30 de agosto 2012 - 00:31

El síndrome del candidato de Moyano y los "Alais" del PJ

Cariglino como enlace disidente. Los augurios de Barrionuevo. Invisibles. La larga (y fallida) espera

Camisa italiana, suéter Ballantyne, rutina diaria de gimnasio y dieta hipocalórica. El «nuevo» Hugo Moyano merece, según la lupa de los peronistas anti-K que lo frecuentan en estos tiempos, un diagnóstico específico: padece el síndrome del candidato.

El PJ díscolo celebra, pero todavía con cautela, los encuentros con el camionero. Volverán, hoy, a desfilar hacia Malvinas Argentinas donde Jesús Cariglino convocó a una ristra de dirigentes a charlar con el jefe de la CGT Azopardo, en etapa de deskirchnerización.

«Habla, se mueve, negocia como candidato», coinciden los federales que se atrincheran en el Congreso, estirpe que va de Juan Carlos Romero a Eduardo Amadeo; Ramón Puerta a Adolfo Rodríguez Saá; de los santafesinos no K al club grande e incierto de bonaerenses con fueros.

Cariglino funge de lazarillo de Moyano frente a ese peronismo. El alcalde de Malvinas es el enlace más activo en la tarea de anudar piezas sueltas. Lo hace luciendo una medalla que pocos disidentes pueden ostentar: en 2011 derrotó, en su pago, al kirchnerismo.

En el imaginario de los peronistas opositores, la cercanía con Moyano es un síntoma del desgajamiento del dispositivo K. Lo ven como saludable. Sin embargo, su pretensión de recortarse como candidato y epicentro del PJ anti-K en 2013 genera muecas.

Para calmar o sembrar sospechas, aparece Luis Barrionuevo con un alfiler a pinchar el globo Moyano. «Muchachos: avivensé de una vez. El Negro está esperando que lo llame Cristina. Si lo llama, va corriendo a los dos minutos». Logra, de mínima, generar incertidumbre.

Nudo nervioso

La de hoy será la segunda visita pública del camionero a Malvinas. Estuvo semanas atrás, invitado por Guillermo Alchouron, a disertar en el Centro Argentino de Ingenieros como parte de las charlas que organiza la Fundación Consenso Republicano.

Al final acusó un problema de agenda y no concurrió. José Manuel de la Sota sí lo hizo: estuvo anoche en esa tarima e hizo además una ronda con dirigentes del PJ del conurbano. El cordobés y Moyano aparecen como terminales de un mismo nudo nervioso caótico al que se pretende dar un orden.

En esa clave -aunque siempre hay expedientes coyunturales- deben leerse las charlas de los bonaerenses con De la Sota y con Moyano, las del cordobés con Mauricio Macri y los nexos, no tan subterráneos, entre el porteño y el jefe de la CGT Azopardo.

La obsesión, al menos en la teoría, es cómo unir los pedazos luego del fracaso en 2011, de la preinterna en el Peronismo Federal y la posterior derrota de octubre que relegó a las ofertas del PJ anti-Cristina -Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá- al cuarto y quinto lugar de la grilla.

Macri aparece siempre como un acertijo: el porteño quiere una pata peronista; el PJ anti-K pretende un frente. No es una sutileza: lo primero implica subsumirse al armado macrista; lo segundo supone establecer un pacto de -relativas- igualdades entre el peronismo y el PRO.

De la Sota, como hipótesis presidencial, sirve de anestesia para apaciguar la ansiedad y el ímpetu de los dirigentes que gritan, mientras escuchan «la marchita» en Belgrano R, «mi límite es Macri». La verdad es otra: el jefe de Gobierno porteño le escapa al peronismo siguiendo el evangelio de Jaime Durán Barba.

Se derrumbó en el último mes la fantasía mayor: que Daniel Scioli se desmarque de Cristina de Kirchner y se aventure a convertirse en el candidato de un peronismo opositor. Las apuestas en esta lotería están 99 a 1.

Así y todo, a esa «esperanza blanca» se abraza, por caso, el salteño Romero que tiene que renovar su banca como senador el año próximo. 

- Yo confío en que Scioli se convierta en un candidato contra Cristina, se esperanzó el salteño ante Ramón Puerta

- Si vos lográs ese milagro, te hago canonizar -le respondió, risueño, el misionero.

El gobernador bonaerense forma parte es una categoría muy particular: los «Alais» del peronismo, que se aplica a aquellos dirigentes que siempre están en camino para entrar en batalla pero nunca llegan, incómoda metáfora que le reserva la historia al general Ernesto Alais que no llegó para sofocar el levantamiento carapintada de 1987.

El máximo exponente de ese club es Carlos «Lole» Reutemann a quien, desde que Carlos Menem lo quiso hacer candidato en el 97, amaga con subirse al ring. El Peronismo Federal vivió en esa burbuja hasta el año pasado cuando el santafesino se bajo de la interna anti-K.

En el segundo escalón ubican a Scioli. Ante cada rispidez entre los Kirchner y el ahora gobernador, el peronismo lo entrevé como la bala de plata para derrotar a los K. Se trata, claro, de una fantasía que los díscolos hacen sobre el bonaerense. Una proyección, diría un psicólogo.

Algo parecido le imputan a Sergio Massa, otra figura que en sectores del PJ opositor quieren imaginar sentados a su mesa de críticos. Es más: se acusa a Cariglino de ser el fronting para diseñar el armado visible para un candidato todavía invisible: el tigrense.

A Massa y a Scioli, genéricamente, se los imagina como parte del dispositivo electoral K el año próximo.

Una mínima chance le otorgan, en tanto, a Francisco de Narváez sobre quien pesa un reproche fenomenal: haber, en un solo movimiento, producir cuatro daños. «Dejó sin candidato a gobernador al Peronismo Federal, frustró un acuerdo entre el FAP y la UCR, generó la implosión del radicalismo y se suicidó» enumera, detallista, un peronista anti-K.

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