«8 Mile -Calle de Ilusiones» («8 Mile», EE.UU., habl. en inglés). Dir.: C. Hanson Int.: Eminem, K. Basinger, B. Murphy, M. Phier, E. Jones, O. Benson Miller, C. Greenfield.
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Aun suavizado por el engranaje hollywoodense, el fenómeno Eminem ayuda a que «8 Mile-Calle de ilusiones» aporte cosas que no siempre se ven, ni se escuchan, en la pantalla de un multiplex.
Al igual que tanta película clásica de cantantes, «8 Mile» es un drama autobiográfico que muestra cómo nace una estrella en medio de un ambiente marginal, donde no hay un sólo detalle a su favor. Claro que Eminem no es precisamente el Palito Ortega de las biopics de Enrique Carreras: lo interesante de su personaje es cómo vuelve todos los elementos en contra a su favor, y justamente por eso las licencias que se toma el guión con su las partes más ásperas de su biografía le quitan sabor a su triunfo final.
•Protagonista
Eminem aparece en el papel de su un un rapper blanco muy parecido a sí mismo: Jimmy Smith, alias B-Rabbit, es lo peor de la «basura blanca» del suburbio de Detroit conocido como 8 Mile. Eso de vivir en una casa rodante estacionada en un barrio malo es un lugar común, pero cuando los personajes se angustian porque incluso de ahí también los van a desalojar, entonces el espectador sabe que está ante un melodrama de primer nivel (y no por nada Curtis Hanson deja ver una escena clásica de «Imitación de la vida» de Douglas Sirk).
Con una madre desastrosa sólo preocupada en su impresentable amante joven, una hermanita traumada, un trabajo que sólo quieren los ex-presidiarios, chicas infieles o problemáticas y una banda de amigos calamitosa, B-Rabbit tiene náuseas, se queda mudo en escena, lo hostigan en la fábrica, lo humillan en todos lados, lo engañan y lo muelen a palos. A diferencia de Rocky o el Karate Kid, el desgraciado protagonista ni siquiera tiene alguien que le dé consejos sabios o lo presione demasiado a potenciar su talento.
A medida que las desgracias se suman -no siempre sin algún diálogo divertido o una situación intensa de por mediola actuación de Eminem crece a pasos gigantes. Algún viejo productor de los films de Elvis hubiera descartado un guión en el que Eminem casi no canta. Lo que pasa es que la trama se detiene antes de que el anti-héroe triunfe de verdad, y lo que narra es la acumulación de vapor que culminará en una antológica explosión de rap interracial agresivo. Curtis Hanson, director muy talentoso y también muy realista, supo equlibrar los complicados elementos de la historia de Eminem para que todo el mundo termine contento: Kim Basinger es sórdida -pero no está aprovechada del todo-, Eminem es un chico jorobado, pero nunca políticamente incorrecto del todo; la violencia en las calles es un problema, pero de algún modo las pandillas tienen siempre un poco de sentido común.
El lado bueno es una película que no apela más de lo necesario a los lugares comunes del género, y que describe como pocas el lado tercermundista incrustrado implacablemente en el corazón del primer mundo.
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