Cada octubre, cuando se acerca el Día de la Madre, vuelven las reflexiones sobre cómo cambia la vida con la llegada de un hijo. Pero en el mundo laboral, esa conversación sigue siendo compleja. Porque más allá del amor, la entrega y el sentido que la maternidad trae, muchas mujeres siguen sintiendo que debemos elegir entre nuestro desarrollo profesional y el deseo de ser madres.
La maternidad como vocación y oportunidad: integrar la carrera y la vida personal
El liderazgo femenino ya no se mide solo por resultados, sino por la capacidad de conocerse, de reconocer límites y de decidir desde un lugar de autenticidad.
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Durante años se habló de “conciliación” entre maternidad y carrera como si se tratara de dos mundos opuestos.
Las estadísticas confirman que ese dilema no pertenece a una minoría ni a un contexto específico. En la Argentina, la participación laboral de las mujeres con tres hijos o más apenas alcanza el 50%, frente al 77% de los varones, según la Encuesta Permanente de Hogares. Y, sin embargo, los números no dicen todo: detrás hay decisiones, resignaciones, culpas y también búsquedas de equilibrio.
Durante años se habló de “conciliación” entre maternidad y carrera como si se tratara de dos mundos opuestos. Hoy el desafío es otro: construir modelos de liderazgo y de vida que no enfrenten ambos planos, sino que los integren. Las generaciones más jóvenes interpelan esos viejos mandatos. Retrasan la maternidad, la piensan, la eligen o incluso deciden no ejercerla, sin que eso las defina como más o menos completas. Pero la tensión entre los deseos personales y las estructuras laborales persiste, y aparece, con matices distintos, en casi todos los niveles socioeconómicos.
El liderazgo femenino ya no se mide solo por resultados, sino por la capacidad de conocerse, de reconocer límites y de decidir desde un lugar de autenticidad. El autoconocimiento —saber lo que una quiere, y lo que no— es el punto de partida para encontrar un sentido propio entre lo profesional y lo maternal.
En esa búsqueda, me gusta pensar la maternidad no como una renuncia, sino como una vocación y una oportunidad.
Lo que se avanzó, lo que falta
Mucho cambió desde aquellas primeras conversaciones sobre maternidad y carrera en el mundo organizacional. Pasamos de pensar que eran universos incompatibles —que desarrollar una carrera hacia posiciones de liderazgo no dialogaba con tener hijos— a una mirada más integradora, que busca que ambos mundos conversen y se enriquezcan mutuamente.
Los países más desarrollados fueron avanzando con políticas públicas que promueven ese equilibrio: licencias pagas extendidas para las mujeres, ampliación de licencias para los varones, licencias para cuidadores principales sin distinción de género. También las organizaciones comenzaron a implementar políticas más inclusivas, que amplían las opciones de desarrollo para las mujeres interesadas en crecer profesionalmente sin dejar de ser madres.
Aun así, persisten ciertos sesgos a la hora de pensar la relación entre carrera y maternidad, tanto en las propias mujeres como en quienes toman decisiones dentro de las empresas.
Cuando escribí mi libro “Construcción de liderazgo en mujeres”, realizamos una encuesta entre mujeres que ocupaban posiciones de mando medio en empresas multinacionales y locales.
Los resultados fueron reveladores:
- El 72% de las encuestadas dijo que la maternidad influyó en su desarrollo de carrera.
- El 52% expresó que, al ser madres, el trabajo ocupó otro lugar en sus vidas.
- El 72% refirió haber sentido discriminación por ser madre.
- El 50% señaló que no recibió bonos o aumentos salariales vinculados a su desempeño después de ser madre.
- Y el 58% de las que aún no eran madres manifestó temer no poder compatibilizar la maternidad con el trabajo.
Estos datos muestran que todavía hay mucho por hacer, sobre todo en lo cultural, para que tanto las mujeres como las organizaciones revisemos los sesgos y juicios que condicionan el desarrollo profesional femenino.
También es un hecho que la tasa de natalidad cae en casi todo el mundo, con situaciones que empiezan a ser alarmantes para el futuro de la humanidad. De acuerdo con datos del Banco Mundial, Japón y Corea del Sur registran 7 nacimientos cada mil habitantes, mientras que Italia y España llegan apenas a 8. En América Latina, la cifra asciende a 18 nacimientos cada mil personas.
Estas tendencias se explican, en parte, por la mayor dedicación de las mujeres a su desarrollo profesional, los altos costos de la crianza y la decisión —cada vez más frecuente— de optar por una vida sin hijos.
