29 de junio 2005 - 00:00
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Entre tinieblas: Tim Robbins, Dakota Fanning y Tom Cruise escudriñan a los extraterrestres
en «La guerra de los mundos», de Steven Spielberg.
Spielberg parece haber vuelto a recordar a su descubridor, Rod Serling, que en su «Dimensión desconocida» aprovechaba cualquier relato fantástico para enfrentar al público con angustiantes asuntos sumamente reales. Quizá por eso sus muchedumbres fugitivas pueden matar para hacerse de un auto que funcione, y el héroe que lo conduce ni piensa en socorrer a nadie más que sus hijos.
Por supuesto, «La guerra de los mundos» de Spielberg no puede no ser un gran espectáculo con ciudades arrasadas, multitudes aniquiladas, ejércitos diezmados y toda la gama del cine catástrofe desparramada a lo largo de los vertiginosos 116 minutos de proyección. Autos, trenes, aviones, tanques, muchísimos peatones, y sobre todo un ferry que casi le gana al Titanic de Cameron son destruidos sin pausa por el ataque extraterrestre. Casi no hay chistes (salvo el susto de un alien ante una bicleta, brillante gag «E.T.» en medio de una tensión espantosa), y hasta John Williams compuso una partitura que por primera vez en años no suena como sus bandas de sonido de siempre.
La fotografía de Janus Kaminsky tiene mucho más que ver con sus ya clásicas masacres y genocidios de la Segunda Guerra que con las criaturas jurásicas y mundos futuros de otros trabajos para Spielberg. En cambio, los efectos visuales del eterno ganador del Oscar Dennis Muren, junto al no menos talentoso artista digital argentino Pablo Hellman, se aproximan al asunto de un modo mucho más sutil y original de lo esperado.
En su despliegue de efectos especiales, la película no sólo es sumamente fiel a la novela de Wells, sino también al concepto del director de mostrar un horror de gran escala enfocando el detalle chico de la visión limitada de personas ordinarias que no paran de huir como ratas haciéndose daño unos a otros.
Nadie mejor que Tom Cruise para poner el rostro a este muchachito deleznable que en el momento más cruel del film se asocia momentáneamente con el desesperado sobreviviente Tim Robbins. Su trabajo es lo suficientemente intenso y personal como para satisfacer al espectador tan exigente como para esperar gran calidad actoral en una película del director de «E.T» y «Jurassic Park».
Los fans de la producción de Pal sólo recuerdan a Ann Robinson por ser la que recibe una palmadita de una mano de tres dedos, y del mismo modo la pequeña Dakota será recordada en este film aullando en el reflejo del ojo marciano que la busca en un sótano siniestro. Y verlo a Cruise cubierto de las cenizas de sus vecinos pulverizados se aleja bastante de la imagen arquetipica del chico de «Jerry Maguire».
En todo caso, Ann Robinson y Gene Barry aparecen homenajeados justo antes del final, cuando el talentoso narrador Morgan Freeman vuelve a darle el tono justo al último párrafo del texto escrito por H.G.Wells en 1998, cuando igual que ahora, seres civilizados querrían exterminarse entre sí, olvidando que siguen siendo los microbios los que dominan la tierra.


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