6 de mayo 2009 - 19:26

La duquesa

La duquesa suele remarcar paralelos entre Georgiana de Devonshire y Diana de Gales, aunque los valores del film exceden el simple paralelismo.
"La duquesa" suele remarcar paralelos entre Georgiana de Devonshire y Diana de Gales, aunque los valores del film exceden el simple paralelismo.
Menos que la meneada cuestión de las «Vidas paralelas» entre Lady Georgiana Spencer, duquesa de Devonshire, y su tatara-sobrina, la princesa de Gales Diana Spencer, el mayor atractivo de esta suntuosa e inteligente producción es la mirada que arroja de la aristocracia y las clases políticas en la Inglaterra previctoriana.

Aun así, y pese a que no le haría falta, la película de Saul Dibb, basada en la novela de Amanda Foreman, no deja pasar de largo ese recurso: su retrato de la vida rebelde e inconformista de la protagonista reúne un cúmulo de similitudes que divergen en el desenlace, menos trágico: Georgiana, a quien llaman además Lady

G. en la película, murió de forma más pacífica, natural, aunque llevó adelante a fines del siglo XVIII costumbres que ni siquiera habrían sido toleradas por la moral de la nobleza del siglo XX.

Forzada a un casamiento de conveniencia por su madre (Charlotte Rampling), Lady
G. pronto descubre en la persona de su esposo William Cavendish, Duque de Devonshire, la hipocondríaca frialdad de un hombre taciturno, cuyo único interés en el matrimonio es tener un hijo varón. Pero lo más seductor del film (además, desde ya, de su espléndido ropaje casi kubrickiano para dar cuenta de la estética de la época) reside en evitar el típico lugar común en el reparto de perfiles: ni el Duque es el retrógrado machista ni la Duquesa la habitual sometida que, para entusiasmar a la platea, un día se va de casa como la Nora de «Casa de muñecas».

Por el contrario, aquí todos tienen sus razones e intereses. Cuando el Duque (excelente Ralph Fiennes), mujeriego impenitente, padre de una hija natural que tuvo con una criada, sostenedor del partido liberal aunque desinteresado de la política, le expone a Lady G. las razones por las que ella no está cumpliendo con el papel asignado (y no sólo por el hecho de no darle aún un heredero), habla como lo que es, un hombre estafado. El libro no juzga su conducta de acuerdo con los estándares morales de la sexta década del siglo XX, sino con los propios de aquella sociedad.

Lo mismo ocurre con su contraparte: la Duquesa (dúctil y bella Keira Knightley) busca su vía de escape dentro de los estrechos márgenes que le consienten las prácticas de entonces, y es allí donde su personaje gana en profundidad y autorreflexión, a la vez que hace historia en los prime-ros registros del feminismo. La aparición de una tercera mujer, Lady Elizabeth Foster (Hayley Atwell), primero amiga fiel de Lady G. aunque luego amante de su marido (más allá de cualquier pre-feminismo, también en el XVIII para una mujer no había nada peor que otra mujer), introduce un nuevo e insólito huésped en la casa Devonshire, para vivir un menage à trois relativamente oculto a los ojos de la sociedad.

Este giro introduce al film en el clima de una comedia dramática de desacostumbrado humor (flemático, por supuesto, pero humor al fin), hasta que la ruptura que pretende G., quien ya no oculta su amor por su antiguo amigo Charles Grey, que tiene aspiraciones de Primer Ministro, y su posterior conversión en la «duquesa del pueblo» a partir del encen-dido discurso político que da en la ciudad de Bath, vuelven una vez más a subrayar otra vez las similitudes entre su personaje y la figura de Diana. Film valioso y más que atendible, que alcanza con valores propios la línea de «La reina» de Stephen Frears.

Dejá tu comentario

Te puede interesar