5 de junio 2007 - 00:00

Una "Rodelinda" de muy buen nivel en el Avenida

Con su versión de la ópera de Haendel, Buenos Aires Lírica cumple con creces unobjetivo central de las «óperas alternativas»: revelar al público local obras nunca estrenadaso poco frecuentadas.
Con su versión de la ópera de Haendel, Buenos Aires Lírica cumple con creces un objetivo central de las «óperas alternativas»: revelar al público local obras nunca estrenadas o poco frecuentadas.
Con el estreno sudamericano de la ópera «Rodelinda» de Haendel, la asociación Buenos Aires Lírica cumple con creces uno de los objetivos fundamentales de las llamadas «óperas alternativas», que es la de dar a conocer al público obras de gran calidad que no llegaron nunca o que se vieron muy pocas veces en los escenarios porteños.

Estrenada en 1725, «Rodelinda» está basada en la obra de Pierre Corneille, «Pertharite, Roi des Lombards». Haendel había alcanzado una gran calidad musical por entonces, algo que se refleja en esta ópera camarística que no posee coros y que cae con todo el peso de un espectáculo de casi cuatro horas de duración en el trabajo fatigosamente comprometido de sólo seis cantantes.

Formando una trilogía con «Julio César» y «Tamerlano», «Rodelinda» es una bellísima creación formada por una sucesión de recitativos, arias y conjuntos, sobre todo dúos. La producción de Buenos Aires Lírica la ambienta en la época de su composición, es decir, en los primeros veinticinco años del siglo XVIII y no en el Medioevo de la historia original hecha de intrigas palaciegas, amores, celos y crímenes.

El regisseur francés Ivan Alexandre ideó movimientos afectadamente hieráticos que convierten a los personajes en figuritas de porcelana que interpretan las largas arias con pequeños desplazamientos y gestos muy medidos. Lo demás lo hizo un estupendo maquillaje, una envolvente escenografía en sepia de Santiago Elder de telones pintados que bajan y suben manejados por ayudantes de escena que aparecen ante el público, un atractivo vestuario de Lerchundi, y sobre todo, la estupenda iluminación. Eli Sirlin manejó códigos lumínicos de la época barroca, con una linterna acompañando el aria de una cantante o con oscuridades tétricas en la cárcel, en la que sólo comienzan a verse los personajes cuando alguno de ellos trae un farol como única fuente lumínica.

Si la escena resulta bella, no lo es menos la dirección orquestal de Juan Manuel Quintana, respetuoso estilista que recuperó, también él, códigos interpretativos vocales e instrumentales del barroco, ante una orquesta fiel en todo momento a sus exigencias emotivas y técnicas. Los cantantes, de gran calidad, están encabezados por tres chilenos: Evelyn Ramírez, Jaime Caicompai y Claudia Pereira, en ese orden de méritos, a pesar de que, por lo menos en el día del estreno. ciertas coloraturas tuvieran emisiones no totalmente puras o se registrara alguna afinación errática, Los argentinos Gabriela Cipriani Zec, Norberto Marcos y Vanesa Mautner cumplen eficazmente con sus exigidos roles, tanto en lo teatral como en lo vocal.

En suma, ópera barroca de gran calidad que eleva la temperatura de esta temporada operística.

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