31 de enero 2007 - 00:00

"La microficción no es sólo literatura de gente apurada"

Raúl Brasca: «En un mundo donde se ha dejado de creer enlos grandes relatos, estas ficciones vienen a sostener lanarratividad y denuncian la ingenuidad de ciertas creenciasdel pasado».
Raúl Brasca: «En un mundo donde se ha dejado de creer en los grandes relatos, estas ficciones vienen a sostener la narratividad y denuncian la ingenuidad de ciertas creencias del pasado».
En los últimos años la microficción -los cuentos de unas pocas frases; cuantas menos, mejor-se puso de moda. Crecieron los concursos literarios. Muchos consideran que la culpa la tiene el guatemalteco Augusto Monterroso, considerado el impulsor de ese género, y se destacan los aportes que con anterioridad los argentinos Borges, Bioy Casares, Cortázar, Denevi y Anderson Imbert realizaron a esa literatura brevísima.

Raúl Brasca con su libro «Todo tiempo futuro fue peor», que ahora aparece en nuestro país, se ha convertido en un destacado representante argentino a nivel internacional. Ingeniero y profesor universitario, Brasca ha publicado los libros de cuentos «Las aguas madres» y «Ultimos juegos», y organizado antologías de microrrelatos con Luis Chitarroni. Dialogamos con él.

Periodista: ¿Por qué cree que se expandió tanto la microficción?

Raúl Brasca: La teoría más difundida sostiene que dado que en esta sociedad todo el mundo está muy apurado y no hay tiempo para sumergirse en una obra literaria, la microficción, por su brevedad y su condensación, es el género más adecuado. Yo no creo que eso explique el auge, ni que sea cierto, ya que se siguen leyendo gruesas novelas como en el pasado. Para mí la razón es otra. En un mundo donde se ha dejado de creer en la mayoría de los grandes relatos, creo que estas ficciones vienen a sostener la narratividad y, a la vez, a denunciar la ingenuidad de las creencias del pasado. Saben poner en crisis con unas pocas frases la verdad novelesca. En un relato, por ejemplo, yo denuncio la ingenuidad que fue el soporte del relato romántico. La microficción reúne las características más adecuadas para contar la contemporaneidad.

P.: ¿Cuáles?

R.B.: La ironía, el humor, un híbrido genérico que hace que el texto aparente ser una cosa y sea otra. El microrrelato es una forma muy elíptica que hace que quien la lee tenga que llenar con su imaginación los vacíos de información. Privilegia los modos oblicuos de expresión, como la alegoría, la ironía y el sarcasmo. Son textos camaleónicos que sin la complicidad autor - lector no alcanzan su más pleno disfrute.

P.: Hay quienes sospechan que la moda del microcuento tiene que ver con la abulia o la pereza de algunos escritores.

R.B.: En absoluto. Cada microrrelato es una idea nueva. Y para que sea eficaz tiene un enorme trabajo con las palabras, semejante al de la poesía o al de la representación escénica. No debe faltar ni sobrar nada. Su repentismo debe estar muy trabajado. Se debe presentar súbitamente y dejar un efecto sorpresivo, que no tiene por qué ser un final efectista sino una resolución de la ambigüedad, de la duplicidad, de la capacidad de sugerencia.

P.: ¿Todo esto se ve en el que ha pasado a ser el emblema actual del microrrelato: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí», de Augusto Monterroso?

R.B.: Es un gran ejemplo. Es, a la vez, un texto muy difícil y muy fácil. En solo siete palabras (tres adverbios y dos verbos) reúne todos los elementos de la narrativa. Hay alguien a quien le ocurre algo, hay un antes y un después, y una resolución. Hay ambigüedad semántica: ¿quién despertó?, ¿dónde es allí?

Pertenece a cuatro géneros literarios: fantástico, terror, onírico y policial. Nadie ha conseguido hacer un microrrelato más breve que contenga todos los elementos de la narrativa. Pero para mí ese cuento ha sido sobrevalorado.

P.: ¿Está en demasiadas antologías?

R.B.: Lo notable de «El dinosaurio» de Monterroso es que es un ejemplo de concisión, de precisión y de ambigüedad,pero pertenece a una familia muy grande, el de una situación soñada que se resuelve en la realidad concreta. Con ese esquema se puede escribir un microrrelato en dos minutos. A esa familia pertenece «Chuang Tsu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era Chuang Tsu que había soñado que era una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser Chuang Tsu», que fue escrito hace 23 siglos.

P.: ¿El género nació en China en el siglo IV antes de Cristo?

R.B.: El microrrelato contemporáneo, con las características que mencioné -humor, ambigüedad, hibridación genérica-surge a principios del siglo XX con el mexicano Julio Torres, y prolifera con Borges, Bioy Casares, Arreola, Cortázar, Augusto Monterroso, Virgilio Piñeira, Marco Denevi y Anderson Imbert.

P.: Un buen plantel de argentinos.

R.B.: A muchos les divirtió jugar con el doble sentido, por ejemplo Cortázar en «Patio
de Tarde» mezcla la cola con que pega una madera, la de un perro y la de una rubia que pasa. Muchas veces el microrrelato convive con la poesía, y ya William Empson, uno de los patriarcas de la critica inglesa, dedicó un gran libro a «Los siete tipos de ambigüedad» en la poesía, que podría ahora ser aplicado perfectamente a la microficción. En cuanto al humor, a la parodia, a la mezcla de relato y ensayo, tenemos nuestro modelo en el «Argumentum Ornitologicum», donde Borges demuestra la existencia de Dios a partir de ver una bandada de pájaros y contarlos.


P.: ¿El microrrelato es simplemente un cuento brevísimo?

R.B.: De ninguna manera. Hay quienes quieren reducirlo a eso, pero no. No es un cuento cortito, es un género nuevo que contiene textos fronterizos con la poesía, con el chiste, con el chisme, con el ensayo, con la filosofía, y los que son puramente narrativos. Lo que une a todos es el caracter súbito, que tiene que ver con la forma en que han sido elaborados. Hay quienes sostienen que es el género de la posmodernidad.

P.: ¿Cómo es que el libro que reúne sus microficciones se editó primero en España que en la Argentina?

R.B.: Cuando fui invitado al Segundo Congreso de Microficción que se hizo en Salamanca en 2002, un editor conoció mis relatos y me pidió un libro de esas características para iniciar una colección. Así fue como «Todo tiempo futuro fue peor», que acaba aparece acá, inauguró hace tres años en España una colección de libros de microficción, que ahora tiene desde textos de Kafka y Max Aub a obras de los venezolanos Gabriel Jiménez Emán y Luis Britto García, la chilena Pia Barros, y el uruguayo Rafael Courtoisie, entre otros.

Entrevista de Máximo Soto

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