En su propuesta está tan presente el lenguaje de la danza (sin hablar de la expresiva teatralidad de sus bailarines que ya es todo un lujo) como también diversos recursos provenientes de la plástica. Todos estos elementos permiten potencializar la fuerza dramática de la obra, en la que todo lo que acontece logra sacudir la conciencia del espectador por diferentes vías: textos, body painting, acciones grupales, desplazamientos en el espacio y demás.
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De alguna manera, todo lo que se ve y se escucha en la obra va más allá de los sentidos, pero ¿quién podría echar al olvido imágenes tan pregnantes? Una de ellas tiene que ver con cuerpos semidesnudos acomodándose muy suavemente, y como pidiendo permiso, en algo parecido a una fosa común. Otra, muestra a una pareja de bailarines (trucada) con sus piernas invertidas. El efecto tiene su costado cómico, pero finalmente deja una huella siniestra ya que remite a un miedo atávico: la pérdida de integridad corporal.
«Körper» ofrece múltiples posibilidades de lectura (se habla de venta de órganos y manipulación científica, de las cirugías estéticas y de los exterminios en masa) es por eso que resulta muy difícil no caer en la tentación de describir cada resolución dramática de este exquisito montaje, que incluye también una deslumbrante concepción espacial y sofisticados dispositivos escénicos.
Pero Sacha Waltz y el dramaturgista Jochen Sandig (su esposo para más datos) utilizan este gran arsenal de recursos para señalar el creciente desprecio por la vida humana que se ha adueñado del mundo de hoy. Y aunque la mirada de ambos artistas es en el fondo piadosa y ajena a maniqueísmos, logra reabrir una herida muy profunda, relacionada con hechos brutales del pasado que la humanidad, de tanto en tanto, intenta repetir.
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