24 de abril 2003 - 00:00
Divierte Pastur perturbado por males bien argentinos
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De la terapia de vidas anteriores a Lacan o Melanie Klein, pasando por Freud, la terapia de grupo o el psicodrama, a todo recurre el desorientado personaje en busca de un sentido para su existencia. Como, además, gana un mísero sueldo que a veces le tragan los cajeros, su vida es un desastre y, para colmo, su relación con las mujeres es un enredo total. Como si fuera poco, lo despiden del empleo. Finalmente, alguien le receta unas pastillas que él comparte generosamente con el público y encuentra en esa droga, cuyo nombre ignora, el alivio que proviene de la total ignorancia de los problemas.
Aunque sin profundizar mucho y de forma algo confusa en la primera parte, Marcucci encara con gracia la realidad actual, logrando un espectáculo divertido. Aldo Pastur anima acertadamente al protagonista que va enloqueciendo progresivamente. Pero, por momentos se tiene la impresión de que la dirección de Omar Aíta no ha sido lo suficientemente rigurosa. Los gestos maníacos del personaje que aparecen al principio no perduran a lo largo de la pieza, con lo que su carácter se desdibuja un tanto. Cuando Pastur la estrenó en el ciclo «Sólo Monólogos», tomó solamente la última parte (la más lograda de las tres historias) y tanto su desempeño como el del director fueron impecables.
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