La política macro, las altas tasas de interés y el dólar barato nos recordaban la película “plata dulce”. El debate sobre el tipo de cambio volvía a cobrar protagonismo. En un contexto en el cual la divisa seguía retrocediendo y la tasa de inflación persistía elevada, era natural que el valor del tipo de cambio real generara creciente inquietud.
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Para tener una idea de cuanto se había apreciado el peso o atrasado el tipo de cambio, en el esquema “velocípedo” bastaba con señalar que, en términos multilaterales, el peso se encontraba 14% más apreciado que a fines de 2013-según el consenso de los economistas del establishment-, cuando entonces el exministro Axel Kicilloff se sintió obligado a devaluar, procurando recuperar algo de competitividad.
En términos bilaterales-con relación al dólar-la Argentina tenía el mismo tipo de cambio real que al final de la Convertibilidad, que era un tipo de cambio súper atrasado. Esta notable apreciación del peso actuaba como un subsidio a la importación y al gasto en turismo de los residentes argentinos en el exterior, y a su vez, constituía un impuesto sobre la exportación y sobre el gasto de los ciudadanos no residentes en el país.
Con un tipo de cambio que flotaba libremente, el valor de la divisa dependía de la oferta y demanda de dólares, y también influían las expectativas de los agentes del mercado, en cuanto a cuál sería el valor futuro del dólar.
Lo cierto es que la política económica elegida por el presidente Macri se basaba en una política fiscal sin reducción del déficit fiscal, financiada fundamentalmente con deuda, en especial externa, y en una política monetaria de metas de inflación que implicaba que el BCRA debía mantener tasas de interés reales positivas para bajar la inflación. El inconveniente es que esta configuración macroeconómica llevaba inexorablemente-con un esquema de tipo de cambio flotante-a una apreciación del peso, a menos que hubiera una creciente acumulación de activos externos del sector privado no financiero (fuga de capitales), o se interrumpiese abruptamente la oferta de dólares de la cuenta capital. La apreciación del peso o atraso del tipo de cambio real, es un fenómeno endógeno, consecuencia de la estrategia macroeconómica elegida por el actual gobierno macrista que apostaba a favor de los excesos.
Con la política fiscal del primer trimestre 2017, las necesidades de financiamiento del gobierno, o desahorro del sector público, seguían aumentando. Además, la apresurada decisión de las autoridades de sustituir sus fuentes de financiamiento apelando a un menor fondeo del BCRA en pesos y dólares, y a un mayor endeudamiento facilitado por el desarreglo con los fondos buitres que permitió que el gobierno nacional y las provincias colocaran un monto extravagante de deuda en el mercado internacional, llevaba a una importante oferta de dólares en el mercado local que excedía en mucho la demanda de divisas. Todo ello presionaba el tipo de cambio a la baja.
Frente al insignificante tamaño del mercado de capitales local-que jamás intentaron desarrollar-, tanto el sector público como el sector privado colocaba deuda en el mercado internacional, atrayendo ahorro externo. Por otra parte, por la política monetaria de metas de inflación, el BCRA fijaba la tasa de interés nominal con lo cual afectaba la tasa de interés real y, por lo tanto, motivados por las altas tasas de interés locales, y dado que la expectativa de devaluación, que seguía siendo inferior a la tasa de inflación, lo que implicaba las absurdamente altas tasas de interés en dólares. Los capitales ingresaban al país por el arbitraje de portafolios presionando también el tipo de cambio a la baja. El peso se apreciaba y la “plata dulce” fluía, como en la época de Videla-José Alfredo Martínez de Hoz.
Lo cierto es que en abril 2017 la Argentina tenía un voluminoso superávit de la cuenta capital, equivalente a 5.5% del PBI, lo que implicaba que había mucho ahorro externo invertido en la Argentina. Dólares para bicicletear e irse con ganancias extravagantes.
VIENTO DE COLA PARA CURRO TRADE
Durante el primer cuatrimestre 2017, el panorama mundial se presentaba más favorable de lo esperado por el mejor equipo de los últimos 50 años. El PBI mundial se aceleraba, crecía como no lo hacía desde 2011, cuando empezó la tormenta sobre Cristina Fernández de Kirchner. Los precios de las commodities agrícolas se encontraban en niveles altos y Brasil se estabilizaba después de la depresión previa que habían experimentado sus “fundamentals”.
El sistema financiero global continuaba extremadamente líquido y la economía local recibía todos los dólares prestados que sobraban en el mundo. El país se encontraba en estanflación o recesión-estancamiento con inflación, y Sturzenegger avisaba que las expectativas de inflación se mantenían elevadas.
Seguía siendo un problema grave la pérdida de competitividad de las exportaciones. El atraso del tipo de cambio real y la fuerte demanda de dólares para atesoramiento, turismo y gastos por Internet no se notaba, solo por la coyuntural entrada masiva de numerosos prestamos que estaban generando un endeudamiento fantástico.
