Hace un tiempo hubo una moda mundial de películas rumanas. Algunas eran realmente notables, por la crudeza de sus temas y el suspenso. Buenos ejemplos, “La muerte del señor Lazarescu” (Cristi Puiu, vía crucis de un viejo en busca de una cama de hospital) y “Cuatro meses, tres semanas y dos días”, ambientado en lejanos tiempos (Cristian Mungiu, dos chicas buscan alguien que haga abortos clandestinos). Pero no todas alcanzaban ese nivel, aunque usaran los mismos recursos. Ahora, el cine rumano vuelve a estar presente en la cartelera local. Y lo hace con las mismas características.
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“Milagro”: retorna el cine rumano con un drama sórdido

“Milagro” se divide en dos partes. Primero, una novicia todavía adolescente viaja en taxi desde el convento al hospital. En el camino cambia los hábitos por un vestido, en el hospital cambia de especialista, y al salir, errante y perturbada, comete el error de cambiar de taxista. En la segunda parte, un oficial de policía hace una serie de interrogatorios, planta algunas pruebas, pasa por su casa, saluda a sus niños, y con otros policías lleva a un detenido al lugar donde indefectiblemente el otro tendría que confesar. La primera parte culmina con una escena de cinco minutos de pantalla en negro, donde sólo se oyen los gritos de una víctima. La segunda, con un abuso policial insoportable, que por suerte ocurre sólo en la cabeza del abusador. O no, según quiera entenderlo el espectador.
Casi todos son personajes antipáticos. Casi nadie cree en Dios, ni en milagros. La palabra que da título al film se escucha sólo dos veces. Una, en la frase descreída de un médico respecto a la salvación de su país. Otra, en el informe de una doctora respecto a la salud de un niño en el vientre de su madre. No contamos más, sólo advertir que esto quizás hubiera sido mejor con media hora menos, que los actores son buenos, y que el autor, Bogdan G. Apetri, tiene dos obras anteriores: “Periferic”, drama de una condenada con salida transitoria, y “Neidentificat”, drama de un policía obsesionado por lograr una confesión. Ambos conflictos se conjugan en este “Milagro”.
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