Tom Hanks produjo y le da voz y cuerpo a varios personajes en «El expreso polar», hermosa fábula de Navidad.
«El expreso polar» («The Polar Express», EE.UU., 2004; habl. en inglés y dobl. al español). Dir.: R. Zemeckis. Voces (en versión inglesa): T. Hanks, L. H. Zemeckis, E. Deezen y otros.
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"El expreso polar" es el «Qué bello es vivir» de los años de la animación digital. Y no porque se trate del mismo argumento tamizado por las actuales rutinas computarizadas, sino porque a través de ellas sobrevive (o renace, para emplear un término navideño) ese mismo espíritu que inspiró al clásico de Capra, con una sensibilidad y un arte modernos pero reconocibles en esa tradición: el espíritu de lo luminoso y melancólico, sin una pizca de esa recriminación de púlpito que impregna otros cuentos de Navidad, como el de Scrooge y sus numerosas variaciones.
Basada en un relato breve de Chris van Allsburg, la película es tan deslumbrante como sombría (toda buena leyenda de fantasmas navideños ha de ser ligeramente sádica), y carece de la petulancia habitual de las superproducciones animadas que, como ésta, costaron 150 millones de dólares. Está dirigida a los chicos, desde luego, pero en todo momento, como se confirma al final, subyace la sospecha de que la voz del relato es la del adulto que recuerda las postrimerías de su inocencia, y también a él le habla el film.
La larga noche que atraviesa el Expreso Polar no es la del sueño sino la de la duermevela, más ambigua, más fantástica, por lo que combina de real e imaginario. También así lo hace el film, compaginando movimiento de actores con animación digital en una técnica novedosa, denominada CGI ( Computer Graphics Imaginery). Por fortuna, ese procedimiento no es arrogante protagonista, sino que sirve para sostener, estéticamente, la ambigüedad onírica que se ha buscado.
La historia refiere aquel momento en el que todo chico desconfía de la existencia de Papá Noel, y a través de una fábula optimista termina verificándola. Por la puerta de su casa pasa tronando, sobre la nieve, el expreso que lo llevará al Polo Norte; allí, entre los elfos, lo verá cara a cara. Si llegara a ser más afortunado aun, podría ser el elegido para recibir el primer regalo de Navidad de manos del Gran Viejo. De vuelta a casa, junto a unos padres que sólo finger creer para que no se pierda la magia, tal vez él retenga entre las manos un testimonio real de su viaje fantástico. Hermosa parábola, la misma que tanto amaba Borges en el poema de la rosa de Coleridge.
El diseño artístico del film obtiene un cromatismo ideal, en especial en los tonos de los interiores del tren, casi a la manera de los nostálgicos cuadros de Edward Hopper. El vagón al que trepa el Héroe Niño, escasamente ocupado por esos otros chicos que han perdido la fe, recuerda los paisajes suburbanos del gran pintor norteamericano, como un «Halcones de la noche» infantil. Tom Hanks fue el absoluto generador de este proyecto que produjo él mismo, y para el que convocó al director Bob Zemeckis («¿Quién engañó a Roger Rabbit?»). En el film, le dio su voz a seis personajes distintos (el niño, el padre, el guarda del tren, Santa Claus, el mendigo fantasma y un títere), y prestó las facciones de su rostro para algunos de ellos. La música de Alan Silvestri es dulce y bella, y elude el riesgo del villancico hollywoodense. También fue un acierto haber incorporado clásicos del repertorio con las voces de Bing Crosby o las Andrew Sisters.
En nuestro país, si bien no se disfrutará de la versión en tercera dimensión (con anteojos especiales) con la que se exhibe en algunas salas norteamericanas, al menos se tiene la posibilidad de elegir entre copias subtituladas o dobladas, para los más chicos. Y el doblaje en este caso, a diferencia de lo que ocurre con «Los increíbles», es respetuoso: no sólo por el empleo de un español «neutro», sino porque cada vez que aparece texto se modifican en pantalla las imágenes para adecuarlas al idioma que se está oyendo.
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