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El universo de Borges se instala en el CCK
En 12 grandes salas, la muestra interdisciplinaria reúne obras de artistas e intelectuales del mundo de las letras, las matemáticas y otras ciencias.
El capítulo dedicado a la fotografía está a cargo del estudioso de la vanguardia argentina, Sergio Baur. La muestra se inicia con una serie de daguerrotipos que ostentan los rostros de los escritores Thomas Carlyle, Charles Dickens y Alfred Tennyson, dato que pone en evidencia que el modo de relacionarse con la imagen de Borges es a través de la literatura. Baur destaca un poema de "Fervor de Buenos Aires" (1923), donde "el autor se refiere al primer procedimiento fotográfico desarrollado por Louis Daguerre, con una de sus habituales metáforas: 'Los daguerrotipos mienten su falsa cercanía de tiempo detenido en un espejo...'", Agrega que "un año antes, su hermana, la artista Norah Borges, había ilustrado la revista Proa con un grabado en clave ultraísta titulado 'Daguerrotipos'. Como en un juego habitual, los jóvenes hermanos dialogan entre la literatura y el arte de manera intensa y fascinante". El curador presenta los daguerrotipos, el verso y la imagen del grabado.
En el prólogo del libro de Miguel de Torre Borges, "Fotos y Manuscritos", Adolfo Bioy Casares cuenta sus andanzas con Borges: "Un día de 1936, cuando salíamos de la imprenta Colombo, con ejemplares del primer número de la revista "Destiempo" recién impresos, Borges me dijo, un poco en serio, un poco en broma: 'Ahora tenemos que fotografiarnos'". Bioy agrega que años después, cuando los fotografiaban a ambos con el equipo de la revista "Sur", su amigo le susurró: "Qué raro que toda persona tenga pequeños duplicados de sí misma. Son como los repuestos de sí que tenía en la tumba el faraón".
La exhibición explora las lúcidas ideas de Borges sobre la fotografía, la presencia en sus textos y un gusto muy definido en la materia. Pero, además, han pasado 30 años desde su muerte y sus retratos renuevan el interés de contemplar su rostro, sus gestos, la apariencia exterior, los "duplicados" del genio que supo ser un personaje frecuente en las calles de Buenos Aires. Y allí está. Eduardo Comesaña persiguió sus expresiones durante una conferencia hasta que lo atrapó con los ojos cerrados, como si se esforzara por abstraerse de todo el ruido y el desorden del mundo. Julie Méndez Ezcurra fotografía a Borges con un jazmín en el ojal durante un paseo por Adrogué. Allí captura un gesto sensitivo y vulnerable, poético y, para algunos, entrañable.
Desde luego, para cualquier retratista, Borges implicaba un desafío, la mirada es el bien más preciado del sujeto a representar. En la sala figura un texto del frustrado Richard Avedon, donde confiesa: "Fotografío a lo que más temo, y Borges era ciego. La gente que venía de afuera sólo podía existir para él si formaba parte de su propio mundo interior, el mundo de poetas y sabios que eran su verdadera compañía. La gente de ese mundo sabía más, discutía mejor, tenía más para decirle. La performance no permitía ningún intercambio. Él se había tomado su propio retrato hacía tiempo atrás, y yo sólo pude fotografiar eso". La expresividad está sin embargo presente en las tomas de Sara Facio, Annemarie Heinrich, Grete Stern, Alicia D'Amico, Sameer Makarius, Pepe Fernández, Amanda Ortega, Diane Arbus, Alicia D'Amico, Daniel Mordzinski, Pedro Luis Raota, Rogelio Cuellar, retratos que demoran al espectador.
