31 de enero 2003 - 00:00

Nueva York rebelde en colorida crónica

Escena del film
Escena del film
«Abajo el telón» («Cradle will rock», EE.UU., 1999; habl. en inglés). Dir.: T. Robbins. Int.: H. Azaria, R. Blades, Joan Cusack, John Cusack, S. Susandon.

De las muchas edades de la inocencia que transitó la cultura norteamericana, o neoyorquina más específicamente, «Abajo el telón» se ocupa de una de las más ricas y complejas. Su acción ocurre casi una década después del período que retrató un film similar a éste, «La señora Parker y el círculo vicioso» de Alan Rudolph (que en la Argentina sólo salió en video), cuyos protagonistas eran la escritora Dorothy Parker y sus ingeniosos caballeros del Hotel Algonquin.

Este film de Tim Robbins, que ya tiene cuatro años de antigüedad, parecía destinado a la misma suerte que su precedente, o peor aun, pero a veces la distribución local, y en pleno enero, da sorpresas difíciles de comprender.

«Abajo el telón»
es una película polifónica sobre el ambiente cultural y político de la Nueva York pos-Depresión, cuando el mundo estaba a pasos de la Segunda Guerra. Sus personajes son tantos, entre reales e imaginarios, que (es forzoso aclararlo) la película puede llegar a dejar un tanto afuera al espectador que no tenga mayores referencias sobre aquellos tiempos. Desde luego, no le resta comprensibilidad, pero sí sabor.

El asunto central de la película es un choque muy habitual, y no sólo en los EE.UU., entre funcionarios y artistas. Los primeros hacen política creando planes estratégicos de cultura, y los segundos se valen de ellos para darles un contenido totalmente opuesto a la línea de pensamiento que llevó a crearlos. Así ocurrió, en 1937, con el Federal Theatre Project, cuando Orson Welles (21 años por entonces) se propuso utilizarlo para poner en escena una obra de teatro filosocialista, «Cradle Will Rock», de Marc Blitzstein. Desde luego, el proyecto no pudo concretarse según lo planeado, y aquí se relatan las tormentosas peripecias que llevaron a Welles, John Houseman y el mismo Blitzstein a salirse con la suya.

La película, desde el punto de vista de su ambientación y galería de personajes, es irreprochable (inclusive, se narra muchísimo mejor que en la reciente «Frida» el episodio de Diego Rivera pintándole líderes comunistas a Nelson Rockefeller en las paredes de su Centro). Sin embargo, la crónica de Robbins está salpicada por licencias de relato y cambios de clima ligeramente desconcertantes, y las subtramas no siempre son atractivas (por ejemplo, la larga historia del ventrílocuo que interpreta Bill Murray es poco interesante).

En cambio, personajes secundarios como la deliciosa marginal
Emily Watson, o la ex amante del Duce y actual emisaria suya Margherita Sarfatti ( Susan Sarandon), en negocios con el futuro «Ciudadano Kane» William Randolph Hearst, enriquecen la historia.

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