25 de enero 2007 - 00:00

Clint Eastwood: sobre héroes y propaganda

«La conquista del honor» hace un notable examen del camino que va del heroísmo auténticoal usufructo posterior por la propaganda patriótica.
«La conquista del honor» hace un notable examen del camino que va del heroísmo auténtico al usufructo posterior por la propaganda patriótica.
«La conquista del honor» («Flags Of Our Fathers», EE.UU., 2006, habl. en inglés) Dir.; C. Eastwood. Int.: R. Phillippe, J. Bradford, A. Beach, J. Bell.

Luego de tantas y tantas peliculas sobre la Segunda Guerra Mundial, buscar la obra definitiva sobre la Guerra del Pacifico seria un sinsentido. En todo caso, Clint Eastwood no hizo una sola pelicula sino dos, filmadas «back to back» (es decir al mismo tiempo, aprovechando equipo técnico y decorados para ahorrar costos), entendiendo que si bien «La conquista del honor» podía bucear en distintos aspectos de la guerra, no podía llegar a tanto como estudiar los conflictos del enemigo, dejándolos para el film de próximo estreno «Cartas desde Iwo Jima», que ha corrido con más suerte a la hora de las nominaciones al Oscar.

En la Guerra del Pacifico, la invasión a la isla de Iwo Jima tuvo la importancia de constituir el primer desembarco en auténtico suelo japonés. Ese combate y el posterior en Okinawa fueron sangrientas carnicerías en las que la invasión aliada no lograba quebrar la actitud suicida de un ejército japonés que se negaba a aceptar su derrota. Sin embargo los terribles combates en Iwo Jima no suelen ser tan recordados como una de las fotos más famosas del siglo XX.

Seis soldados levantan la bandera americana sobre una de las montañas de Iwo Jima, dando una imagen de victoria que, si bien no era real -la batalla continuó durante más de un mes-, ayudó notoriamente a levantar la alicaída moral de la opinión pública norteamericana. La película de Clint Eastwood se las arregla para intercalar magníficas puestas en escena de los combates con las posteriores dramatizaciones de propaganda a las que, presionados por el gobierno, tuvieron que someterse los sobrevivientes de la foto -para colmo no hubo una sola bandera, sino dos, y la de la foto era la de repuesto.

Eastwood explica la importancia de vender bonos del gobierno en un momento donde ya no había dinero para balas y el dólar estaba por el suelo. También aporta diálogos ingeniosos, como cuando unas chicas de ambigua profesión se le acercan a uno de los soldados, lo que da lugar a que un funcionario pida un brindis «por los profesionales».

La película recurre a todos los tonos, desde esos apuntes irónicos hasta momentos emotivos, describiendo la paulatina fractura de estos héroes obligados a clavar banderas en montañas de papel maché. Entre tanto ir y venir se puede notar cierto alargamiento de una narración que prescinde de figuras estelares para armar un rompecabezas digno del momento épico a contar, con momentos memorables. En ese sentido, la utilización de modernos efectos especiales logra una puesta en escena única para contar la invasión. Curiosamente, una de las escenas más intensas de la película no tiene que ver con el combate en sí mismo, sino con un blues acompañado por los soldados desde sus guitarras justo antes de entrar en la batalla.

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