«Simone» («Simone», EE.UU., 2002; habl. en inglés). Dir.: A. Niccol. Int.: A. Pacino, C. Keener, P. T. Vince, R. Roberts y otros.
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"Simone" se apoya en una única idea, y ni siquiera demasiado novedosa: la de mostrar qué ocurriría si un director de cine, harto de las veleidades de las estrellas, decidiera convertir en protagonista de sus películas a una actriz «virtual», generada por computadora. Una vez expuesta y desarrollada esa idea (lo que ocurre antes de la media hora de proyección), la historia ya no encuentra alternativas ni sorpresas que le permitan sostener, con igual intensidad, el interés inicial. Todo se transforma, desde entonces, en monocordes variaciones sobre el mismo tema, muy lejos de lo que ocurría en «La rosa púrpura de El Cairo», donde el punto de partida era un actor que salía de la pantalla.
En ese sentido, es inevitable imaginar cuán diferente habría sido este proyecto en manos de Woody Allen, sobre todo con un guión suyo. El personaje de Al Pacino, a quien la comedia le sigue siendo más esquiva que a De Niro, es una copia textual del homo alleniano: un intelectual perdedor, que se obstina en seguir filmando películas de arte, y a quien ha abandonado su mujer ( Catherine Keener), una productora que triunfa en Hollywood. Sólo le falta tener como rival un ejecutivo exitoso, y alemán.
Esa influencia es visible desde la primera escena cuando Pacino, que parece estar parodiando a Allen, discute con la frívola Winona Ryder, quien termina de plantarle un rodaje porque el trailer que le han otorgado es demasiado bajo y porque las pastillas de fruta en su camarín no son exclusivamente rojas.
Pero la solución está a un paso: un excéntrico fan suyo, al que le quedan pocos días de vida, le trae el remedio a todos sus males, un programa de computación que crea a la actriz virtual Simone, o S1mOne por «Simulation One» (interpretada por la modelo de Vogue Rachel Roberts), y cuyo empleo le permitirá prescindir para siempre de toda la estupidez humana, característica, como es sabido, mucho más grave cuando de starlets se trata.
•Fatiga
Confiando seguramente en las múltiples posibilidades de este recurso, y engolosinado con los efectos visuales que resultan de jugar con las imágenes de la cyber-bella Simone, el guionista y director Andrew Niccol desarrolla una trama que no tarda en mostrar su fatiga. Lo que una primera vez resulta eficaz, a la quinta empieza a saturar: desde su ex mujer y su hija hasta los encarnizados paparazzi, pasando por sus compañeros de elenco, todos quieren saber quién es la bella desconocida.
Desde luego, el hecho de que nadie en la película sospeche, ni por un instante, que Simone sólo es una combinación de bits, pone seriamente a prueba lo que en cualquier ficción se conoce como «suspensión de la incredulidad»: es natural que el espectador acepte, cada tanto, alguna licencia en el orden de lo verosímil; sin embargo, suponer que ninguno de los tiburones de Hollywood se dé cuenta del truco de Pacino resulta tan creíble como la virginidad de Thalía.
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