La infancia es el primer momento donde aprendemos a amar y ser amados. Sin embargo, hay 5 heridas que se pueden dar en esa etapa que nos alejan del amor y son aquellas que están relacionadas directamente con las emociones, que surgen por una o varias experiencias negativas (o interpretadas como tal) vividas en la niñez. Dichas experiencias dejan una huella que puede repercutir en la salud afectiva cuando se llega a la edad adulta.
Día del Niño: las cinco heridas de las infancias
Las heridas emocionales se originan en una edad temprana y a raíz de un suceso o experiencia traumática acontecida de forma puntual o a lo largo del tiempo.
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Las heridas emocionales se originan en una edad temprana y a raíz de un suceso o experiencia traumática acontecida de forma puntual o a lo largo del tiempo y de forma más o menos constante. Algunos ejemplos pueden ser: el fallecimiento de un familiar, la depresión de uno de los progenitores, una crianza inadecuada, malos tratos, el nacimiento de un hermano y los celos asociados a ello, entre otros.
La primera herida es la denominada herida del abandono, donde la soledad es el mayor enemigo. La falta de afecto, compañía, protección y cuidado les marcó tanto a aquellas personas que se encuentran en constante vigilancia para no ser abandonados ya que sienten un temor extremo a quedarse solos. A través de esta herida, surgirán conductas como abandonar tanto a sus parejas como a sus proyectos de forma temprana. Esto responde, única y exclusivamente, al temor que le ocasiona revivir aquel sufrimiento.
Por otro lado, la aparición de la herida del rechazo está ocasionada por el rechazo de los progenitores, de la familia o de los iguales. El dolor que se genera por esta herida impide una construcción adecuada de la autoestima donde la persona se siente invisible y tiene su origen en experiencias de no aceptación por parte de los padres, familiares cercanos o amigos, a medida que el niño va creciendo.
Cuando un niño recibe señales de rechazo crece en su interior la semilla del autodesprecio, piensa que no es digno de amar ni de ser amado y va interiorizando este sentimiento interpretando todo lo que le sucede a través del filtro de su herida. Así, llegará un momento en que la más mínima crítica le originará sufrimiento y, para compensarlo, necesitará el reconocimiento y la aprobación de los demás.
La persona que ha sufrido el dolor del rechazo en la infancia tiene pánico, de adulta, a revivir ese dolor nuevamente. Estas personas tienen un gran miedo a sentir que son inútiles y que no sirven para nada. Por ello, prefieren salir huyendo a su cueva de soledad cuando hay riesgo de que alguien pueda hacerlas sentir así.
Para curar su cicatriz es saludable trabajar las inseguridades, ganar mayor confianza en nosotros mismos y comenzar, poco a poco, a sentirnos más capaces.
La herida de la humillación aparece cuando sentimos que los demás nos desaprueban y nos critican. En los niños se genera cuando compartimos sus problemas delante de los demás o cuando los comparamos con otros ridiculizándolos, destruyendo la autoestima infantil. Por lo tanto, quien ha sufrido la humillación de pequeño se considera menos importante y menos digno de lo que en realidad es. Son personas que tienden a olvidarse de sus propias necesidades para complacer a los demás y ganarse su cariño, aprobación y respeto.
De esta manera, el tipo de personalidad que se genera es dependiente y se sana a través del perdón hacia las personas que lo dañaron, haciendo las paces con el pasado para poder comenzar a valorarse como la persona que realmente es, aquella de la que solo él es responsable como adulto.
También encontramos la herida de la traición que se produce cuando personas cercanas al niño no cumplen sus promesas, haciendo que se sienta traicionado y engañado, lo cual genera una desconfianza que se puede transformar en envidia por no sentirse merecedor de lo prometido y de lo que otros tienen. Esta situación, sobre todo si es repetitiva, generará sentimientos de aislamiento y desconfianza.
Esta herida emocional construye una personalidad fuerte, posesiva, desconfiada y controladora. Predomina en la persona la necesidad de control para no sentirse estafado. Son personas que dan mucha importancia a la fidelidad y a la lealtad, pero que suelen distorsionar ambos conceptos. A su vez, son posesivas en extremo, al punto de no respetar la libertad, el espacio ni los límites de los demás, no dejándoles a veces respirar. Para sanar está herida hay que trabajar la paciencia, la tolerancia, la confianza y la delegación de responsabilidades en los demás. Para evitársela a los niños, debemos no prometer en vano, mostrarnos coherentes en palabras y actos y cumplir siempre con las promesas que les hacemos.
Por último, se halla la herida de la injusticia, originada cuando los progenitores son fríos y rígidos, imponiendo una educación autoritaria y no respetuosa hacia los niños. Esta herida emocional, más tarde genera adultos que no son capaces de negociar ni de mantener diálogos con opiniones diversas. Les cuesta aceptar otros puntos de vista y formas de ser diferentes a las suyas. Y al mismo tiempo, sus intenciones suelen girar en torno a ganar poder e importancia, siendo fanáticos del orden y el perfeccionismo.
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