgésico, por ahora, frente a la demora del Gobierno de Chávez en saldar los u$s 800 millones que le adeuda a los productores fronterizos colombianos. Una gragea parecida estaría tomando también el Gobierno de Santos, que desde el 10 de agosto, cuando se restablecieron las relaciones con el de Chávez, busca adormecer toda reacción frente a situaciones que, en épocas de Álvaro Uribe, hubieran traído respuestas airadas. Pruebas al canto: la Casa de Nariño nada dijo cuando la semana pasada Chávez ascendió a general en jefe a Henry Rangel Silva (acusado en 2008 por el Departamento del Tesoro de EE.UU. de ayudar a las FARC). Horas después, los ministros de Defensa, el colombiano Rodrigo Rivera y el venezolano Tarek Al Aissami, se comprometían a que sus fuerzas de seguridad respectivas realizaran operaciones antinarcóticos coordinadas.

Pero el caso del venezolano de origen sirio Walid Makled es, sin duda, la prueba más contundente de la nueva relación colombo-venezolana. Santos accedió a entregar a Makled (uno de los tres narcos más buscados del mundo y sindicado por Washington en 2009 como «significant foreign narcotics trafficker) a Venezuela una vez que la Corte Suprema se pronuncie a favor de ello. Si bien Caracas radicó antes que EE.UU. los papeles de la extradición (aunque un tribunal de Nueva York pidió su captura antes que Caracas), la Justicia colombiana podría demorarse entre 6 y 18 meses. En ese lapso, el reo Makled podría seguir prendiendo el ventilador (desde agosto, cuando fue apresado en la frontera con Venezuela, viene confesando la participación de miembros del Gobierno de Chávez y de sus FF.AA. en el narcotráfico). Mientras tanto, Chávez también entregó su propia prueba de amor. La semana pasada envió a Colombia a tres guerrilleros presos (dos del ELN y uno de FARC). Este «desprendimiento» -inédito hasta hoy- le acarreará seguramente reacciones y/o venganzas desde la guerrilla, que hasta ahora contaba con un «visado» tácito para operar y radicarse en suelo venezolano.

De seguir, el idilio entre Santos y Chávez marcará un reordenamiento del tablero político de la región. Además de desdibujar las fronteras ideológicas, podría ser el primer capítulo que demostrase que no es necesaria la total injerencia de Washington en la lucha antinarcóticos. Y, por sobre todo, que además del brasileño Lula y del argentino Néstor Kirchner, Hugo Chávez -práctico al fin- puede dialogar y asumir compromisos con otros líderes fuera de su liga socialista del ALBA (Alternativa para las Américas).

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