Cuando Michael Cunningham recibió el premio Pulitzer por su libro «Las horas», hace ya dos años, declaró ser el primer escritor «gay» en recibir dicha distinción por una novela cuyos personajes también eran, en su mayoría, homosexuales. Incluyendo a la escritora Virginia Woolf, a quien Cunningham rinde tributo recreando no sólo sus últimos momentos de vida (previos a su suicidio), sino también, su estilo literario.
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El autor (nacido en Ohio, criado en Los Angeles y residente en Nueva York) inventa una «Mrs. Dalloway» de estos tiempos llamada Clarissa Vaughan. Se trata de una editora lesbiana del Greenwich Village, que sale a comprar flores para la fiesta que, esa misma noche, ofrecerá a un amigo escritor enfermo gravemente de sida. Un día en la vida de este personaje basta para conocer su pasado, sus conflictos afectivos y sus vínculos más importantes.
El raro equilibrio que se establece entre la memoria, las percepciones sensoriales y las emociones que ganan segundo a segundo a la protagonista responden a una de las mayores preocupaciones de Woolf, la de reflejar el instante que pasa. «Las horas» cuenta con dos ejes más que ayudan a configurar un interesante tríptico destinado a demostrar cómo la realidad y la literatura se infiltran mutuamente. Uno de estos ejes muestra a Virginia Woolf convertida en un personaje que debe decidir el final de su novela («Mrs. Dalloway») y lidiar con los fantasmas de la locura mientras recibe la visita de su querida hermana Vanessa, con la que mantiene una relación vagamente incestuosa.
El otro tercio de la novela está dedicado a Laura Brown, una insatisfecha ama de casa californiana de los años '50, que en su desesperación por tener un momento de lectura a solas, decide tomar una habitación de hotel. El episodio evoca las reivindicaciones feministas por las que tanto luchó la escritora inglesa. Pero más allá de esta clara referencia a «Un cuarto propio», el autor logra delinear uno de los momentos más intensos del libro, sondeando en los complejos sentimientos de Laura hacia su hijo de tres años. La anhelante mirada del niño sobre su esquiva madre trae también a la memoria la presencia de Mrs. Ramsay, la arquetípica madre de «Al faro», otra obra cumbre de Virginia Woolf.
Por último, dos de las tres historias narradas se entrelazan sobre el final para subrayar aun más esa angus-tiadora experiencia de «ser» en el tiempo. «Las horas» es un libro ameno, con un registro sobre lo afectivo de exquisita sensibilidad. Obviamente, los seguidores de Virginia Woolf contarán con más claves de lectura; pero conviene aclarar que este original experimento literario, aun con sus méritos, no hace más que alimentar el deseo de volver, una vez más, a la obra de Woolf.
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