24 de abril 2003 - 00:00

Divierte Pastur perturbado por males bien argentinos

Aldo Pastur
Aldo Pastur
«Lo peor ya pasó», de Carlos Marcucci. Dir.: Omar Aíta. Int.: Aldo Pastur (Taller del Angel).

A lgunas costumbres de nuestra época, a poco que se las distorsione, resultan extravagantes y ridículas, aunque en nuestro país tengan también su costado angustioso.

El hombrecito creado por Carlos Marcucci en «Lo peor ya pasó» sufre los avatares actuales, sin poder superarlos. Perdido en la selva de la tecnología, a la que no puede adecuarse por su torpeza (pero también por el mal funcionamiento típicamente argentino), añora el trato de persona a persona, se debate en su soledad y minuto a minuto se vuelve más fóbico. Acosado por los pitidos de los teléfonos celulares, espantado ante la proliferación de contestadores telefónicos, aterrado ante la inseguridad de los cajeros automáticos, su razón va naufragando de a poco. Se rebela, patea, insulta, pero todo es en vano. No hay quién ponga la cara, apenas una voz que dice «un minuto, por favor» y luego lo abandona con una musiquita que sigue y sigue, llevándolo a la exasperación.

•Terapia

Cae entonces en manos de los «analistas» y va recorriendo todo el espinel: desde los psicólogos que cobran 10 pesos por sesión, hasta los más prestigiosos y, por eso, más caros. El personaje entra y sale de los distintos consultorios a un ritmo frenético y Marcucci ilustra con pequeños sketchs las distintas escuelas y variadas técnicas a las que se entrega el hombrecito para tomar coraje.

De la terapia de vidas anteriores a
Lacan o Melanie Klein, pasando por Freud, la terapia de grupo o el psicodrama, a todo recurre el desorientado personaje en busca de un sentido para su existencia. Como, además, gana un mísero sueldo que a veces le tragan los cajeros, su vida es un desastre y, para colmo, su relación con las mujeres es un enredo total. Como si fuera poco, lo despiden del empleo. Finalmente, alguien le receta unas pastillas que él comparte generosamente con el público y encuentra en esa droga, cuyo nombre ignora, el alivio que proviene de la total ignorancia de los problemas.

Aunque sin profundizar mucho y de forma algo confusa en la primera parte,
Marcucci encara con gracia la realidad actual, logrando un espectáculo divertido. Aldo Pastur anima acertadamente al protagonista que va enloqueciendo progresivamente. Pero, por momentos se tiene la impresión de que la dirección de Omar Aíta no ha sido lo suficientemente rigurosa. Los gestos maníacos del personaje que aparecen al principio no perduran a lo largo de la pieza, con lo que su carácter se desdibuja un tanto. Cuando Pastur la estrenó en el ciclo «Sólo Monólogos», tomó solamente la última parte (la más lograda de las tres historias) y tanto su desempeño como el del director fueron impecables.

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