Su vida se detuvo por 10 años, luchó, se reinsertó y un emprendimiento lo salvó

Jorge no se dio por vencido a pesar de las adversidades que se le presentaron. Fue por todo y consiguió el premio tan anhelado. Su historia.

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Jorge Capalbi abraza la resiliencia, es un fiel creyente de que el destino siempre termina premiando al que nunca deja de intentarlo.

Su infancia fue dura. Criarse en Villa Cildañez, el barrio de emergencia ubicado entre Lugano y Mataderos, lo llevó a incursionar por caminos que jamás hubiera querido transitar.

“Ahí me crié y crecí, viví toda mi adolescencia, y como todo barrio de emergencia es muy difícil no coquetear con las drogas, la delincuencia y la violencia”, remarca en diálogo con Ámbito.

Y recuerda: “Mis viejos se esforzaron para darnos una educación; estudié en Nuestra Señora de la Misericordia, y recuerdo que mi viejo trabajaba y ganaba 150 pesos. El colegio le salía 80 pesos y con los otros 70 nos criaba a todos. No sé cómo hacía, éramos pobres pero creo que nunca lo supimos. En la villa éramos un montón de chicos llenos de sueños, sueños de querer triunfar; el fútbol nos atrapaba y soñábamos con llegar a algún club y poder sacar a nuestra familia de la villa. Pero eso no le paso a ninguno, las armas y las drogas llegaron primero”.

Las imperiosas ganas de salir de la pobreza lo confundieron. Inevitablemente, de jugar al fútbol y a las escondidas cuando era chico, pasó a formar parte de un mundo desconocido y marcado de violencia. “Un día, no sé cómo, ni de qué manera, empezamos a robar. Teníamos 15 años, 16, no lo recuerdo bien. No nos dimos cuenta que seríamos la próxima generación de delincuencia del barrio. Los que estaban antes de nosotros ya habían muerto y otros estaban con condenas eternas. Así fuimos la generación que se quedó con el mando del barrio, podría decirse”, agrega angustiado el hombre de 39 años.

Los 10 años privado de su libertad

La delincuencia lo llevó directamente a la cárcel. Un baldazo de realidad que lo paralizó durante 10 años. 10 años que lo cambiaron para siempre.

“Cumplí con 2 condenas, un total de casi 10 años. Me condenaron por varios robos y uso de armas. Salí de la cárcel en 2018, una cárcel que cambió mi vida para siempre”, remarcó Jorge.

Y no olvidó: “Cuando salí, me encontré con la nada misma. Antes de salir después de tantos años tenés un pensamiento de lo que puede llegar a ser el afuera, pero cuando salís te encontrás con algo muy distinto a lo que pensabas. En 10 años estando preso, la vida se queda detenida en el tiempo. Y en el afuera todo sigue adelante. Por eso, cuando salís en libertad pensás que todavía es el 2008 pero ya no, era el 2018, todo siguió su curso menos vos. Y adaptarte a eso es todo un desafío, duro y difícil”.

Reinsertarse en la sociedad, esa dura misión

Ya fuera de la cárcel, Jorge se encontró con una sociedad que hasta el día de hoy continúa dificultando el acceso al trabajo para aquellos que debieron cumplir una condena. La discriminación estuvo presente, no la olvida, pero tuvo que seguir a pesar de todo.

“Nadie quiere volver a la cárcel, eso te lo aseguro, pero cuando salís, todas las puertas están cerradas. Y hay una realidad; estar afuera significa que hay que vivir, mantenerse, buscar un techo, trabajo, comer, vestirse y ni te cuento las personas que tienen hijos. Lo único que sabes y de lo que te llenaste en esos años de cárcel es hacer el mal, y muchos toman esa opción”, asegura.

Y aclara: “Reinsertarse no es algo que suceda de un día para el otro. Es una lucha de todos los días. Con los perjuicios de la sociedad hay que saber convivir, no a todos les vas a caer bien. Hasta que aprendes a no vivir de lo que te dicen, sea bueno o malo, adquirís una identidad propia y sabés dónde estás parado. Te fortaleces mentalmente, es la única manera de salir adelante”.

Melina, su emprendimiento y el motor que le cambió la vida

Los meses pasaron y encontrarse con Melina, su actual mujer, le provocaría un cambio rotundo en su día a día.

“Yo ya sabía que nadie me iba a dar trabajo por mi pasado, y se entiende. Pero también sabía que soy una persona muy capacitada para lo que sea y que no me iba a quedar con los brazos cruzados. Cuatro meses después de haber quedado en libertad conocí a quien hoy es mi esposa, Melina, la mayor bendición de mi vida”, dice con orgullo Jorge.

