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El revisionismo llegó a los cuentos de hadas
El musical "Dentro del bosque" llegó a la cartelera local con bastante demora en relación con su estreno en Broadway en 1987, pero acaso no resulte tan anacrónica si se recuerda que tuvo su versión cinematográfica el año pasado con figuras como Johhny Depp, Elena Bonham Carter o Meryl Streep.
Sin un exponente avasallante este año en cartel, como pudieron ser "Los locos Addams" o "La novicia rebelde", son legión los musicales chicos que se permiten algo más de vuelo. En este caso se arriesga desde el comienzo, con los artistas en escena conforme ingresan los espectadores a la sala, algo muy visto en el off pero atípico para el público acostumbrado a los musicales del circuito comercial cronometrados como mecanismos de relojería.
La escenografía es otro punto muy logrado y original, dado que está construida a partir de cientos de cajas de cartón, cuya estructura se va modficando acorde a las necesidades de la acción. También el vestuario y la utilería resultan inusuales para un musical clásico: las princesas usan borcegos, algunos vestidos son reversibles y se transforman en alguna otra cosa y está muy bien resuelto el modo en que el lobo devora a la abuelita, por ejemplo, con alusiones sexuales impensadas y buen manejo del cuerpo. La estética lograda se siente ideal en un contexto revisionista de los cuentos de hadas y además se diferencia de lo visto en la puesta norteamericana.
La primera parte transcurre de manera dinámica, con mucho humor y canciones, con un sinfin de sorpresas para el espectador que se encuentra con una Cenicienta en continua fuga del príncipe, para más tarde descubrir sus otros affaires y optar por volver a limpiar en lugar de vivir en el palacio. Caperucita Roja (Silvana Tomé) es una aguerrida jovencita que mete más miedo que el lobo feroz, gracias a sus generosas dimensiones corporales y un carácter avasallante, casi similar al de la bruja de Rapunzel (Lucía Gandolfo). Ambas se destacan en lo vocal. Finalmente Jack (el de las habichuelas mágicas) es un chico que roba oro trepado a su enorme árbol, pero en esta parodia termina matando a un gigante en el jardín de su casa, en cuya defensa llega su esposa, también gigante, para vengarse y asesinar a todo el resto.
No falta el planteo de algunas cuestiones morales y de comportamiento en sociedad, como la dificultad de la vida conyugal, el sinuoso y complicado camino hasta econtrar el amor o los sacrificios que se llegan a hacer por un hijo.
En esta aventura, que comienza colorida y se torna ominosa, el lobo es un seductor irresistible, Rapunzel, una histérica que va perdiendo pelo hasta que muere atravesada por espinas al caer de la torre, las hermanastras de Cenicienta quedan ciegas y deambulan con lentes negros. Muy bien pensado el recurso de los pajaritos de Cenicienta, llevados por una marionetista que silba como un canario, o la vaca malhumorada que se pasea por la escena y termina convirtiéndose en un personaje entrañable.
Además de Silvana Tomé, se destacan por su desempeño integral, Patricio Witis como el lobo, el príncipe y una de las hermanastras, y Federico Coates, como el otro príncipe y la otra hermanastra.
Cuando llega la segunda parte de la obra, el clima se vuelve más aterrador y las canciones más lentas, lo que vuelve todo más monótono y abrumador. Hacia el final, el espectador siente las tres horas de show, con breve intervalo. De haber sido más sintética, sería imperdible.
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