Esta semana, la política económica argentina ha ofrecido un nuevo ejemplo de su ya habitual disonancia entre discurso y acción. Bajo la bandera de un liberalismo de manual, el presidente Javier Milei y su equipo -integrado por ex operadores de Wall Street- han implementado un conjunto de medidas que, lejos de expandir la libertad económica, refuerzan un control financiero de corte intervencionista sobre el sistema bancario. La Comunicación “A” 8302 del BCRA, que endurece el régimen de encajes y obliga a las entidades a integrar parte de ellos con títulos públicos emitidos por el Tesoro, representa una paradoja política y económica: un gobierno que proclama la desregulación mientras administra con la precisión de un trader defensivo, con un ojo en el dólar y otro en la tasa de interés.
Cepo a los bancos: Javier Milei entre la retórica libertaria y la praxis trader
El gobierno endurecerá desde el lunes el régimen de encajes y obligará a las entidades a integrar parte de ellos con títulos públicos emitidos por el Tesoro, según la Comunicación “A” 8302 del BCRA.
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El debate alrededor de la Comunicación “A” 8302 del BCRA.
Como advierte Taleb, “el peor lugar para un trader con suerte es aquel donde sus decisiones afectan a millones”. Esta advertencia cobra especial relevancia en un contexto donde el ministro de Economía, Luis Caputo, y el presidente del BCRA, Santiago Bausili, trasladan lógicas propias de las mesas de dinero -arbitraje, represión de volatilidad, gestión de spreads- a la política pública, reproduciendo esquemas que ya fracasaron en 2018. El resultado inmediato de este “cepo a los bancos” es triple: encarecimiento del crédito, contracción de la liquidez y subordinación de la estabilidad del sistema financiero a objetivos cambiarios de corto plazo.
La narrativa oficial insiste en que el modelo libertario requiere una transición para corregir “la pésima herencia legada por el peronismo durante décadas”. Sin embargo, las medidas actuales -al igual que las aplicadas durante el macrismo- muestran un intervencionismo selectivo en defensa de la estrategia cambiaria. El BCRA dispuso un aumento de 5 puntos porcentuales en los encajes sobre depósitos a la vista, plazos fijos con cancelación anticipada y fondos money market, permitiendo que parte de esa exigencia se integre con bonos del Tesoro adquiridos en licitaciones especiales. A la vez, endureció el cálculo de los encajes, exigiendo su cumplimiento diario y estableciendo multas equivalentes a tres veces la tasa de política monetaria en caso de incumplimiento.
Esta ingeniería no persigue únicamente un fin prudencial, sino que obliga a los bancos a financiar al Tesoro y evita que excedentes de liquidez se desplacen al dólar o a precios. En términos de Lewis, se trata de un bluff financiero; un movimiento que aparenta ser técnica neutral pero cuyo verdadero objetivo es sostener la mesa de juego el tiempo suficiente para llegar a la próxima mano.
El contexto macro es adverso; el Tesoro logró renovar apenas el 61% de los $15 billones que vencían en la semana, el dólar mayorista lleva diez ruedas sin subir, pero lamentablemente el salto del 14% en julio ya se trasladó a los alimentos, que subieron 3,1% en agosto; y la incertidumbre electoral mantiene a los capitales externos y locales en dólares. Ante la ausencia de instrumentos como las LEFIs para ordenar la tasa, la estrategia oficial se limita a administrar tensiones de corto plazo, replicando la lógica de carry trade que Taleb define como “estrategia frágil que parece robusta hasta que deja de serlo”.
El aumento de encajes generó un faltante equivalente al 4,1% de los depósitos en pesos, obligando a las entidades a buscar $6 billones adicionales. En este sentido, Caputo opera como el “trader gubernamental” descrito en La fortuna de los bribones: un operador que, lejos de gestionar un Estado con visión de desarrollo, mantiene al mercado sedado con datos superficiales, ‘comprando tiempo’ mientras el modelo genera daño social severo.
El discurso de austeridad y control inflacionario contrasta con la realidad; las intervenciones cambiarias y el cepo a los bancos constituyen una represión financiera diseñada para garantizar el rendimiento del carry trade de los fondos atrapados, evitar corridas y sostener la narrativa de calma cambiaria. Esta contradicción confirma la tesis de El póquer de los mentirosos: “En la sala de negociaciones de Wall Street, la verdad es un lujo innecesario. Lo esencial es que el otro crea lo que conviene que crea” (Lewis).
La vulnerabilidad estructural persiste. No hay “pedo de buzo”. El endeudamiento indexado en pesos, la caída de la recaudación y el encarecimiento del crédito refuerzan un escenario recesivo. Como advierte Taleb, “cuando un operador ignora los eventos raros, siempre gana… hasta que deja de ganar”. La pregunta es qué ocurrirá cuando el shock llegue. Lo dispuesto se hizo considerando que las necesidades fiscal y monetaria son contradictorias: i) La tasa de interés que paga el gobierno, aumenta el deficit fiscal por mayor costo financiero y caída de la recaudación-por el desplome de las ventas-. ii) Sin cepo a los bancos, sin tasas de interés extravagantes no se podía contener el dólar. Los pesos de las LEFIs se fueron al dólar que aumento 14%, de repente.
El gobierno sostiene que las medidas actuales son un paso necesario en la “transición” hacia un modelo de libertad económica plena. Sin embargo, la experiencia argentina reciente -y la historia de los traders devenidos en funcionarios- obliga a poner en duda esa narrativa. El endurecimiento de los encajes, la colocación forzada de títulos públicos y la intervención directa en el mercado cambiario no son simples ajustes técnicos; son señales claras de un “intervencionismo selectivo”, dirigido a mantener un delicado equilibrio electoral y financiero, aun a costa de dañar la actividad y el crédito.
En 2018, la misma arquitectura, con los mismos actores colapsó bajo el peso de sus inconsistencias, dejando un lastre de deuda, recesión y descrédito institucional. Hoy, el margen de maniobra es mucho menor, la vulnerabilidad externa mayor y la confianza social más frágil. Si la apuesta actual fracasa, no solo enfrentaremos un nuevo episodio de inestabilidad; podríamos asistir a un desbarajuste de magnitud superior, cuyo costo pagarán nuevamente los sectores productivos, los ahorristas y los contribuyentes. El riesgo no es únicamente económico, es cultural e institucional. Porque si la ficción se naturaliza como estrategia de gobierno, la próxima crisis no será solo financiera.
Director de Fundación Esperanza. Profesor de Posgrado en UBA y universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de seis libros.
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