En la mayoría de los casos, son las propias mujeres quienes sienten que es incompatible ser madre y desarrollarse profesionalmente, porque entienden que el mayor peso de la crianza sigue recayendo en ellas. Al mismo tiempo, emergen movimientos que reivindican la no crianza como elección consciente, como Childfree by Choice, The NotMom, No Kidding! , difundidos y multiplicados por las redes sociales.
Estos cambios de época generan nuevas miradas sobre la tradición, lo cultural y lo esperado para el rol de la mujer. Nos interpelan sobre la libertad y la responsabilidad que implica elegir, sobre cómo queremos vivir y qué lugar ocupa la maternidad en ese proyecto de vida.
Una vez más, resulta esencial conectar con lo que realmente queremos y es importante para cada una. En un tiempo donde casi todo parece posible —congelar óvulos, subrogar gestaciones, ser madres o padres a edades avanzadas, formar familias monoparentales—, esa libertad nos enfrenta al riesgo de mecanizar las decisiones y perder de vista nuestro deseo más profundo.
Por eso, vale detenerse a preguntarse: ¿Qué quiero de verdad? ¿Qué es lo importante para mí? ¿Qué me moviliza en mi vida?
Conectar con eso requiere práctica, introspección y silencio. No es sencillo en una época en la que abundan los estímulos que nos dicen qué está bien, qué conviene o qué se considera exitoso.
En definitiva, la maternidad puede ser un modo de encontrar trascendencia en lo que hacemos: de vincularnos con un propósito, de sentirnos útiles para otros, de enseñar, acompañar, contener y amar.
Saber lo que queremos
Cada mujer vive de manera distinta su vínculo con la maternidad y el trabajo. No hay fórmulas, ni debería haberlas. A veces la elección pasa por postergar, otras por no elegir la maternidad, y otras por ponerla en el centro y dejar que la carrera espere. Todas son decisiones legítimas si parten del deseo y no de la imposición o el miedo.
El gran desafío es poder distinguir qué queremos realmente. Ese “saber lo que queremos” no es un eslogan, sino un proceso de autoconocimiento que requiere tiempo y honestidad. Saber lo que queremos también implica aceptar que eso puede cambiar con el paso de los años, con los hijos, con las circunstancias.
Vivimos en una época en la que las mujeres tenemos más libertad que nunca para elegir, pero también más presión para hacerlo “bien”. Todo parece posible: crecer profesionalmente, ser madres, no serlo, emprender, cambiar de rumbo, reinventarse. Sin embargo, esa amplitud de opciones puede generar una sensación de vértigo, de miedo a equivocarnos o de culpa por no estar cumpliendo con un ideal.
El autoconocimiento es un ejercicio continuo de escucha interna. En lo laboral, nos ayuda a definir hasta dónde queremos llegar y a qué costo. En lo personal, nos enseña a no compararnos, a reconocer que cada historia tiene su propio ritmo.
Una buena alternativa es la integración de ambos mundos: qué aspectos de la vida personal y como mamá nutren mi rol como líder y viceversa. Es decir, qué competencias aprendidas en casa pueden ser puestas al servicio del liderazgo y al revés. Y cuando lo analizamos, nos llevamos grandes sorpresas. Tanto como madres y como líderes necesitamos desarrollar resiliencia, ser flexibles, escuchar, desafiarnos, innovar, generar redes, ser mejores día a día.
En mi caso, la maternidad fue y sigue siendo una escuela de aprendizaje profundo. No solo me enseñó a cuidar, sino también a soltar, a priorizar. Aprendí a valorar los pequeños logros, a tolerar la imperfección y a encontrar sentido en lo cotidiano.
Ser madre me conectó con una dimensión distinta del liderazgo. Me mostró que acompañar no es imponer, que guiar no es controlar, que enseñar también implica escuchar. Y que, a veces, el ejemplo más poderoso que podemos darles a nuestros hijos es mostrarnos auténticas, vulnerables, humanas.
La maternidad es para mí una fuente de energía que trasciende lo profesional, que me impulsa a seguir aprendiendo, a mirar con empatía y a querer dejar algo mejor, aunque sea en lo más simple.
Porque, en definitiva, maternidad y carrera no son opuestos ni sinónimos: son elementos de una misma historia, escrita con las elecciones, los aprendizajes y los afectos que le dan sentido a nuestra vida.
Fundadora de CR Equipo + Humano
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