La cuarentena parece interminable. No tanto por el esfuerzo mental de tener que ir en contra de nuestra propia naturaleza de vivir en libertad, sino más bien por vivir en un país que no ha logrado encontrar su rumbo desde hace ya muchas décadas. Esto implica que nuestro ahorro y nuestras herramientas para transitar un planeta en cuarentena son prácticamente nulas. El mundo no estaba preparado para una pandemia sanitaria y una debacle económica de las magnitudes que se estima que lo será esta, pero mucho menos preparada estaba la Argentina.
No hay un mañana
Dilapidar recursos tiene consecuencias en un país que enfrenta una debacle de carácter mundial por el coronavirus. No se está analizando cuáles serán las soluciones cuando el virus ya no sea una excusa. Los errores del pasado no se pueden cambiar rápidamente.
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Transitar en cuarentena: Argentina no está preparada para una debable económica y financiera
Alguna vez muchos pensaron que dilapidar recursos no tendría consecuencias. Incluso hoy se siguen manteniendo firmes en esa impenetrable tesitura. El reventar nuestros recursos energéticos, esquilmar al campo, destruir los recursos de la seguridad social subsidiando a todo aquél que lo solicitaba (muchos de ellos sin ningún tipo de justificación), subiendo impuestos pensando que no tendría efectos colaterales, llevando el Estado a tamaños records, dejando de tener a la corrupción como un enemigo a pulverizar, vaciando al BCRA y hasta a habernos endeudado con Venezuela a tasas esquizofrénicas, no hicieron otra cosa que costear el juego populista consistente solo en pasar un poco mejor aquel presente que estábamos transformando en el perfecto verdugo de nuestro futuro.
El hacer las cosas mal tiene consecuencias: hoy nuestro país no solo se encuentra prácticamente sin producción y en caída libre en términos de riqueza sino que no posee ningún elemento para hacer frente esta debacle hasta que el mundo vuelva a ser un lugar razonable.
Los errores del pasado no se pueden resolver de un día para el otro. Menos aún aquí donde seguimos insistiendo con recetas que fracasan incluso en épocas de apogeo, porque nunca asumimos los errores que nos han llevado a estas tierras empobrecidas.
Ya no importa el hoy porque la pérdida general está decretada. No importa mucho si la cuarentena dura un poco más o un poco menos. Porque ésto nos ha atravesado el corazón en el medio de un paro cardíaco. Y la verdadera solución debe ser, luego de atender el drama sanitario y de aquellas migajas que podamos ofrecer a los diferentes sectores de la economía que hoy se encuentran seriamente afectados, la de pensar en el día después. Estamos describiendo la destrucción del minuto a minuto sin explicar qué haremos cuando el Coronavirus no sea más la excusa.
Nadie en su sano juicio puede pretender que detrás del fin de la cuarentena puedan venir inmediatamente los días de recuperación y con ello la gloria. Argentina tenía su propia terapia intensiva antes de la pandemia y ésto sólo ha hecho adicionar dramatismo a la economía. Luego del confinamiento muchas empresas y emprendimientos no habrán sobrevivido, algunas de las que lo hayan hecho probablemente reducirán personal o salarios y se vendrán tiempos donde la justicia verdaderamente será el sector que más rápidamente se activará: concursos, quiebras y juicios laborales serán las vedettes de lo que viene. O tal vez no. Ojalá que no. Lo que sí estamos plenamente seguros es que a buena parte de las empresas ya les costaba sobrevivir antes de éste delirio: muchas de ellas no podían soportar una pérdida como la que están sufriendo por estos tiempos.
Pensar en mañana es entender que la Argentina que viene debe venir acompañada indefectiblemente de una profunda reforma que permita a las empresas, pymes y cuentapropistas producir, trabajar y con ello salir adelante, sin ayudas estrafalarias del Estado, sino simplemente sin tener que soportar el peso de éste sobre sus hombros, sin la espada impositiva sobre sus venas, sin las leyes laborales y los sindicatos sobre sus espaldas y sin el miedo a que permanentemente nos cambien las reglas del juego. Si no emprendemos un camino distinto, la pobreza que hoy tenemos será solo una muestra entre una abrumadora realidad.
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