27 de diciembre 2025 - 12:25

Ante el dilema de la Inteligencia Artificial

La inteligencia artificial aprende de nuestros datos, palabras y decisiones. El desafío no es técnico sino humano: inscribir sentido antes de que sea tarde.

La IA no solo produce respuestas: produce hábitos, moldeando cómo escribimos, preguntamos, resolvemos y confiamos en sistemas que aprenden de nuestras decisiones cotidianas.

La IA no solo produce respuestas: produce hábitos, moldeando cómo escribimos, preguntamos, resolvemos y confiamos en sistemas que aprenden de nuestras decisiones cotidianas.

Depositphotos

Estamos entrando en una época extraña: por primera vez, una parte creciente de la capacidad de pensar, clasificar, predecir y decidir ya no estará solamente en cabezas humanas ni en instituciones, sino en sistemas que aprenden de lo que les damos. La inteligencia artificial no “nace” con valores, ni con propósito, ni con sensibilidad: se alimenta. Y su alimentación somos nosotros: nuestros datos, nuestras palabras, nuestras decisiones, nuestras omisiones.

Por eso el desafío central no es técnico. Es humano. Anticiparse a la inteligencia artificial significa entender que el futuro no lo define la potencia de cálculo sino el sentido que logremos inscribir en esa potencia. Si no lo hacemos, no es que la máquina “se vuelve mala” por voluntad propia. Se vuelve ciega a lo humano, que es otra forma de peligrosidad: optimiza sin comprender, acelera sin preguntar, decide sin mirar a los ojos.

El error de época: creer que la IA es neutral

La idea de neutralidad tecnológica tranquiliza. Permite delegar responsabilidades: “la herramienta es buena o mala según se use”. Pero esa frase, hoy, es insuficiente. Porque la IA no es un martillo. Es un sistema de inferencias capaz de influir en elecciones, consumos, diagnósticos, oportunidades laborales, acceso al crédito, prioridades de seguridad, agendas culturales. No “golpea” una vez: condiciona el mapa entero.

Cuando entrenamos modelos con la basura moral y emocional del mundo digital, la agresión rentable, la mentira viral, el prejuicio cómodo, la simplificación que humilla, no obtenemos neutralidad. Obtenemos una amplificación. Una máquina que vuelve estadística la injusticia y la hace eficiente. Y lo eficiente, ya lo sabemos, siempre tiende a expandirse.

Anticiparse es educar a la IA antes de que ella nos eduque a nosotros

La pregunta que deberíamos hacernos no es “qué puede hacer la IA”, sino “qué va a hacer la IA con nosotros si dejamos que aprenda de lo peor”. Porque la IA no sólo produce respuestas: produce hábitos. Va moldeando cómo escribimos, cómo preguntamos, cómo resolvemos, cómo confiamos. Si nos acostumbramos a pedir atajos, terminaremos viviendo a atajos. Si nos habituamos a delegar criterio, un día descubriremos que ya no lo ejercitamos.

Anticiparse es sostener el músculo humano más valioso: el discernimiento. Ese acto íntimo y político de decir “esto sí” y “esto no”, “esto sirve” y “esto degrada”, “esto construye” y “esto destruye”. No hay algoritmo que reemplace esa responsabilidad sin reemplazar, también, una parte esencial de la libertad.

Alimentar con sentido: datos, reglas y límites humanos

“Alimentar” una inteligencia artificial en el sentido correcto no significa ponerle frases lindas. Significa diseñar un ecosistema de entrenamiento y uso donde lo humano tenga prioridad real: transparencia, trazabilidad, auditoría, corrección de sesgos, límites a la vigilancia masiva, protección de niños y adolescentes, responsabilidad legal por daños, explicabilidad en decisiones críticas.

También implica algo más difícil: una ética de la información cotidiana. Dejar de premiar el contenido que embrutece. Dejar de viralizar lo que indigna porque rinde. Dejar de normalizar la crueldad como entretenimiento. La IA aprende del mundo tal como es, pero sobre todo aprende del mundo tal como circula. Y hoy circula lo que produce reacción, no lo que produce comprensión.

El objetivo no es frenar la máquina: es acelerar al ser humano

Hay un miedo subterráneo que recorre estas discusiones: el miedo a que las máquinas “crezcan” y nos desplacen. Pero la oposición “humanos versus máquinas” es una trampa conceptual. La IA no es una especie competidora: es una extensión de nuestras decisiones colectivas. El problema no es que la máquina crezca; el problema es que el humano se achique.

Si la inteligencia humana se adelanta, en valores, en instituciones, en educación, en reglas claras, la IA puede ser una herramienta prodigiosa para reducir sufrimiento y expandir posibilidades: mejores diagnósticos médicos, ciudades más eficientes, burocracias menos humillantes, educación más personalizada, investigación acelerada, inclusión de personas con discapacidad, democratización del conocimiento.

Pero si la inteligencia humana se duerme, la IA no “tomará el poder” como en las películas. Hará algo más verosímil y más peligroso: consolidará un mundo donde la optimización sustituye a la justicia, y la predicción sustituye a la deliberación.

Una tarea política: decidir para qué queremos inteligencia

La inteligencia artificial ya está entre nosotros. No se trata de prohibirla ni de idolatrarla. Se trata de gobernarla. Y gobernarla empieza por una pregunta anterior a todas las demás: ¿para qué?

¿Para aumentar productividad a cualquier costo o para liberar tiempo humano? ¿Para vigilar o para cuidar? ¿Para manipular consumos o para ampliar oportunidades? ¿Para concentrar poder o para distribuir capacidades?

Anticiparse es esto: no llegar tarde a la discusión sobre el sentido, porque cuando el sentido no se discute, lo ocupa el mercado. Y cuando lo ocupa el mercado, gana lo rentable, no lo digno. La inteligencia humana tiene una última ventaja irreemplazable: puede elegir. La máquina optimiza. El humano puede decidir el rumbo. Si renunciamos a esa decisión, no estaremos siendo superados por la inteligencia artificial. Estaremos siendo superados por nuestra propia pereza moral. Y eso sí sería imperdonable.

Fue diputado en la legislatura de la Ciudad de Buenos Aires en dos oportunidades y presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), autor de libros y ensayos, actualmente preside el Partido de las Ciudades en Acción.

Dejá tu comentario

Te puede interesar