Hasta hace poco tiempo atrás, el paradigma del genio médico era el Dr. Gregory House, un personaje de alto coeficiente intelectual, irónico, satírico, poco convencional que escupía largas listas de diagnósticos inspirados en sutiles observaciones semiológicas con las que apabullaba a los miembros de su equipo, profesionales sumisos y tolerantes a los desplantes del Dr. House, que se intensificaron cuando se volvió adicto a los opiáceos (una epidemia que causa miles de muertes al año en Estados Unidos).
Adiós Dr. House: la medicina en los tiempos de la inteligencia artificial
De aquí en más, la encargada de escupir diagnósticos, barajar estudios clínicos y de laboratorio será una máquina guiada por la Inteligencia Artificial.
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Lamento decirles que los días de Dr. House están llegando a su fin (en realidad, la serie terminó en el 2012 después de 8 temporadas). Dr. House evitaba el trato directo con los pacientes, creía que todo el mundo mentía y sometía a sus pacientes y colegas con un legendario sarcasmo, falta de respeto a las normas y protocolos. Aun así, todo el mundo le perdonaba su soberbia porque, a la larga, tenía razón, acertaba en los diagnósticos y, generalmente, salvaba la vida de los pacientes.
En un país donde abunda la litigiosidad como en los EEUU, raro que Dr. House no acumularse causas judiciales porque, como se suele decir entre los médicos, “hagas las cosas bien o las cosas mal, tendrás un juicio igual”.
Sin embargo, sí dedicaba mucho tiempo explicando a la administración del hospital por qué solicitaba tantos estudios y análisis, que al común de los profesionales de salud le llevaría años de papeleo (¿últimamente se hizo alguna resonancia, un PET o alguna prueba de laboratorio sofisticada? Bueno, allí entenderá a qué me refiero).
De aquí en más, la encargada de escupir diagnósticos, barajar estudios clínicos y de laboratorio será una máquina guiada por la IA, que además aconsejará sobre el camino diagnostico más económico y los efectos colaterales de los medicamentos prescriptos, que llegaran al celular del paciente con un consentimiento informado, donde le aclarará en forma descarnada las consecuencias del tratamiento y el curso de su enfermedad.
Suelo no ser tan optimista con el uso de la IA, ya que su implementación avanza sobre terrenos que han sido exclusivos de condición humana –como la creación artística– y que se utiliza, cada vez más, con fines nocivos, con o sin conciencia del usuario: engaños, estafas, manipulación de los medios y fines bélicos, entre otras lindezas.
Sin embargo, en medicina, la IA viene a simplificar un problema que apabullaba a los médicos: la cantidad de nuevas enfermedades. Un profesional con 20 años de experiencia –es decir, que salió de la facultad, hizo el internado, la residencia, los exámenes de la especialidad elegida, etc., etc. (y todo por 4 a 10 dólares que le pagan por consulta, aunque ese no sea el tema del día)–, probablemente hayan estudiado más o menos cuatro mil enfermedades.
Pero hay que saber que la IA no es infalible; los algoritmos pueden ser inicialmente erróneos y su uso puede llevar a una escasa transparencia en el manejo, a violar la privacidad y seguridad, además de dejar un vacío legal, que probablemente los abogados se encarguen de llenar.
De acá en más, la atención técnica estará estandarizada, las diferencias diagnosticas serán menores porque estarán basadas en algoritmos, y muy probablemente la cirugía robótica tenga adelantos significativos (no sé si para remplazar a un cirujano cuya calidad profesional está en resolver complicaciones...) Por esto no resulta extraño que desde la década del 50 haya existido un sistema experto conocido como Deudral, que recién se expandió con la tecnología en los 90 y ahora se va a generalizar.
Entonces, ¿qué es lo que buscará el paciente en un médico? Empatía, comprensión y contención.
Podrán existir robots que expliquen, que guíen al paciente, pero la conexión humana, el trato cordial y ameno, el entretenimiento de los miedos, la palabra amable, la palmada en el hombro cuando se necesita… toda esa inmensa condición humana estará en manos de un médico quien no solo sabrá sobre su especialidad, sino que deberá contar con una formación psicológica y humanista para ofrecer su mejor servicio.
Todo esto no podrá ser concebido sólo por los algoritmos. La realidad de una persona enferma no se puede limitar a la lógica booleana (comparar variables contras los criterios que se defina para determinar si las variables lo cumplen). Tampoco se limita a la lógica aristotélica de la deducción o de la inferencia, ni a la lógica matemática, proporcional o computacional.
La creación de vínculos humanos es un procedimiento complejo donde interviene una comunicación no verbal, el manejo del lenguaje que se analizará en cada caso y hasta un componente hormonal (oxitocina) y de neurotransmisores. Es decir, una combinación tan azarosa y misteriosa como la misma humana.
De allí que entre los numerosos cambios que los médicos deberán afrontar (y que no han sido formados para ellos por otros médicos mayores que añoran los tiempos idos), se impone la libertad de elección de los profesionales. Porque, si bien la experiencia clínica no perderá su valor (por el contrario, el reconocimiento de patrones patológicos y la semiología psicológica serán de inestimable ayuda para establecer una relación empática), la formación de nuevas generaciones bajo criterios que no son lo mismo que los clásicos, será un paradigma en un mundo donde todo puede cambiar vertiginosamente y el cúmulo de información es cada día más difícil de absorber. Por eso, adiós Dr. House.
Miembro de CAMEOF.
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