23 de agosto 2007 - 00:00

"Vacas gordas"

«Vacas gordas» ( Argentina, 2006, habl. en español y catalán).Dir.: G. Peretti. Int.: E. Liporace, N. Pauls, P. de Laguarigue, S. Blanco Leis, G. Verona, A. Giovagnoli, P. Alarcón, C. Medina.

En los agradecimientos finales de esta película, el primer nombre que aparece es el del director Nicolás Sarquís, hoy especialmente recordado por la sección Contracampo, joya de las ediciones 1996-2000 del festival marplatense de cine. Gracias a esa sección, nuestro público pudo apreciar a Theo Angelopoulos, Abbas Kiarostami, Aleksei Sokurov, y Shoei Imamura, y también a Sharunas Bartas, Kino González y muchos otros artistas menos difundidos, pero que, cada uno a su modo, contribuyen a hacer del cine un verdadero arte con variaciones, probando formas distintas de ver y de mostrar las cosas.

Giorgio Peretti se formó con Sarquís, y, casi como consecuencia natural, su primera película no puede sino definirse como contracampista. Para el caso, alterna dos historias, o mejor dicho pinta algunas situaciones que están viviendo dos personas desconcertadas: un joven emigrante que se siente a disgusto en la parte menos glamorosa de la Costa Brava, y un carnicero ante la aparición de un joven que sospecha ser hijo suyo. El retrato de cada uno, con su respectiva historia, se va haciendo con pinceladas sueltas, y puede ser completado por el espectador.

Principales temas son la pertenencia y la incomunicación. El chico argentino transita lugares poco atractivos, no disfruta su trabajo, no aprovecha bien sus capacidades artísticas, apenas se comunica con los locales, y se lo pasa llamando a Buenos Aires. El carnicero, en cambio, está en lo suyo, pero una fractura lo hace sentir un inútil, y la posibilidad de reconocer un hijo lo obliga a revisar la pobreza de su vida familiar y amorosa.

Tampoco su posible hijo lo pasa bien. Ha tenido otra educación, y algunas actitudes del padre (por ejemplo, cuando éste se larga a cantar en un boliche) le dan unas inmediatas ganas de mandarse mudar.

Acentuando la soledad, la radio de uno sólo pasa avisos en catalán, y el porteño, dolorido en la cama, quiere distraerse con la tele y solo encuentra charlas en inglés. Pero cuando charla con el hijo en un bar, no mira al pibe, más bien mira por la ventana. Muy distinto es cuando charla y hace apuestas con un cliente amigo, feliz, distentido. Enrique Liporace nos brinda aquí el tipo justo de porteño que se burla amablemente de todos («¿No comés carne? ¿Y qué comés?», como diciendo «entonces sos un tonto, no podés vivir sin carne»), y niega la tristeza negándose a saber cualquier cosa triste (su entonces pareja se esfumó embarazada, pero él cree que se fue con otro, y asunto cerrado).

Cada tanto se oyen, también, noticias alarmistas de crisis social y económica. Son grabaciones de 2001, pero aún tienen vigencia, cualquier día se oyen de nuevo. El relato es intemporal, e inconcluso, como ya dijimos. Y el conjunto es irregular, pero interesante. Un bonus, los separadores de cada capítulo, pintados por Antonella Wagner.

P.S.

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