La primera escena de “Vidas pasadas” entra en el corazón de la historia como lo haría un testigo ajeno a ella o, si se prefiere de una manera más sofisticada, un “novelista del objetivismo”: ese es el punto de vista inicial elegido por la coreana debutante Celine Song, que con esta película obtuvo ya dos nominaciones al Oscar, el de Mejor Film y el de Mejor Guión Adaptado (también responsabilidad de ella).
Un estupenda película coreana sobre "el pasado que vuelve"
"Vidas pasadas", de Celine Song, con dos candidaturas al Oscar, es el relato de la pasión subterránea de un hombre que no pudo olvidar al amor de su niñez.
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"Vidas pasadas": Teo Yoo, Greta Lee, John Magaro en un momento tenso.
Esa escena encuentra, sentados a la barra de un bar, a tres personajes: un hombre y una mujer asiáticos, y un hombre occidental. Los dos primeros conversan, a veces sonríen educadamente, ella mucho más que él; el tercero parece aburrirse, pero conserva los buenos modales mientras espera, con toda seguridad, que esa reunión termine cuanto antes.
Entonces, fuera de campo, un hombre y una mujer, también clientes de ese bar —que hacen las veces del espectador, o del narrador— empiezan a formularse preguntas: “¿qué relación tendrán?” “Difícil saberlo, quizás la asiática y el blanco sean pareja, y el asiático sea la hermana de él” “o no: tal vez los asiáticos sean la pareja, y el blanco es el amigo americano.” “Pero fíjate: sólo hablan en coreano, entre ellos, y dejan al otro afuera”. “Tal vez sean turistas y el blanco no sea más que el guía”. Y así.
Un largo flashback de más de veinte años, a continuación, comienza a relatar de manera clásica la historia: los coreanos, entonces escolares, son los mejores amigos del colegio, en Seúl, aunque muy competitivos. Él ya está enamorado de ella; ella no. Él se llama Hae Sung y ella Nora, el nombre occidental que asumirá cuando deje su patria para hacer carrera en Occidente (su más ardiente deseo), primero en Canadá y luego en Nueva York. En cambio, el más ardiente deseo de él, como siempre, es ella.
En términos tangueros, Nora cantaría "Hoy vas a entrar en mi pasado", y Hae Sung "aunque no quise el regreso, siempre se vuelve al primer amor". Ese es el presente del relato, allí donde los vimos al principio: ella, establecida y con pareja americana (el hombre blanco que se aburre en la charla), y él, de visita, recordando algunos viejos, buenos tiempos. En el medio, pasarán algunas cosas más, dignas de ver.
“Vidas pasadas”, notablemente estructurada, contada e interpretada, es la historia de una de las tantas Noras y los tantos Hae Sung que hay en el mundo. Para ella, la vida no deja de ser un permanente presente y futuro; para él, un pasado que se resiste, que no puede, dejar de formar parte de un presente que ya no lo admite. Ella parece, o simula, no advertir la pasión que aún siente su antiguo amigo de la infancia y primera juventud; él imagina algún milagro, uno de esos milagros que jamás ocurren, en el que Nora abandone todo, sobre todo a su esposo americano, para correr una vez a sus brazos.
La película no tropieza con sentimentalismo ni desborde alguno; es el refinado relato de una pasión que revive (en él, claro), cuando las “redes” del siglo XXI los ponen nuevamente en contacto, lo cual para ella es una alegría, desde luego, y para él la quimera más tonta a la que tanto se niega a renunciar que hasta cruza el océano para reencontrarla. A los imparciales testigos de la primera escena les faltaría preguntarse algo que quizá sí se pregunte el espectador, cuando ya esté al tanto de esa pasión reprimida durante años: “¿ella no se da cuenta? ¿O gozará con mantener un enamorado secreto del otro lado del mundo?” Difícil saberlo, no hay una Nora igual a otra, ni un Hae Sung igual a otro.
“Vidas pasadas” (“Past Lives”, EE.UU-Corea, 2023). Dir.: C. Song. Int.: G. Lee, Teo Yoo, John Magaro, Moon Seung-ah.
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