Los paisajes de Buenos Aires de Horacio Coppola ocupan un lugar especial; algunos, como los de la esquina de Jean Jaurés y Paraguay y la de la calle Paraguay al 2600, son los que el propio Borges seleccionó para ilustrar su libro "Evaristo Carriego. Vida y obra". Coppola retrata la ciudad platónica de los suburbios que el escritor prefería, sus fotos comparten los atributos de las calles de "Inquisiciones", escapan del tiempo. Las palabras y las imágenes van a la par: "Las líneas horizontales vencen las verticales. Las perspectivas demoradas -de uno o dos pisos, enfiladas y confrontándose a lo largo de leguas de asfalto y piedra- son demasiado fáciles para no parecer inverosímiles".
A través de las diversas muestras del CCK, sobre todo en la bella gira del libro "Atlas" que ocupa toda una sala, Borges, el más universal de los escritores argentinos, confirma muchos años más tarde y durante sus viajes con María Kodama por el mundo, su genuino arraigo porteño, y así lo escribe: "Mi cuerpo físico puede estar en Lucerna, en Colorado o en el Cairo, pero al despertarme cada mañana, al retomar el hábito de ser Borges, emerjo invariablemente de un sueño que ocurre en Buenos Aires".
En el prólogo del libro de fotos de la Argentina de Gustavo Thorlichen, Borges expone sus ideas, elimina "la oposición de natural y artificial, de órgano (el ojo) y de instrumento (la cámara)". Y de este modo, deduce: "El espíritu, empeñado en su milenaria tarea de explorar o crear el universo, formó los órganos sensibles y luego, por obra del cerebro, los instrumentos y las máquinas que son proyecciones de aquellos. [...] Si el ojo es una suerte de cámara, ésta es inversamente una suerte de ojo y es irrazonable negarle participación en tareas estéticas. La cámara ve un poco más que el hombre que la maneja".
Con sabiduría, Borges explica la necesidad de conceptualizar el paisaje: "Pocas regiones del planeta habrá menos visuales que ésta. Consideremos en primer lugar el caso de la pampa. Darwin observa (y Hudson lo corrobora) que esta llanura, famosa entre las llanuras del mundo, no deja una impresión de vastedad a quien la mira desde el suelo o desde el caballo, ya que su horizonte es el de la vista y no excede tres millas; dicho sea con otras palabras: la vastedad no está en cada percepción de la pampa (que es lo que puede registrar la fotografía) sino en la imaginación del viajero, en su memoria de jornadas de marcha y en su previsión de otras muchas. La pampa no se da en una imagen; es una serie de procesos mentales. Lo mismo cabe decir de la abrumadora pero casi inevitable grandeza de Buenos Aires, que ciertamente no es tal cual avenida o tal cual paseo, sino nuestra conciencia de las desparramadas leguas y leguas de casas rectilíneas y bajas".
Baur hace alusión al análisis sobre la especificidad de los problemas narrativos del cine, la fotografía y el relato literario. "En 1932 en su obra "Discusión", valora la estética de la fotografía rusa y sin mencionarlo pareciera acercarse a la obra de Rodchenko". Borges señala con humor: "Los rusos descubrieron que la fotografía oblicua (y por consiguiente deforme) de un botellón [...] es superior a la de mil y un extras de Hollywood, rápidamente disfrazados de asirios y luego barajados hasta la total vaguedad por Cecil B. DeMille". Las imágenes de Rodchenko y las de DeMille están para probarlo.
En el cuento "El Aleph", el curador destaca los rasgos de Beatriz Viterbo y "las circunstancias de sus muchos retratos", que le permiten al protagonista (Borges) volver a estudiar el personaje. La fotografía reaparece como sustituto de la memoria en el cuento "La otra muerte", donde escribe: "Supe que no vería más a Damián y quise recordarlo; tan pobre es mi memoria visual que sólo recordé una fotografía que Gannon le tomó.
Finalmente, la fotografía contemporánea está representada por Alberto Goldenstein, quien presenta en clave actual y con radiantes colores, un recorrido por la ciudad de la década del 20, la de "Fervor de Buenos Aires".
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