La semana pasada, este diario mostró la destrucción de la bandera que flameaba sobre el Museo Nacional de Bellas Artes (abajo). Las autoridades reaccionaron a la denuncia, y esta semana reemplazaron el pabellón que se había convertido en un sucio trapo gris y negro por uno flamante, con sus bellos colores celeste y blanco.
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Y si bien es cierto que las banderas no se lavan, también lo es que deben ser reemplazadas mucho antes de quedar reducidas a jirones, como sucedió con la de ese edificio público. No es el único caso: es de esperar que no se repita la triste visión de una dañada «águila guerrera» como la que se debatía hecha pedazos sobre la avenida Del Libertador.
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