23 de noviembre 2009 - 00:00

Los riesgos de aspirar a un rol protagónico

Dicen que no hay dos sin tres. Incluso para Luiz Inácio Lula da Silva, que en los últimos diez días montó en Brasil la escenografía de Medio Oriente -y sus conflictos- con tres visitas de Estado en seguidilla: la de los presidentes Shimon Peres de Israel y Mahmud Abás de la Autoridad Palestina, y hoy con la que inicia Mahmud Ahmadineyad, presidente de Irán.

La tercera, la de Ahmadineyad, si no es la vencida, es al menos la carta más fuerte que juega el Gobierno de Lula da Silva en el nuevo rol que quiere arrogarse: el de mediador internacional. Algo que ya intentó -hasta ahora con flacos resultados- en Honduras, con el regreso de Manuel Zelaya a la embajada brasileña en Tegucigalpa. Mucho más ambiciosa, sin embargo, es la búsqueda de un protagónico fuera de lo latinoamericano y dentro del teatro político mundial, como son el conflicto árabe-israelí y el encuadre de Irán y su amenaza nuclear.

Según Brasilia, este lugar en el casting internacional le corresponde tanto por el liderazgo carismático de Lula da Silva, como por su desarrollo y peso económico a nivel global. En ese sentido, como saldo de las primeras visitas, además de repudiar la expansión de asentamientos israelíes en Cisjordania, la única propuesta en firme fue la de un partido de fútbol entre la selección brasileña y un combinado palestino-israelí. Idea de Lula, bien simpática. Aunque difícilmente un picadito componga los entuertos de cuatro décadas entre Israel y el mundo árabe.

En cuanto a la visita más polémica, la de Ahmadineyad, el iraní ya marcó la cancha aun antes de llegar. En una entrevista a TV Globo difundida el fin de semana, el líder persa propuso a Brasil «una amplia cooperación nuclear». Aunque aclaró que era para usinas generadoras de electricidad, se hermanó con nuestros vecinos al decir que «Brasil e Irán tienen dificultades parecidas para el desarrollo de tecnologías propias en el campo nuclear». Por si quedaba alguna duda, puso más sal en la herida al agradecer a Brasil que «siempre le haya dado apoyo a Irán en cuanto a tecnología nuclear».

Más que marcarles la cancha a los brasileños, lo del iraní fue un golazo. Echó por tierra los argumentos brasileños de que en la comitiva de 200 empresarios procedente de Teherán no venía una sola propuesta para temas nucleares, y que entre los 80 funcionarios que acompañan en 2 aviones a Ahmadineyad hay en carpeta 23 acuerdos bilaterales en energía, petroquímica, alimentos y medicamentos. Y ninguno, obviamente, nuclear, dentro de la consigna oficial de potenciar el comercio bilateral y llevarlo de 1.300 a 15.000 millones de dólares.

La cercanía entre Brasilia y Teherán no es nueva. Baste recordar que en Marrakesh, en noviembre de 2007, durante el plenario de Interpol sobre el caso AMIA, llamó la atención la abstención de Brasil al momento de votar (en esa oportunidad, Venezuela no se presentó, y EE.UU. y Ecuador votaron con la Argentina). Según trascendió, en Brasilia habrían prevalecido razones de cooperación con Teherán para abstenerse.

Si bien en 1965 el sha Reza Pahlevi recaló por Brasil, la llegada del polémico Ahmadineyad por primera vez a Brasil se da en momentos en que a los cinco países del Consejo de Seguridad de la ONU (EE.UU., Gran Bretaña, Francia, Rusia y China) además de Alemania, se les acaba la paciencia frente a la dilatada respuesta de Teherán respecto de si sus programas nucleares tienen finalidad bélica o no. Según dicen en el Gobierno de Lula, para EE.UU. esta visita a Brasil es una «oportunidad» de desenredar el nudo iraní. Pero el Departamento de Estado no confirmó, hasta hoy, esa especie.

Desde su elección en 2005, Ahmadineyad estuvo tres veces en Venezuela, además de Ecuador, Nicaragua y Bolivia y recibió cuatro veces a Hugo Chávez. Brasil, en cambio, tiene el curioso privilegio de ser el primer país occidental en recibir al iraní después de su controvertida reelección en junio pasado. Pero no ayuda mucho para su buscado rol de líder internacional que esta visita sea una escala más dentro de un periplo que incluye paradas posteriores en La Paz y Caracas. Es que, más allá de sus intenciones comerciales, el viaje de Ahmadineyad deja estampado al Brasil de Lula da Silva en la ruta bolivariana.

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