El atraso del tipo de cambio real era consecuencia de una política macroeconómica inconsistente con el dogma hegemónico totalizador que nos había “devuelto al mundo”. Hasta algunos colegas que pensaban igual que el gobierno, criticaban el desbocado déficit fiscal financiado con deuda externa, costosas tasas de interés reales, que, dicho sea de paso, conllevaban una gran oferta de dólares-que seguiría fuerte- y presionaban a la baja el tipo de cambio. Pero: - ¿qué pasaría si los poseedores de Lebacs no renovaban y se pasaban a dólares? - Según los del BCRA el total de Lebacs era de $650.000 millones y los pases pasivos $183.000 millones. La sumatoria de esta deuda superaba las reservas del BCRA en un 4%. Súmesele u$s 15.000 millones depositados en caja de ahorro que se podrían ir en un día, más u$s 6.000 millones que estaban a plazo fijo y también podían huir.
ARGENZUELA
Con cualquier metodología que se utilizara, el déficit fiscal primario era más alto que el que dejó “el marxista de Kicillof” (así le decían despectivamente sus detractores) . Ni hablar si se sumaba el déficit “financiero”, el de las provincias y el “cuasi fiscal” generado por la fiesta de Lebacs del BCRA.
En inflación la Argentina se había asegurado el segundo puesto después de Venezuela, pero duplicando las tasas de inflación en 2016, habiendo superado todas las marcas del kirchnerismo.
En 5 trimestres la relación deuda/PBI a nivel mundial, solo era peor para Zambia, Senegal, Pakistán, Angola, Ghana, Sri Lanka, grupo de países al que de todos modos pertenecíamos en la categorización de Moody´s.
El entorno Macri “polarizaba” con CFK y denunciaba un supuesto complot destinado a evitar que complete su mandato. Abría el paraguas, inspirado en Fernando De la Rúa, en lugar de recapacitar sobre los daños auto infligidos.
La instalación mediática del entorno: “Al presidente lo quieren desestabilizar”, se convertiría en parte de la estrategia electoral, funcional a ir ganado tiempo para seguir haciendo embrollos.
Cristina Fernández media bien en la provincia de Buenos Aires, y los que vivieron ambas experiencias de gobierno, tal vez en una provincia-con conurbano incluido-apostarían por ella en octubre, aunque eso no alcanzaría el objetivo.
La gobernadora Vidal aplicaba la misma estrategia macrista. Otra “polaroid”: “Baradel versus Vidal”, aunque la llanera solitaria fue funcional a la nacionalización de la crisis, ese desenlace también nos remite a Menem y De la Rúa. Al gobierno se lo veía temeroso, hasta una entusiasta como Mirta Legrand enmudeció al matrimonio presidencial: “Ustedes no quieren ver la realidad”, espetó. Por eso Macri aplicaba una ensalada macroeconómica realizando concesiones crecientes en materia económica y social, acumulando deudas, evadiendo cruzadas y retrocediendo invariablemente cuando enfrentaba tensiones. Jugaba un juego que no dominaba, usando un ropaje que le quedaba fatal, y poco a poco se iban disociando los actores, el discurso y las acciones de gobierno.
La realidad es que el criterio de evaluación de un gobierno no lo construiría Mirta Legrand, sino el incumplimiento de los objetivos y la posibilidad de promover transformaciones, como “pobreza cero”. “Necesitamos 20 años para terminar con la pobreza hoy” (Macri), significaba-en otros términos- “les aseguro que habrá pobreza por 20 años”.
A menos de dos décadas de 2001, existían coincidencias que nos remitía una curvatura indecorosa en las encuestas y mediciones de aprobación. Se patentizaban incuestionables conformidades en cuanto a las condiciones políticas, y consecuencias macroeconómicas.
Luego la decidía fiscal y monetaria, más la inviabilidad social de ajustar en 2018, anticiparía la tercera frustración del mismo enfoque en 35 años. Otra vez una democracia popular fue sobrevenida de una etapa de ilusoria reivindicación republicana, y hasta con reiterados actores y apellidos. Esto representaba una fuerte regresión cívica manipulada por un espacio público-marketinizado políticamente por la biósfera que precedió 2001.
Desde 2015, tanto en Brasil como en Argentina se impuso la idea de la corrupción. Increíblemente, -desde los eternamente imputados y procesados-, como forma de desacreditar partidos populares y líderes que lograron enormes transformaciones económicas y sociales. No es que no haya existido ningún episodio de corrupción, durante los gobiernos populares, pero fue un extraordinario relato mediático el que, generalizando un fuerte cuestionamiento hacia las instituciones democráticas, fecundó un intersticio en el tejido de relaciones entre la política y la ciudadanía. Los cuestionadores no tendrían actos de corrupción aislados, sino una metodología de depredación repetida, en un gobierno deshonesto.
(*) Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros. @PabloTigani
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