13 de julio 2010 - 00:00

Cristina, defensora tardía de bodas gay

Cristina de Kirchner, Jorge Bergoglio, Ginés González García, Antonio Baseotto
Cristina de Kirchner, Jorge Bergoglio, Ginés González García, Antonio Baseotto
La furia del scrum que rechaza la boda gay empujó a Cristina de Kirchner a abrazar un criterio que, dos meses atrás, consideraba incorrecto. Desde China, la Presidente empardó a la oposición al matrimonio homosexual con las cruzadas de «tiempos de la inquisición».

Fue, a dos días de que el proyecto se discuta en el Senado, la primera intervención explícita -y estridente- de la Presidente que cuando Néstor Kirchner decidió acompañar el texto de Vilma Ibarra en Diputados manifestó, en la intimidad de Olivos, sus diferencias.

El giro resume la intensidad con que los Kirchner encaran este nuevo duelo con la Iglesia. Cristina de Kirchner, con sus palabras, borró todo matiz: cuestionó que lo plantee como una «cuestión de moral religiosa» cuando, dijo, se trata de «mirar una realidad preexistente».

«He escuchado que hasta se habla de una guerra de Dios», precisó sin necesidad de mencionar al destinatario, pero en referencia a lo dicho por el cardenal Jorge Bergoglio, promotor de la marcha que esta tarde sectores que se oponen a la boda gay realizarán frente al Congreso.

Apuntó, además, a una cuestión conceptual ante el planteo de convocar a un plebiscito. Eso, dijo, implicaría una «distorsión de la democracia que las mayorías restringieran los derechos de las minorías».

La cruzada religiosa contra el proyecto, y en particular contra el derecho a adoptar por parte de parejas homosexuales, desbalanceó, en favor de Kirchner, la pulseada dentro del Gobierno -es decir, del matrimonio- entre los partidarios del matrimonio y los de la unión civil.

La Presidente figuraba en el último pelotón, pero Kirchner creyó entrever en el proyecto un artificio para seducir a sectores medios «progres» y, en simultáneo, ejercitar su pasión batalladora con Bergoglio, tan antigua como críptica además de recíproca.

Una anécdota, que ya en reposo, suele contar Ginés González García, ahora embajador en Chile, remite a que Kirchner le habló por primera vez casi dos años después de asumir, en medio del conflicto con el obispo castrense Antonio Baseotto en torno a la legalización del aborto. Aquel episodio amigó a Kirchner con el entonces ministro, herencia del interinato de Eduardo Duhalde.

A pesar de que en el círculo más cerrado del kirchnerismo se afirma que Cristina de Kirchner es más extrema que su marido, a quien consideran más pragmático en el caso del matrimonio -al igual que en el conflicto del campo- el ritmo y la orientación los impuso el ex presidente.

En esa línea, aunque en el Gobierno sostienen que el cruce expone a Bergoglio a demostrar su capacidad de despliegue político -además del brumoso fervor de sus dichos-, también se espera con ansiedad, y cierto temor, la movilización de los antimatrimonio gay al Congreso.

La fantasía, sólo invocada por nostálgicos, de una remake del Corpus Cristi a Juan Domingo Perón aparece devaluada aunque la dimensión de la movilización -¿y si aparece como un segundo Blumberg?- se supone menguada por los propios recelos en la cúpula religiosa.

¿Le restaron, los sectores más ortodoxos de la Iglesia, respaldo a Bergoglio para la movilización de hoy? El interrogante surcaba ayer el planeta K que, a su vez, se preparaba para acompañar la convocatoria de mañana, también al Congreso, pero de los sectores a favor del proyecto.

Allí, en teoría, se expresará un universo que según el concepto monotemático de Kirchner, se alineará con el proyecto eternista del matrimonio en 2011. Un simplismo que, sostienen, toma fuerza en los extremismos que se agrupan del otro lado.

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