17 de diciembre 2018 - 00:01

El enorme desafío de escapar de los factores coyunturales

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La economía argentina es una montaña rusa, puro vértigo, que conlleva un sinfín de emociones e ilusiones, así como también mucho desencanto. No recuerdo periodo, por lo menos de los últimos años, donde haya tanta percepción de frustración como la que se ha vivido durante los últimos meses de este año. Y no es para menos, el deseo de cambio y de normalización económica era muy grande, pero el cimbronazo modificó el escenario radicalmente.

El gradualismo económico de Cambiemos enfrentó un brusco ajuste no deliberado de doble shock, sequía más corrida cambiaria (desequilibrio monetario mediante), que generó un fuerte cambio en el escenario económico de este año. Se esperaba que la economía se expandiera 3,3% cuando iniciaba el año (con 22% de inflación), pero estará terminando con una contracción del orden de 2% del PBI (y 47% de inflación).

Pasamos de intentar romper la dinámica recesiva de los años pares (el “serrucho”) y crecer durante dos años consecutivos, cosa que no sucedía desde 2011, a una agudización del escenario de estanflación que nos acosa desde entonces. Con este punto partida, las posibilidades de recuperación y crecimiento para el 2019 estarán muy condicionadas por cuatro elementos, todos ellos coyunturales.

En primer condicionante serán las secuelas de la corrida cambiaria y del escenario recesivo del segundo semestre. La devaluación aceleró el proceso inflacionario produciendo una importante caída en los ingresos reales (salarios, jubilaciones, pensiones y demás transferencias). Se suma a esto una pérdida de empleo producto del menor nivel de actividad, lo que ha implicado menores recursos disponibles en los agentes. La consecuencia directa es un nivel de consumo que se retrae fuertemente. Es de esperar que a medida que la inflación vaya cediendo y se logre recuperar algo del ingreso real perdido, el consumo empiece a levantar. Pero no se vislumbra un boom significativo del mismo. De suceder, será solamente una leve recuperación parcial, con lo cual, el año que viene estará condicionado inercialmente por la situación actual. El “consumo”, principal componente desde el lado de la demanda, tendrá poca potencia en la próxima fase de recuperación.

El segundo elemento a considerar tiene que ver con el programa de estabilización que se implementó juntamente con el FMI para frenar la crisis cambiaria. Según el mismo, la política económica será contractiva por partida doble: en el frente fiscal, la necesidad de lograr el equilibrio fiscal implica menos gasto y más recaudación con la cual el gobierno se queda sin herramientas fiscales para estimular la economía en un año electoral. El motor “gasto público” no podrá ser activado.

En el otro frente del programa, el monetario, el plan implementado por las nuevas autoridades del BCRA apuntó a estabilizar el tipo de cambio (objetivo que han logrado) y a reencausar un sendero inflacionario descendente. Es por eso que desde la política monetaria esperamos tasas de interés elevadas, aunque en descenso, y restricción de la cantidad de dinero, lo cual también limitará la recuperación de la economía a través del crédito y de la inversión.

Un tercer condicionante tiene que ver con las elecciones presidenciales que se llevarán a cabo en el mes de octubre. El factor expectativas ira en ascenso a lo largo del año, y será crucial cuando nos acerquemos a la contienda electoral. Repercute en muchos frentes, pero tiene alto impacto en dos variables. Por un lado, hasta que no se despejen los comicios, será muy poco probable que pueda volver la confianza en los activos argentinos y que así logre retroceder el riesgo país. Este punto es vital entendiendo las necesidades de refinanciamiento de deuda que tenemos en los próximos meses y años. Más riesgo país es más costo de financiamiento para Argentina, tanto para el sector público, complicando el roll over de la deuda, como para el sector privado, complicando la obtención de financiamiento para proyectos de gran escala. El segundo ítem para considerar tiene que ver con la inversión real. Mientras persista la incertidumbre respecto a la continuidad o no del proyecto político de Cambiemos, tanto empresarios de afuera como locales no tendrán incentivos suficientes para realizar inversiones en el plano real, producto de la imprevisibilidad que genera en materia de negocios y reglas de juego. Con lo cual, es de esperar, que el motor de “inversión” tampoco sea uno de los drivers que pueda colaborar con la reactivación.

El cuarto y último factor tiene que ver con el frente externo. Tasas de interés de la Reserva Federal de EE.UU. en ascenso y eventual agudización de la salida de capitales de países emergentes, continuidad de la guerra comercial entre EE.UU. y China y retorno a políticas de corte más proteccionista en algunas regiones anticipan un año movido en materia de economía internacional, con lo cual habrá que tomar algunos recaudos. Por la positiva, la región en general está firme, y en Brasil podremos encontrar un impulso positivo de la mano del nuevo gobierno.

Como se puede apreciar, el escenario económico para el 2019 estará muy condicionado por elementos estrictamente coyunturales. Será un año que habrá que transitar cuidadosamente, pensando en concluir la estabilización y comenzar una nueva fase de recuperación de la mano del campo, las economías regionales, el turismo, Vaca Muerta y Brasil. Los elementos estructurales, como la reforma tributaria, eficiencia del gasto público, situación previsional, reforma laboral, desarrollo del mercado financiero, apertura comercial, etc., que son los que necesita la economía para pensar en un sendero de crecimiento sostenido a lo largo del tiempo, deberán esperar al próximo mandato presidencial que se iniciará el 10 de diciembre de 2019.

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