14 de octubre 2001 - 00:00

La abstracción: un vigente influjo sobre los artistas

Obra de Kacero.
Obra de Kacero.
En la calle Alsina, desde que se inauguró «Sortilegio», muestra que gira en torno a la abstracción producida en estos últimos años, la vidriera del Fondo de las Artes seduce con la obra de Sergio Avello, acaso la más representativa del espíritu que anima la muestra.

El cristal aparece dividido en bandas luminosas de colores pastel, y la levedad de esos tonos dulces ejerce el «hechizo» que caracteriza una exposición en la que participan Jorge Gumier Maier, Fabián Burgos, Juan Cali Mármol, Eduardo Capilla, Mario Chierico, Andrés Denegri, Karina El Azem, Fabio Kacero y Silvana Lacarra. En las salas se reitera la misma vocación estetizante, más que nada en las ondulantes maderas caladas y coloreadas de Gumier Maier, y en el magnetismo que ejercen las cajas de Kacero.

Gumier Maier es la figura que mejor encarna la tendencia decididamente ornamental que predominó durante la década de los noventa en la Argentina, quien en su doble función de artista y teórico, a través de su obra y de su trabajo curatorial en el Centro Cultural Rojas, le brindó visibilidad a muchos artistas afines en estilo. Su denso y frondoso barroquismo es un artificioso gesto poético que impermeable a cualquier mensaje o sentido, no persigue otro objetivo más que el puro placer de hacerlo, contemplarlo y gozarlo.

Sus obras sin embargo, están insertas en tradiciones de origen diverso. El propio artista menciona la influencia que tuvieron en su forma de concebir la belleza los muebles alemanes de sus abuelos, la peluquería «á la mode» de los años cincuenta de su tía en Mar del Plata y la pizzería «mersa» de su tío, además del ascendiente que existe con los fileteadores porteños.

La gratificación sensual de la belleza trae aparejada como contrapartida la sensación de vacío, claramente representada en los bajorrelieves de Kacero. Las geométricas estructuras acolchadas que ostentan brillos y colores relucientes, tienen la apariencia flamante, fría y distante de un envoltorio. Seducen con su cáscara, aunque la ausencia de contenido es explícita.

Mientras estos bajorrelieves vinílicos imponen cierta distancia,
Kacero presenta pequeñas cajas luminosas que atrapan la mirada y demandan un acercamiento. En su interior, la clave que rige las formas dibujadas que se recortan sobre la luz, no es otra que su propio orden armónico, el de una bella escritura que navega en los diminutos vacíos luminosos.

Esta misma tendencia distendida, comparte
Karina El Azem. Sus creaciones parten de investigaciones sobre los patrones decorativos que cruzan la historia del ornamento. Con la calma secular de las bordadoras, dispone sus mostacillas y luego reitera de modo digital la matriz de factura manual. El Azem observa que los patrones decorativos «poseen un significado místico y simbólico».

Evocación

Las austeras telas pintadas de Fabián Burgos, apenas alteradas por bajorrelieves que muestran huellas de pliegues en su tersa superficie, otorgan con el atractivo del color y una dimensión generosa, una cierta jerarquía al gesto espontáneo de doblar un papel para guardarlo. Con esa evocación tan simple, pero ajena a la estetización que impera en la muestra, las pinturas de Burgos, al igual que las formas elocuentes de Eduardo Capilla, perturban de modo saludable la propuesta curatorial de Patricia Rizzo que se instala justo en el límite donde el arte corre el riesgo de confundirse con la decoración. En los circuitos internacionales, desde que en la última Bienal de Venecia se abrieron las puertas a obras que reflexionan con crudeza sobre la situación sociopolítica del mundo, y desde antes también, la sensación de vacío que provoca un arte puramente ornamental se ha profundizado.

Ahora, con el inicio de la guerra en Afganistán, algunas obras que se vieron en Venecia el pasado junio, como el búnker construido por el alemán
Gregor Schneider para sobrevivir en condiciones extremas que ganó el León de Oro, o los autómatas musulmanes del ruso Sergei Shutov, que arrodillados y envueltos en túnicas negras se mecían al compás de sus oraciones fundamentalistas, ponen en vigencia las palabras de Antonin Artaud: «El arte tiene un deber social que es el de dar salida a las angustias de su época».

Entretanto, los expertos internacionales auguran una baja en las cotizaciones del llamado arte de la trivialidad, como el de Jeff Koons, que con su estilo deliberadamente kitsch y las fotografías de sus devaneos sexuales con su mujer, la Cicciolina, había alcanzado cifras millonarias en el mercado.

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