Amy Tan «Un lugar llamado nada» (Bs. As., Planeta, 2006, 475 págs.)
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Desde su primer novela «El club de la buena estrella» -durante largo tiempo en la lista de best sellers- la escritora Amy Tan (California, 1952) siempre centró sus ficciones en las conflictivas relaciones entre madres chinas e hijas americanas basándose en su propia experiencia de vida y en algunos secretos familiares que le fueron revelados ya de adulta.
La autora de «La hija del curandero» y de «Los cien sentidos secretos» experimentó en carne propia las dificultades de incorporar la cultura china al competitivo e individualista american way of life. Pero esta veta parece haberse agotado o tal vez las exigencias del mercado editorial han obligado a la escritora a dar un violento giro de timón a su perfil literario. Su nueva novela, «Un lugar llamado nada» parece destinada a un película de aventuras, por más que incluya una solapada crítica a la política exterior estadounidense (el título original, «Salvando a los peces de morir ahogados», alude más a esta cuestión) y un abierto repudio al gobierno dictatorial de Myanmar ( antigua Birmania) en donde transcurre la acción.
Todo gira en torno a un grupo de turistas norteamericanos que llegan a Oriente en un tour organizado por una especialista en arte oriental que muere poco antes de iniciar la travesía.
Convertida súbitamente en espíritu, Bibi Chen asume todos los atributos del narrador omnisciente. Sus comentarios son más los de una señora paqueta que de un espíritu sabio, pero aún así las aventuras de estos americanos se leen con interés. Chen los presenta como materialistas e ignorantes -capaces de orinar en un templo sagrado sin darse cuenta, entre otros papelones- y los hace protagonizar todo tipo de enredos y malentendidos.
Promediando la novela, once de los doce turistas desaparecen misteriosamente en medio de una excursión. A partir de ahí la intriga se dispara hasta límites insospechados, pero casi enseguida empieza a perder fuerza cuando el grupo es secuestrado por una secta religiosa perseguida por el gobierno. Lejos de profundizar en ese choque de culturas y en su distinta concepción de la vida ultraterrena, Tan apuesta a entretener al lector con situaciones de riesgo más bien deportivas. En esta fantasía naïf los personajes orientales parecen extras mal disfrazados y, por si esto fuera poco, el espíritu de Bibi Chen recupera la memoria en las últimas páginas para deschavar las circunstancias que rodearon a su muerte y dedicarle un happy end a sus amigos viajeros.
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