17 de agosto 2012 - 16:25

Club de “izquierda nacional”, renacer de transversales K

Se ensamblan partidos «paralelos» del kirchnerismo no PJ

Jorge Rivas
Jorge Rivas
Eficaz o no, Cristina de Kirchner ejecuta un proceso de ordenamiento del kirchnerismo. Además de patrocinar a Unidos y Organizados, megaagrupación ultra-K, como variable paralela y antagónica del PJ, auspicia la gestación de lo que define como «izquierda nacional».

Con una pretensión quizá excesiva refiere al concepto, añejado por Jorge Abelardo Ramos, de la izquierda nacional que resurgió en las últimas semanas como marco global para unir, siquiera con carácter instrumental, a los partidos «progres» integrados al dispositivo K.

Agrupa todo aquello que no es PJ ni se recorta como expresión callejera o «social». Nuclea, a priori, al colectivo de partidos que dieron sustento, al menos teórico, al relato de la transversalidad K que epigrafeó los primeros tiempos del kirchnerismo en expansión.

Allí desfilan el Partido Intransigente de Gustavo Cardesa -que acaba de cumplir 40 años-, el socialismo K que empezó a constituir una confederación de PS provinciales y locales administrado por Jorge Rivas y Oscar González, y el Frente Grande de Adriana Puiggrós, que ganó presencia con la entronización de Alberto Weretilneck como gobernador de Río Negro.

También transitan por ese espacio el Partido Humanista de Lía Méndez, el Partido Comunista Congreso Extraordinario (PCCC) de Jorge Pereyra, y FORJA, la tribu residual de los radicales K post Julio Cobos, que capitanea el subsecretario general de la Presidencia, Gustavo López.

Todos han sido, en el último tiempo, socios menores, con marca electoral y personería judicial del peronismo en el Frente para la Victoria. Preservan, además, una entidad partidaria, aunque algunos son más recientes, como FORJA, y otros son casi simbólicos, como el PCCA.

Subyace, además, un criterio general. La pretensión movimientista del kirchenrismo requiere, al menos para la argumentación, extender sus fronteras más allá del peronismo «institucional» -es decir, gobernadores, intendentes y gremios- a las expresiones sociales (englobadas en Unidos y Organizados) y a los partidos de la izquierda nacional.

Con esa presentación aportaron, el año pasado, a la fallida postulación de Amado Boudou como jefe de Gobierno porteño. Era la Ciudad un territorio donde la progresía con ínfulas de sofisticación podía valorar esas contribuciones. El respaldo al entonces ministro les valió el enojo de Daniel Filmus, que suponía que debían estar de su lado y no con un «exmilitante de la UCeDé».

El tiempo -o la derrota- limó aquellas sensibilidades pero no otro recelo que perdura: esos partidos aceptan el mando unívoco de Cristina de Kirchner y se admiten también como instrumentos satelitales en materia política y electoral.

Eso, en el principio, fue lo que los separó de Nuevo Encuentro de Martín Sabbatella, que levantó la bandera del apoyo crítico: el manual de apoyar lo bueno y cuestionar lo que no lo es. A pesar de que ahora el sabbatellismo fue absorbido por el kirchnerismo.

Todos, sin matices, quedaron integrados a lo que se llamó Espacio Vélez, en referencia al acto del 27 de abril pasado que tuvo a Cristina como oradora.

Del club de la «izquierda nacional» partieron, además, las primeras pistas a favor de poner en discusión la necesidad de una reforma de la Constitución. Una fundación de Eduardo Sigal, junto a la CTA de Hugo Yasky y Pedro Wasiejko, y MILES, de Luis DElía, hicieron germinar la primera semilla reformista.

Sigal, como parte del Frente Grande, aparece englobado en el marco de la «izquierda nacional» K, el ceteísmo está emparentado al sabbatellismo y DElía integra la comitiva de Unidos y Organizados. El matancero suele decir: «A mí me conduce La Cámpora».

Aparecen, de hecho, más cerca de Unidos y Organizados que del PJ pero, al menos por ahora, no se fusionan o forman parte de ese espacio comandado por el neocamporismo.

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