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“Cuando comenzamos a vernos y sentimos que esto iba para adelante (nuestra relación) ella me dijo que si queríamos formar algo juntos nada de mi vieja vida tenía que estar en el medio, y eso fue determinante. Yo siempre relacioné a lo bueno con Dios, entonces le dije: mirá, Meli, si vamos a comenzar a edificar algo, Dios tiene que estar en el medio y así fue y es hasta el día de hoy. Comenzamos a ir a la Iglesia Catedral de la Fe en Parque Chacabuco del pastor Osvaldo Carnival.

La aventura del negocio

Jorge admitió que le gustaba ir mucho a la iglesia “y más porque teníamos que ir caminando porque no teníamos trabajo y no había ni un peso. Un día el pastor dijo que llevemos unas llaves como símbolo de lo que queríamos pedir y tener, que él iba a orar por eso. Entonces mi suegro me dio 50 pesos ese domingo para cargar la Sube, pero no la cargué y compré un candadito pequeño con una llave para ir con Meli a la iglesia, caminando, por supuesto. El pastor empezó la reunión y yo solamente quería que ore por las llaves e irme, nada más. Esa oración llegó al final de la reunión en donde pastor comenzó a orar y a bendecir las llaves, y nombró todos los emprendimientos que pueda uno hacer, menos gastronomía, nada che. Yo me quedé en silencio, como que era mi última ficha también, no conseguía trabajo, no salían changas, solo me perseguían las cosas malas y la oración de ese pastor era mi última ficha, y de repente, el tipo se quedó callado y dijo; ¡a vos que trajiste el candado!, y yo abrí los ojos para ver si alguien más se hacía cargo de eso, y nadie apareció, entonces volví a cerrar los ojos y dije: esto es para mí, Dios, yo te creo. Esto fue en noviembre de 2018 más o menos, y el 16 de marzo de 2019 abrimos “Don Capalbi comidas caseras”.

En ese marco, aclaró que “fue todo un desafío, nunca habíamos tenido nada propio ni sabíamos lo que era ser comerciantes, cómo se hacían las cosas, ni cocinar; así abrimos con 2 kilos de cuadrada y 1 paquete de harina, un horno eléctrico prestado por unos amigos. Preparamos 20 sándwiches de milanesas y los vendimos a todos con la persiana baja porque teníamos vergüenza de abrir, y esos 20 al otro día ya eran 40 y a la semana eran 200 por mediodía”.

También, como si fuera hoy, recordó con firmeza que “a pocas cuadras de nuestro local, sobre la avenida, fuera de la villa, pasábamos siempre por un negocio que en ese entonces era una dietética, entonces un día le dije a Meli que ese local iba a ser nuestro, ahí íbamos a vender nuestra comida, y lo vi lleno de gente, repleto de gente. En noviembre de 2019 nos mudamos a ese local en Av. Olivera 1582, que es donde estamos actualmente. En este local nacieron las hamburguesas”.

De las milanesas a las hamburguesas

El negocio crecía a pasos agigantados, y a base de pruebas, Melina y Jorge, lograron una receta mágica, la que los catapultaría al éxito.

“Un día me desperté, y le dije a Meli, hoy vamos a vender hamburguesas, y salí en la búsqueda de lo que yo tenía en la mente, que era una hamburguesa; compré panes Fargo con sésamo, carne picada y cheddar y les presenté las hamburguesas a los empleados; les dije, esto vamos a vender hoy y lo publicamos, y la gente empezó a pedir. Fue una locura, vendimos unas 50 ese día, y a la semana empezamos a vender 400 por día. Llegamos a trabar 25 personas divididas en tres turnos, crecimos de una manera sobrenatural y los problemas también. Cerramos por la pandemia, quebramos y tuvimos que reinventarnos después de pasar muchísimos problemas”.

El resurgimiento

“En julio de 2021volvimos a abrir el negocio con 400 pesos y 9 panes de hamburguesas mano a mano con Meli, como al principio, y de ahí no paramos más. Hoy podemos vivir del negocio. El emprender nos dio una nueva vida, hoy vivimos de lo que más amamos hacer tenemos nuestra casa, agrandamos el local y día a día seguimos trabajando duro. Doy gracias de que Dios llego a mi vida, doy gracias por las puertas cerradas, por todas las veces que me dijeron que no, doy gracias por cada una de las personas que toco cruzar en este viaje, si no hubiera sido por el que me dijo que no lo iba a lograr quizás estaría en la cárcel o muerto”, agradeció.

Y completó: “Si no hubiera sido por el que me dijo que el villero muere villero, no hubiera tenido ganas de salir del barrio. Me encantan los desafíos, me encanta cuando me dicen que no lo voy a lograr. Muchas veces quise dejarlo todo pero nací para algo grande”.

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