2 de enero 2007 - 00:00
Borges inspira a 25 conocidos arquitectos
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Estas ideas se vieron afirmadas en el XVII y el XVIII, gracias a una práctica cuantitativa y cualitativa. Los retratos, las caricaturas, los bocetos y las ilustraciones contribuyeron a la emancipación del dibujo. Pero también la arquitectura hizo un aporte esencial y creó un arte propio, el de la representación arquitectónica. Representar es el significado primario de «dibujar. Desde el punto de vista sociocultural, la representación es el conjunto de manifestaciones por medio de las cuales una sociedad expresa y realiza sus modos de vivir y pensar, su concepción del mundo, sus creencias y valores, su literatura y su arte. La arquitectura integra ese sistema y ayudó a establecerlo, por eso puede definirse como la invención de un paisaje cultural, que supone acuerdos entre espacio geográfico y tiempo histórico, entre sociedad y arte. La consistencia auténtica de la arquitectura reside en su «ser un lugar», en su «producir un lugar», como fruto del encuentro enriquecedor de las culturas regionales.
En el caso singular de Buenos Aires, Borges en un poema sintió a su ciudad «tan eterna como el agua y el aire». Sin duda, Buenos Aires no es eterna, como afirmaba nuestro poeta, uno de los máximos escritores del mundo contemporáneo, quien decidió morir en Ginebra para evitarle a su ciudad el espectáculo de ese viaje definitivo. Pero si es cierto que Buenos Aires merece ser descubierta «con lucidez y avidez», como Borges se propuso hacerlo y como lo han hecho sus arquitectos de hoy cuyos dibujos se expondrán en el IVAM de Valencia.
Cuando fue Capital de un Virreinato -entre 1777 y 1810, poco más de 30 años-, Buenos Aires era casi una aldea que no se extendía más allá de la actual Plaza de Mayo. Pero, una vez independizada de España, Buenos Aires fue creciendo. Pero fue sólo en 1880, convertida en Capital de la República, cuando comenzó su existencia como la gran ciudad de América latina. La Argentina inició la era de su modernización desde Buenos Aires y con Buenos Aires. Arquitectos franceses, británicos y alemanes fueron cubriendo Buenos Aires de estupendos edificios públicos, casas de departamentos, residencias palaciegas. Paisajistas famosos crearon plazas, parques, paseos y jardines. En los tiempos del tranvía, Buenos Aires tuvo 850 kilómetros de rieles, y fue por eso, reconocida en el mundo entero como «la capital del tranvía». El primer subte de América latina circuló por sus entrañas en 1913.
En 1929, nada menos que Le Corbusier afirmaba que en Buenos Aires había «sonado la hora de la arquitectura». Entonces, nuestra ciudad era «la París de América». Poco a poco, los estilos modernos la empezaron a singularizar, lejos de París y Nueva York, y cerca de su propia idiosincrasia. Razón tenía Le Corbusier, y los arquitectos argentinos comenzaron a esbozar otra ciudad de torres de oficinas y viviendas, que iría extendiéndose entre los grandes palacios Beaux-Arts y los edificios Art Nouveau y Art Deco.
Toda la ciudad ha ido renaciendo, aún en los últimos tiempos, en sus construcciones antiguas, que son recuperadas y recicladas, empezando por los viejos mercados, y siguiendo por los edificios de la avenida de Mayo -la primera en su tipo de la América latina, habilitada en 1894-, las Galerías Pacífico, los galpones de Puerto Madero, el Asilo de Ancianos, y otros tantos testimonios del paisaje urbano de ayer y de siempre. Nuevos parques, nuevas calles y avenidas se han ido sumando a la ciudad. Terrenos largamente vacíos son por fin ocupados, por rascacielos como el distrito de Catalinas Norte, al borde del reconquistado río fundador.
Buenos Aires también ha suscitado un torrente similar de narrativa, poesía, teatro, música y memorias. El poeta nicaragüense Rubén Darío, que lanzó desde Buenos Aires la revolución modernista en la literatura en lengua española, a fines del siglo pasado, llamó a Buenos Aires: Cosmópolis. Y quién sabe si esta ciudad no es una sucursal del cosmos, y por eso, tan eterna como el agua y el aire, según quería Borges.
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